Aurelio Ortín: “Solo los ojos de la fe ven la utilidad de los diáconos”

La renovación del ministerio diaconal en el 50 aniversario del Concilio Vaticano II

Aurelio Ortín

J. L. CELADA | Dice en el prólogo el cardenal Lluís Martínez Sistach que este trabajo de Aurelio Ortín Maynou (Barcelona, 1943) nos permite “conocer algo más la realidad eclesial del diaconado permanente” en Cataluña. Pero es también un análisis de la renovación de este ministerio impulsada por el Concilio Vaticano II.

¿Por qué decidió ordenarse diácono permanente?
Un domingo de octubre de 1981, mi obispo, el cardenal Narcís Jubany, me preguntó, ante la comunidad cristiana reunida, si quería ser ordenado diácono al servicio de la Iglesia. Le respondí que sí y él, por la imposición de sus manos y la plegaria de ordenación, me ordenó diácono. Este momento era fruto de un largo proceso de maduración de la gracia recibida en el bautismo, de la llamada del Señor Jesús de consagrarme más plenamente a Él y a los hermanos y de discernimiento con mi esposa Montserrat para ser fieles conjuntamente a lo que el Señor y la Iglesia me pedían. Tenía yo entonces 38 años, estaba casado, éramos padres de cuatro hijos y trabajaba como profesor de Secundaria.

¿Qué le debe el diaconado al Vaticano II?
El Concilio decidió ahondar en el sentido y la misión de la Iglesia y, en este marco, renovó el ejercicio permanente del diaconado, que existe desde la época apostólica. Además, el Concilio aprobó que, en la Iglesia católica de rito latino, el diaconado pudiese ser conferido también a hombres casados. La renovación del ministerio diaconal solo se puede entender desde su dimensión sacramental, en que la gracia del sacramento actúa en unos hombres llamados a ser imagen de Cristo Servidor para animar a toda la Iglesia a ser mejor servidora de todos los hermanos. La renovación del diaconado no se puede ver como una cuestión funcional o de política eclesiástica de redistribución de efectivos. Solo los ojos de la fe pueden ver la utilidad del ministerio de los diáconos.

Artículo íntegro para suscriptores en el nº 2.919 de Vida Nueva

Compartir