El sida, una interpelación para toda la Iglesia

Cristina Alonso Burgo. Educadora de la Asociación Basida

“Un 25% de los enfermos de sida en el mundo reciben tratamiento en organizaciones de la Iglesia…”

 

Hablar hoy de sida es hablar de una realidad totalmente diferente a la que vivimos en los primeros años de esta enfermedad, que supuso, en aquel entonces, una auténtica convulsión tanto a nivel sanitario como social y que puso en evidencia la falta de madurez y civismo de toda una sociedad, que no supo estar a la altura de las circunstancias con los afectados, que lo que menos necesitaban en ese momento era la estigmatización y el rechazo que tuvieron que sufrir.

Hablar hoy de sida es hablar de cronicidad, tratamientos efectivos, calidad de vida, nuevas oportunidades, de futuro; pero también es hablar de asignaturas pendientes, ya que hemos sustituido la discriminación por la indiferencia.

Desde su aparición, a principios de los 80, muchos han sido los recursos invertidos en investigación y en prevención y no tantos los invertidos en la atención y asistencia de las personas afectadas, que en numerosos casos precisan de un recurso especializado y de un apoyo y acompañamiento de profesionales debidamente cualificados y, sobre todo, sensibilizados con esta problemática.

En todo momento, la Iglesia ha participado de manera muy activa en la lucha contra esta enfermedad, y lo ha hecho con su principal arma: la dedicación e implicación de su mayor riqueza, sus recursos humanos. Se calcula que un 25% de los enfermos de sida en el mundo reciben tratamiento en organizaciones de la Iglesia o promovidas por católicos, lo cual es una muestra evidente del compromiso real que la Iglesia mantiene con estos enfermos, a los que considera merecedores de todo respeto y apoyo, evitando cualquier tipo de marginación o condena.

Muchas son las iniciativas y recursos creados para atender a estas personas, nacidos a partir de una vocación cristiana y de un compromiso de fe.

Ejemplo de esto es Basida, entidad fundada por un grupo de jóvenes de una parroquia de Aranjuez, hace ahora 24 años, y que optaron por formar una comunidad de vida, inspirada en las primeras comunidades cristianas, que tuviera en la oración su principal fortaleza y que fuera hogar y familia para aquellos que llamaran a su puerta. Para ello pusieron en funcionamiento, en Aranjuez, en diciembre de 1990, su primera Casa de Acogida para la atención de enfermos crónicos y/o terminales de sida y otras patologías y para la desintoxicación y rehabilitación de personas con problemas de adicción, ofreciéndoles un lugar adecuado para su recuperación o, en los casos en que esto no fuera posible, una muerte digna.

Después de 24 años, son tres las casas de las que dispone nuestra entidad, con 81 plazas y teniendo como único capital humano el voluntariado. Se han atendido a más de 1.200 personas, de las que 275 han fallecido, pero otras muchas han encontrado ilusiones, ideales y proyectos vitales renovados.

La Iglesia ha sabido ser pionera y estar a la vanguardia en el tratamiento y atención de estos enfermos, y todo ello desde los valores que siempre la inspiran.

En el nº 2.920 de Vida Nueva

 

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