Contra la leyenda negra de Pío XII

El Papa no quiso verse con el dirigente nazi, quien sí tuvo la intención de expulsar al pontífice del Vaticano

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JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Historiador, periodista y sacerdote, a Carlos Ros Carballar (Santa Olalla del Cala, Huelva, 1941) le preceden otros setenta títulos hasta este último: Pío XII versus Hitler y Mussolini (Editorial Monte Carmelo, 532 páginas), que acaba de llegar a las librerías. “No es ensayo; es historia documentada con una amplia bibliografía”, puntualiza Ros Carballar.

Contra la leyenda negra de Pío XII [extracto]

Historia documentada y necesaria: “Cierta literatura fuera de la Iglesia, surgida después de su muerte, muestra la caricatura de un hombre insensible ante el holocausto judío. Y muestran a Pío XII como un Papa ultramontano, cuando en realidad no se podría concebir el Concilio Vaticano II sin la contribución enorme de su magisterio”, explica el autor, que ha escrito un libro que, ante todo, es útil porque es el primero que separa la verdad histórica de la leyenda negra. “Me pareció, al terminar la biografía de Edith Stein, que debía escribir la historia de Pío XII y de las insidias y calumnias vertidas sobre él después de su muerte –afirma–, muchas de ellas, desgraciadamente, provenientes del mundo judío norteamericano. Describo en el libro el ambiente maléfico que se vivió en la Segunda Guerra Mundial y la presencia en esos momentos históricos de Pío XII y su contrapunto en las figuras de Adolf Hitler, el Führer nazi, y Benito Mussolini, el Duce fascista”.

pioXII7Leyenda negra, calumnias e infamias, son el punto de partida de este libro y que Ros Carballar desmonta una a una: “Aunque hay antecedentes, lo principal de esta leyenda negra contra Pío XII comenzó en 1963, cinco años después de su muerte, con una obra de teatro titulada El Vicario, de un tal Rolf Hochhuth, que había sido de las Juventudes Hitlerianas”, describe. A continuación, como señala el sacerdote e historiador, “Pío XII fue calumniado al ser llamado ‘el Papa del silencio’, por no denunciar el holocausto o muerte en los campos de exterminio nazis de seis millones de judíos; y también apareció El Papa de Hitler, título insultante de un libro del exseminarista inglés John Cornwell, que calificó a Pío XII como ‘el clérigo más peligroso de la Historia moderna’. Luego se arrepintió y matizó sus tesis, pero la piedra infamante ya estaba lanzada”. Ros Carballar deslegitima a Cornwell, aún citado cuando se quiere atacar a Pío XII: “Yo creo que, para descargar toda la basura de mala conciencia de un pueblo alemán en connivencia con ese monstruo de Hitler, John Cornwell buscó un chivo expiatorio, fuera de Alemania, en la figura de Pío XII, como el artífice del mal. Si Pío XII hubiera hablado –piensa Cornwell–, Hitler no hubiera hecho lo que hizo. ¡Qué simpleza!”.

Un difícil equilibrio

Sobre el silencio de Pío XII, dice Ros Carballar que “podría responder con Emile Poulat, uno de los mayores historiadores del siglo pasado: ‘Este silencio que el Papa no habría roto, ¿quién lo ha roto? ¿Quiénes son los políticos ‘democráticos’ que entonces protestaron? ¿Cuáles son las fronteras que fueron abiertas para acoger a los perseguidos?’”.

pioXII6Aun así, Pío XII dio instrucciones, por ejemplo, a los obispos alemanes de oponerse a Hitler. O fue autor en calidad de secretario de Estado de Pío XI de la encíclica Mit brennender sorge (Con enorme preocupación), en donde condenaba sin paliativos la doctrina totalitaria y racista del nacionalsocialismo alemán. El “ambiente maléfico”, como lo define Ros Carballar, no ayudó precisamente. “De un lado estaba el Eje, formado por Berlín, Roma y Tokio. Curiosamente, en Italia comenzaron a bautizar a los niños con el nombre de Roberto. Ro-ber-to, de Roma-Berlín-Tokio. Y del otro lado, Inglaterra, Francia, posteriormente los Estados Unidos y, lo que parece contradictorio, la Unión Soviética. En medio de este colosal conflicto –describe–, estaba el Estado más minúsculo de la tierra: la Ciudad del Vaticano, y un Pío XII que tuvo que lidiar su neutralidad ante la Roma de Mussolini y, a su caída, con los nazis que la ocuparon durante nueve meses. Era un equilibrio difícil”.

