En esta panadería se hornea esperanza

Angélique Namaika cicatriza las heridas de mujeres víctimas del LRA en Dugu

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | El año pasado se convirtió en una celebridad mundial que recibió prestigiosos premios, pero ella sigue desplazándose en bicicleta por los caminos de tierra de Dungu, donde los numerosos baches que en la estación de lluvias se transforman en charcos obligan a circular con especial cuidado. Angélique Namaika, religiosa agustina, llegó a esta ciudad del noreste de la República Democrática del Congo en 2003 con el encargo de ocuparse de la formación de las postulantes de su congregación. Acababa de terminar varios años de estudios de Trabajo Social en Kinshasa. Pronto tuvo ocasión de empezar a poner en práctica lo que había aprendido, compaginando su labor como formadora con la atención a mujeres vulnerables.

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De ser una ciudad pequeña donde aparentemente nunca pasaba nada, a partir de 2008, Dungu se convirtió en el epicentro de la crisis que cayó sobre el noreste del Congo a causa de los ataques del Ejército de Resistencia del Señor, el temido LRA de Joseph Kony. En diciembre de ese año, los crueles rebeldes ugandeses mataron a varios cientos de personas durante el día de Navidad en localidades como como Faradje, Doroma o Niangara, del distrito del Alto Uelé, en la Provincia Oriental, Un año después, también en fechas navideñas, los guerrilleros repitieron las masacres y esa vez llegaron a Dungu. Una de las hermanas de comunidad de Angélique resultó muerta en los ataques y ella, junto con el resto de las monjas, escapó a la selva, donde pasó varios días escondida en condiciones muy precarias junto con numerosas personas que huyeron de sus hogares. Esta experiencia, según confiesa, le hizo tener más empatía por las personas que más sufren a causa de la violencia.

Algunas de ellas, sobre todo las mujeres que han sido víctimas de los ataques del LRA, llegan en torno a las siete de la mañana a la panadería, que es el centro de las actividades del CRAD (Centro de Rehabilitación y Ayuda al Desarrollo), el nombre oficial de esta iniciativa al frente de la que está la hermana Angélique. Muchas de ellas fueron secuestradas por el LRA y, tras pasar varios meses o años en cautividad como esclavas sexuales, pudieron escapar o fueron liberadas por sus propios captores. Traumatizadas, sin recursos y a menudo marginadas en sus propias comunidades de origen, no resulta fácil para estas víctimas enfrentarse a los desafíos de su nueva vida. Sentadas en un banco mientras esperan a que la panadería abra sus puertas, la hermana charla con algunas de ellas. Desde que empezó este trabajo en el año 2010, pasa muchas horas a la semana escuchando sus problemas. Algunas de estas mujeres vienen en bicicleta desde pueblos a 45 kilómetros de distancia, compran su cargamento de pan a un precio bajo y lo revenden en sus comunidades de origen para sacar algún beneficio que las permita tener ingresos.


La energía de la santidad

 Angélique Namaika pone sus manos para ayudar, pero muy poco dice sobre la situación y sus causas, porque no es una mujer de muchas palabras. Un compañero –no creyente– con quien acudí a verla una de las dos veces que la encontré en Dungu, días atrás, me dio una acertada definición sobre ella: “Esta mujer desprende una energía que es de verdadera santidad”.

Cuando uno la ve por primera vez, parece muy poca cosa; una mujer africana de pueblo, acostumbrada a vivir en lugares olvidados, que apenas habla y que se siente a gusto sentándose al lado de otras mujeres para escucharlas. Pero, cuando uno empieza a preguntarla por lo que hace y por los problemas de las mujeres a las que atiende, se le encienden los ojos y comunica sin estridencias y con una gran convicción, transmitiendo la felicidad que siente al dedicarse a las víctimas del LRA y a otras mujeres vulnerables.

Consolar, escuchar, aliviar el dolor de las víctimas de uno de los conflictos más olvidados del mundo y repartir energía a manos llenas, en forma de pan para la reventa, de uniformes escolares, de cuidados a niños huérfanos, de clases de alfabetización y de medicinas para mujeres que no pueden pagarse un tratamiento médico. Con una energía que irradia santidad, así sirve a las mujeres vulnerables de Dungu una religiosa que circula en bicicleta por sus calles y que se llama Angélique Namaika.

 

En el nº 2.916 de Vida Nueva [íntegro suscriptores]

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