“Hay comida para todos, pero no todos pueden comer”

En su discurso ante la FAO, Francisco rechaza la mercantilización de los alimentos

EL PAPA Y LA REINA LETIZIA EN LA CONFERENCIA SOBRE NUTRICIÓN EN ROMA

ANTONIO PELAYO (ROMA) | Esta ha sido una semana de discursos para Francisco; además de los habituales del ángelus dominical y de la audiencia general de los miércoles, ha pronunciado otros diez; solo el sábado dirigió su palabra a tres auditorios diferentes. Si a estos se añaden las homilías cotidianas de Santa Marta, nadie podrá acusar al Papa de no practicar el ministerio de la palabra. No todos los discursos, obviamente, tienen el mismo valor o alcance y nuestro trabajo de periodistas consiste, entre otras cosas, en jerarquizarlos convenientemente. El pronunciado el 20 de noviembre ante la II Conferencia Internacional de la FAO y de la OMS (Organización Mundial dela Salud) sobre la nutrición merece situarse entre los más importantes del año; no solo porque se dirigía potencialmente a todo el mundo (en la sede de Roma estaban representados a alto nivel 170 países), sino también por la importancia del argumento: el hambre.

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Bergoglio fue acogido en la Sala de Plenarias de la FAO con un caluroso aplauso de todos los presentes. Luego, habló en español durante quince minutos y fue interrumpido en tres ocasiones por la ovación unánime de quienes le escuchaban. “Hoy día –dijo– se habla mucho de derechos, olvidando con frecuencia los deberes; tal vez nos hemos ocupado demasiado poco de los que pasan hambre. Duele constatar además que la lucha contra el hambre y la desnutrición se ve obstaculizada por la ‘prioridad del mercado’ y por la ‘preeminencia de la ganancia’, que han reducido los alimentos a una mercancía cualquiera, sujeta a especulación incluso financiera. Y mientras se habla de nuevos derechos, el hambriento está ahí, en la esquina de la calle y pide carta de ciudadanía, ser considerado en su condición, recibir una alimentación de base sana. El hambriento nos pide dignidad, no limosna”.

En otro momento de su intervención, Francisco hizo alusión a san Juan Pablo II, quien, en su discurso pronunciado en 1992 ante otra conferencia similar, habló de la “paradoja de la abundancia”: “Hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines están ante nuestros ojos. Esa es la paradoja. Por desgracia, esta ‘paradoja de la abundancia’ sigue siendo actual. (…) Este es el primer reto que se ha de superar”.

“El segundo reto –prosiguió– que se debe afrontar es la falta de solidaridad, una palabra que tenemos bajo sospecha y que, inconscientemente, queremos sacar del diccionario. Nuestras sociedades se caracterizan por un creciente individualismo y por la división; esto termina privando a los más débiles de una vida digna y provocando revueltas contra las instituciones. (…) Como las personas, también los Estados y las instituciones internacionales están llamados a acoger y cultivar estos valores: amor, justicia, paz. Y hacerlo en un espíritu de diálogo y de escucha recíproca. De este modo, el objetivo de nutrir a la familia humana se hace factible”.

Artículo íntegro para suscriptores en el nº 2.919 de Vida Nueva

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