La Aldea Juvenil Emaús

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Un oasis de cultura, paz y esperanza en Remolino del Caguán

“El viaje desde Bogotá a Remolino del Caguán es toda una aventura y a la vez una experiencia que permite tener una radiografía de la realidad del país desde la periferia”, así describe la hermana Ximena Vizcaíno, religiosa de las Hermanas de Nuestra Señora de la Paz, una travesía que puede tardar hasta dos días y que normalmente se realiza en tres trayectos. El primero va desde Bogotá hasta Florencia. Por tierra puede durar de diez a once horas, o más si es época de invierno, cuando suelen presentarse derrumbes. El segundo es de Florencia a Cartagena del Chairá, por una carretera con tramos pavimentados y destapados, y algunos retenes del Ejército. El tercero se hace en bote, lancha o canoa, por el río Caguán, desde el puerto de Cartagena del Chairá hacia el sur, en un recorrido que suele comenzar a la 1:00 p.m. y terminar a las 6:00 p.m. “Por el río se puede contemplar la belleza del paisaje de la selva, las precarias condiciones en las que vive la gente de cada uno de los puertos donde el motorista de la embarcación va dejando pasajeros y remesas, y la presencia del Ejército”, precisa la Hna. Ximena.

Remolino del Caguán es una inspección de policía ubicada a 150 km al sur de Florencia, la capital del departamento de Caquetá, y hace parte del municipio de Cartagena del Chairá. Su población está constituida por colonos que desde la década de los 60 ingresaron a las selvas caqueteñas, provenientes de otros departamentos como Huila, Tolima, Putumayo y Nariño. Por muchos años la coca fue la principal fuente económica de la región y el conflicto armado ha sometido a la comunidad a un campo de batalla sin tregua entre guerrilla y militares, que ha sembrado muerte y miedo, trastocando también los patrones culturales.

Bajo estas condiciones y ante el permanente desplazamiento de las familias se evidencian altos índices de deserción escolar y en carencia de oportunidades para la juventud. Estas situaciones desafiaron la misión de la Iglesia local y, particularmente, a los Misioneros de la Consolata, que desde hace más de 30 años acompañan a las comunidades del Caguán.

Jóvenes para la paz

Una alternativa para la formación integral.

Una alternativa para la formación integral.

El padre Jacinto Franzoi, de origen italiano, tuvo la idea de crear la Aldea Juvenil Emaús como alternativa para los jóvenes de las veredas que buscan completar su ciclo de formación media y comprometerse con la paz de la región. “La situación de la juventud me preocupaba mucho –comenta–, el conflicto armado, la cultura de la coca, el abandono, la incertidumbre, la inestabilidad de la familia, el vacío de proyecciones en el futuro, la ideología generalizada de que ser guerrillero era un futuro maravilloso… todo esto obligaba a los campesinos a dejar la tierra, la familia, el estudio, para entrar en las filas de los alzados en armas. La parroquia tenía que dar una respuesta”.

La Aldea fue, de este modo y con el aval de monseñor Francisco Javier Múnera, obispo del vicariato apostólico de San Vicente del Caguán, la respuesta a las necesidades de la juventud de la región. El proyecto contó con el apoyo del Gobierno de Trento (Italia). Con la participación de las comunidades veredales, en 2003 se iniciaron las obras de construcción de la Aldea en la vereda La Primavera, a 2,5 km del casco urbano de Remolino del Caguán. Tras meses de esfuerzos, rifas y arduo trabajo, sus instalaciones se inauguraron el 19 de agosto de 2006, con capacidad para albergar a 64 jóvenes, y a partir de 2007 las Hermanas de Nuestra Señora de la Paz asumieron la misión de acompañar y formar a este grupo de jóvenes.

“Recibimos la invitación del vicariato apostólico para colaborar en la Aldea Juvenil Emaús a partir de nuestro carisma: ser signos del Reino en la misión de construir la paz”, comenta la Hna. Martha Albán, Superiora General de la comunidad. “La paz que Jesús nos vino a traer al encarnarse en nuestra historia se concreta en la realidad de este pueblo sufriente, marginado y afectado en su dignidad, sometido al desplazamiento constante, carente de condiciones básicas para formarse como familia; en los rostros e historias de vida de los jóvenes que desde tempranas edades han sido testigos y víctimas de la violencia”.