Y un escenario de donde, particularmente, Hitler intentó expulsar a Pío XII. “Pero ya dijo en varias ocasiones que no saldría del Vaticano sino a la fuerza. Hubo intentos incluso de llevarlo a España. Pero él se negó siempre y dejó a sus cardenales libertad para elegir un nuevo papa si lo secuestraban. Como Hitler estuvo tentado de ello, el Papa les afirmó que saldría del Vaticano no como Pío XII, sino como Eugenio Pacelli. Es toda ella una historia apasionante. A mí me ha subyugado y por eso la he escrito”.

Ros Carballar afirma rotundo, por ejemplo, que “Pío XII no tuvo nunca contacto con Hitler. Ni siquiera cuando Hitler vino a Roma en 1938. Pío XI se retiró a Castel Gandolfo para no tener que verse con el dictador y cerró los Museos Vaticanos”. Más o menos lo mismo que con Mussolini: “Pío XII mantuvo una sola conversación con él en el Vaticano –apunta– cuando era secretario de Estado de Pío XI. Los contactos eran epistolares y con intermediarios”.

Pío XII también ha sido acusado de “benevolencia” hacia Franco: “Esa es otra historia. Es posible que surja tras este un nuevo libro en que aparezcan las dos figuras de Pío XII y Franco –anuncia Ros Carballar–. Cuando Pío XII subió al solio pontificio, en España estaba a punto de terminar la Guerra Civil. La parte nacional, bajo el mando de Franco, acogió con cierta frialdad la elección de Pío XII. Achacaban a Pacelli, secretario de Estado, de la imparcialidad que había mostrado Pío XI durante la contienda. Serrano Suñer, el “cuñadísimo” de Franco, ministro de Asuntos Exteriores, llegó a soltar una expresión impublicable, y jóvenes falangistas apuntaban incluso –remedo del nazismo– la necesidad de crear una Iglesia nacional. Pero Franco envió un telegrama de felicitación bastante efusivo al nuevo Papa. Y cuando, en 1944, Roma estuvo ocupada por los nazis, Franco envió un barco con alimentos para la población romana”.

Ros Carballar sostiene que Pío XII “tenía sus defectos y sus limitaciones, como todo ser humano. Pero hay que situarlo, para no desvirtuar su imagen, en el contexto de su tiempo. Quizás el mejor retrato sea de aquel que convivió con él tantos años, Domenico Tardini. Lo describió como ‘fino, amable, afable, afectuoso’. También dubitativo, como diciéndose siempre: ¿es así o no es así? Pero, a pesar de la seriedad, que a simple vista parecía mostrar, Tardini afirma que tenía una risa sonora, a boca abierta. Y que le gustaba contar historias amenas”.

Harold Tittmann, diplomático norteamericano refugiado en el Vaticano durante la II Guerra Mundial, redactó unas memorias muy interesantes. A él acude también Ros para describir su interés por Pío XII: “Al describir su figura, Tittmann decía que ‘la característica que más descollaba en el Papa era la fascinación que emanaba’. La cabeza, y los rasgos finamente cincelados, con vivos ojos negros convertidos en más grandes por las lentes de sus gafas, hacían pensar, según Tittmann, en un Savonarola”. Lo cierto es que Tittmann añadía que “el papa Pío XII era descrito con frecuencia como un papa político”, y que en aquella época le parecía una descripción correcta. Tittmann llegó a escribir: “Es muy probable que en el futuro será reconocido como santo. Solo el tiempo lo dirá”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.920 de Vida Nueva

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