Más predicación

transformaelmundo

La gran ocupación de Jesús fue la predicación, acompañada de signos como la misericordia

“No me ha enviado Cristo a bautizar, sino a predicar”, afirma san Pablo en la carta primera a la comunidad de Corinto. En buena medida la Iglesia de hoy podría retomar esta idea en su deseo de dar a conocer mucho más a Cristo. Sucede que de lo que hay una abundancia extraordinaria en la Iglesia actual es de celebraciones sacramentales. Sin embargo, este frenético ritmo ritual, al menos en Colombia, puede haber sacrificado la predicación extensa del Evangelio, es decir, la tarea de comunicar a Cristo como una labor valiosa y suficiente en sí misma.

También afirma el apóstol en la Carta a los romanos que la fe nace de la predicación. La tarea de enseñar largamente acerca de Cristo, digamos por fuera de la predicación en la Eucaristía y en la celebración de los demás sacramentos, es camino para que las personas lleguen al conocimiento del Salvador. Y este enseñar debería ser una actividad constante e intensa en todas las comunidades de la Iglesia, bien sean parroquias, barrios, institutos, centros educativos. Las personas deberían poder tener a mano en su vida de Iglesia no solo la siempre presente posibilidad de ir a la santa misa, sino también la de participar de la misión de predicadores y predicadoras a lo largo y ancho de la comunidad creyente. ¡Y cómo revitalizaría el ministerio sacerdotal el que todos los ministros de la Iglesia tuvieran algo así como una conferencia semanal sobre Dios dirigida a todos los que quisieran escucharlos!

Actividad evangelizadora

Y es que la predicación como actividad evangelizadora ordinaria habría de ocuparse esencialmente de Dios, de su ser, de lo que hace, de lo que enseña, de su obra de redención en su Divino Hijo, del poder del Espíritu Santo. Es lo que buena parte de la humanidad hoy ignora con o sin culpa, pero de lo cual no siempre se le habla o no se le comunica con extensión y profundidad. Porque, además, la predicación eclesial se ha ido ocupando tal vez en exceso de lo humano, de los problemas del hombre, de las injusticias humanas, de lo que los hombres debemos hacer. Y, sin embargo, el primer anuncio y el principal también, es Dios mismo. Quién sabe si a veces se ha perdido la fe en el poder que tiene el anunciar a Dios, en el hablar de Dios, en el contar su historia de salvación y también sus maravillas. Quién sabe si en ocasiones algún predicador sacramental pudiera sentir que hablar de Cristo pueda no ser “útil” en un mundo que alardea de pragmático.

Dios siempre quiso ser Palabra y por ella todo se hizo y sin ella no se hizo nada de cuanto existe, dice san Juan. Y la gran ocupación de Jesús fue la predicación, aunque acompañada de signos, sobre todo de misericordia. Hay una inmensa confianza de Dios en su propia Palabra y por ella dio lugar a la creación y una infinita confianza en su Palabra encarnada, su Hijo amado, a tal punto que le encomendó la redención de la humanidad. Y el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, lo que esencialmente hace es poner a los apóstoles y discípulos a hablar en todas las lenguas comprensiblemente, en oposición a la vieja situación de Babel. ¡Qué infinidad de aspectos y matices se podrían tocar si nos dedicáramos con especial insistencia a hablar de Dios y mucho menos de lo humano y nuestra infinita lista de problemas que tienen un sabor de hastío insoportable! Y del hablar de Dios y su obra sin duda se derivarán muchos y más grandes frutos que de toda esa pseudo-sociología que suele acompañar muchas predicaciones habituales.

Me complace imaginar que en nuestras catedrales los obispos tendrán predicaciones, por ejemplo, semanales, llenas de unción sobre Dios. Me ilusiona pensar que en las parroquias habrá charlas sobre Dios a cargo de los sacerdotes y de laicos preparados para tal menester. Me llena de curiosidad ver cómo mirarían en escuelas, colegios y universidades, a quienes les hablarán de Dios en el puro ámbito de la predicación, no en el de la clase o la conferencia magistral. Y quizás, en la necesidad de salir a las calles con el Evangelio, no serían menores las gratas sorpresas de ver transeúntes que se detienen en un parque o una plaza a escuchar a alguien que los invita a una plática acerca de Dios. No acerca de los hombres, sino de Dios. Y añade el Apóstol: “A tiempo y a destiempo”.

Rafael de Brigard Merchán, Pbro

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