La hermana Ángela Cortés, directora de la Aldea, destaca la importancia de crear ambientes de paz y esperanza, en armonía con la naturaleza, para que sea posible el lema de la Aldea: “dejar volar la paz”. “Esto implica –dice– en el día a día, hacer una lectura de la realidad y de la etapa que el joven vive, para responder asertivamente a sus reclamos, gritos, vacíos afectivos y a la vez iluminar la experiencia de vida que van teniendo”. Encontrar el potencial de cada joven y ayudarle a descubrir sus valores, su estima propia, sus carismas personales, para que los cultive, desarrolle y proyecte, hace parte de la misión de la hermana Ángela y de las hermanas Concepción Chala y Jazmín Jerez. Las tres conviven con ellos y los acompañan en sus jornadas, desde el amanecer hasta la noche.

Un día en la Aldea

Un día normal en la Aldea comienza a las 4:30 a.m., con un duchazo rápido y un refrigerio que dispone a los jóvenes para salir a estudiar. En bicicleta recorren dos kilómetros y medio para ir a clases a la Institución Educativa José Antonio Galán, entre las 6:45 a.m. y las 12:45 p.m., cuando emprenden su regreso a la Aldea bajo el sol de verano o la lluvia de invierno, pero siempre con entusiasmo. Ya en casa, hacia la 1:30 p.m. comparten el almuerzo y toman un breve descanso, que algunos aprovechan para lavar sus ropas. Después, trabajan dos horas en la finca El Porvenir, que abastece en parte la alimentación de la Aldea. Unos desmontan y arreglan potreros, otros cuidan conejos, gallinas, vacas y cerdos, y hay quienes cultivan plátano, yuca y cacao. Hacia las 4.30 p.m. toman un refrigerio y se concentran en sus tareas escolares o se dedican a la lectura.

Después de cenar, a las 6:30 p.m., comparten las experiencias vividas durante el día, ven las noticias, hacen aseo y organizan sus armarios. Por grupos asumen algunas responsabilidades como orar antes de las comidas, servir la comida y lavar la loza. A las 9:00 p.m. hacen una oración antes de ir a dormir.

 

Es nuestro hogar

Para los jóvenes, la Aldea es su casa y las Hermanas hacen parte de su familia. “Es nuestro hogar, aquí se refleja la importancia de la armonía”, comenta Ingrid González. Marcela Estrella asegura que es necesario “poner empeño para realizar todas las actividades”, y Leydi Ceballos agrega que “cada día tenemos que ser fuertes para caminar, trabajar y manejar el horario que nos ayuda a lograr muchos aprendizajes”.

“Somos una familia, construimos la paz creciendo a nivel personal y formándonos comunitariamente, también por medio de cantos, oraciones y la celebración de la misa”, opinan otros jóvenes de la Aldea como Sebastián Forero, Maicol Gómez y Breiner Jiménez. Yeison González Váquiro, quien vivió seis años en la Aldea, es enfático al señalar que “la Aldea Juvenil Emaús creó en mí una personalidad luchadora, emprendedora y autónoma. Yo amo la aldea porque en ella me formé. Hoy soy un constructor de paz, un líder, un joven que estudia para tener un mejor futuro”.

“Somos una familia, construimos paz creciendo personal y comunitariamente”.

“Somos una familia, construimos paz creciendo personal y comunitariamente”.

Recapitulando sobre la experiencia de estos últimos años, las Hermanas dicen que “la Aldea ha tocado nuestro corazón ante la realidad de los jóvenes que sufren la soledad y la distancia de sus familias,  por eso nos empeñamos en ofrecerles acompañamiento, escucha, orientación y formación en el proyecto de vida, para que crezcan con sus ideales, con la seguridad de que sus metas y sueños se pueden realizar”.

Con toda seguridad, la Aldea Juvenil Emaús seguirá siendo un signo de esperanza en la región del Caguán, un oasis de paz y de cultura, una alternativa para la formación integral y la capacitación de la juventud que construye una paz duradera. Pero aún se necesitan muchas manos solidarias, no sólo desde el punto de vista económico, sino también de trabajo voluntario de misioneros profesionales que puedan contribuir en la formación en y para la paz. Para los próximos años se ha previsto fortalecer intercambios y alianzas institucionales para socializar aprendizajes en torno al cuidado y la conservación de los recursos naturales, y para que los jóvenes puedan dar continuidad a sus estudios en la universidad y proyectarse en la sociedad como constructores de la paz.

Óscar Elizalde Prada

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