¿Una Iglesia sin mancha ni arruga?

Desde muy antiguo se popularizó la frase “mente sana en cuerpo sano”. Hoy la gente se preocupa por tener un cuerpo sano, armónico, sin defectos, sin nada que lo afee.

A diario los profesionales de la salud realizan trasplantes de órganos, de tejidos, de células. No es raro un trasplante de corazón, de riñón, de pulmón, de córnea, de huesos.

Los cirujanos plásticos reconstruyen la piel que ha sufrido quemaduras, rejuvenecen los párpados, corrigen los defectos de la nariz y reducen el mentón.

Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido pensar en un trasplante de la cabeza o del cerebro. Y la razón es obvia: el cerebro es el centro del sistema nervioso, el que regula y mantiene las funciones del cuerpo, el que controla la respiración y el ritmo cardiaco. Allí reside la mente y la conciencia del individuo; en una palabra: el cerebro define la identidad de la persona.   

Como un hábil cirujano

Al apóstol Pablo se le ocurrió comparar la Iglesia con el cuerpo humano: en ella los fieles están unidos interdependientemente como los miembros de un cuerpo. Y de este cuerpo constituido por el conjunto de los fieles, Cristo es el principio de unidad y de organización, la cabeza. 

En la Carta a los Efesios, hablando del amor que deben profesarse los esposos, Pablo les propone “el ejemplo de Cristo que amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Y después de bañarla en el agua y la palabra para purificarla, la hizo santa, pues quería darse a sí mismo una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada”.

Leyendo esto, no puedo dejar de pensar en el Papa y su deseo de cambiar el rostro de la Iglesia. Así lo ha expresado y así lo está haciendo: como un hábil cirujano que conoce los miembros que integran el Cuerpo de Cristo y quiere que todos se armonicen de tal manera que la Iglesia aparezca radiante, sin mancha ni arruga.

Francisco ha  comenzado por fijar su atención en todos los discípulos de Jesús. Y nos ha pedido regresar a la pobreza, a la sencillez; a sentirnos hermanos, a ser solidarios, a salir al encuentro del otro. 

 Ha tenido en cuenta los miembros importantes del Cuerpo para que cada uno ocupe su lugar; “en primer lugar los que Dios hizo apóstoles, en segundo lugar los profetas, en tercer lugar los maestros”. A todos les ha recordado la vocación misionera que exige salir, abrir las puertas, privilegiar las periferias, facilitar el ingreso de los que están fuera, dejar de lado el lujo y la ostentación.

Hay instituciones y personas dentro de la Iglesia tocadas de fanatismo

 

El verdadero rostro

El mundo está pendiente del Papa: de lo que dice y de lo que hace. Ha valorado su voluntad de promover cambios que se pensaba imposibles.

Muchos de los cambios que hasta hoy hemos visto son cambios de imagen. Otros cambios exigirán el consenso de la Iglesia y otros, definitivamente, son imposibles, porque tocan con la voluntad Cristo. Y así como en el cuerpo humano, el cerebro define la identidad de la persona, en la Iglesia es Cristo, la cabeza, el que le da a la Iglesia su identidad plena.

Las cosas se deshacen como se hacen. Y muchas cosas que se fueron introduciendo en la Iglesia, por voluntad de los hombres, se podrán cambiar sin que se afecte el Cuerpo. Otras permanecerán intactas porque responden a la voluntad del Señor. Lo que le da a la Iglesia su identidad es la fidelidad a Dios y a su enviado, Jesucristo.

El Papa no la tiene fácil. Hay instituciones y personas dentro de la Iglesia que se creen poseedoras de la verdad, aferradas como los fariseos a la letra, intocables como doctores de la ley, tocadas de fanatismo y de fundamentalismo, incrustadas en grupos tradicionalistas y cerradas al cambio. Pero el Espíritu Santo irá mostrando cuál es el verdadero rostro que la Iglesia debe mostrar en estos tiempos difíciles.

Mons. Fabián Marulanda. Obispo emérito de Florencia.

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