Emmet Gowin: de lo íntimo a lo universal

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Imágenes de luz que revelan lo sagrado en la naturaleza

Emmet Gowin (1941) es uno de los fotógrafos más destacados de la segunda mitad del siglo XX. Reconoce gratamente la influencia tanto de los maestros y amigos Harry Callahan y Frederick Sommer, como del artista William Blake. Nacido en Danville al sur de Virginia y criado en un hogar de madre cuáquera y de padre pastor metodista, Gowin ha sabido traducir, mediante la luz, las manifestaciones de lo sagrado en la naturaleza. Sus imágenes transitan poéticamente entre lo íntimo y lo universal y logran dar, como lo expresa el artista, “cuerpo físico a nuestra experiencia”.

“Esta es la virtud de una fotografía de paisaje: que el corazón encuentre un lugar donde quedarse”, Emmet Gowin.

Desde el 5 de septiembre y hasta el 7 de diciembre de este año, el Museo de Arte del Banco de la República de Bogotá recibe en sus salas la mayor exposición que hasta la fecha se ha realizado del artista norteamericano. Conformada por las colecciones Italia (1975-1985), Edith (1980-2000), Petra (1982-1985), Monte St. Helen’s (1980-1984), Fotografías Aéreas (1986-2012), y Mariposa nocturnas: Edith en Panamá (2001-2005), la retrospectiva fotográfica de 192 piezas, da cuenta de la belleza que, según el curador Carlos Gollonet, “tiene la capacidad de despertar en nosotros una rica variedad de recuerdos y emociones” y que, desde lo cotidiano, logra arrojar a nuestros ojos “poemas que contienen trazos de sus pensamientos íntimos”. 

De la serie “Mariposas nocturnas”

De la serie “Mariposas nocturnas”

 

Mariposas nocturnas

Asombran las imágenes cotidianas de la primera sección de la muestra. Se podría afirmar, incluso, que invitan al espectador a escudriñar en sus recuerdos familiares más recónditos. Así pues, no es extraño escuchar a visitantes de la muestra murmurar: “¿no se te parece a…?”, “¿Recuerdas aquella tarde que…?”. Las imágenes del artista consiguen desencadenar tal sensibilidad. Para Gowin, estas series de fotografías de una década de la familia de su esposa eran una “forma de corresponder” a los cuerpos y personalidades que “por amor, habían accedido a revelarse” y que le permitieron recobrar “ése estado de ánimo que es capaz de encontrar solemnidad en la vida diaria”. Pero, sin lugar a dudas, el “hilo conductor, la experiencia redentora” y el paisaje preferido del fotógrafo siempre ha sido su esposa, Edith Morris. Escribió acerca de ella: “mi corazón y mi mente la siguen a través de sus gestos, las habitaciones y los días”. En primeros planos de su rostro, en ángulos contrapicados y desnuda en medio de un bosque o de un río, en planos frontales de escenas cotidianas -casi escatológicas-, en cada rincón de su hogar y de su intimidad, en su juventud, en su senectud, reflexiva, desafiante, en medio de mariposas de la selva panameña y aun ausente, Edith siempre ha sido la musa, el leitmotiv, “el poema que ocupa el centro de la obra” de Emmet Gowin.

Cicatrices terrestres

Su esposa, su paisaje preferido.

Su esposa, su paisaje preferido.

El 18 de mayo de 1980 el Monte Santa Helena hizo erupción. Éste evento ha sido catalogado como uno de los más catastróficos del siglo XX, en los Estados Unidos; pero, paradójicamente, resultó ser definitivo para el giro que Gowin le daría a su profesión. Proponiéndose solamente documentar la tragedia volcánica, el artista descubrió la técnica de fotografía aérea y desde entonces quedó fascinado por las posibilidades que le permitía esta perspectiva; de manera que ha realizado proyectos de este tipo en República Checa, España y varios estados norteamericanos. El interés del fotógrafo por esta técnica radica no solo en las posibilidades, sino en la visión analógica que tiene del universo: “tuvimos nuestros orígenes en las estrellas. Con el paso del tiempo nos convertimos en los pensamientos de la materia y su conciencia”. Orientado por aquella conciencia que lo une al paisaje, Gowin ha ido construyendo una serie de fotografías aéreas que irradian la sensación de totalidad y belleza, a la vez que reflejan el horror y la devastación. Al observar las minas a cielo abierto de Chemopetrol (Litvínov, Lom, Osek, Duchcov) y sus desechos residuales en Bohemia (Checolovaquia); los cultivos de trigo en medio de bases de misiles balísticos (Colorado), la erosión y los vertederos (Nuevo México); las plantas de tratamiento de aguas tóxicas (Arkansas); las exploraciones mineras, los campos de pruebas nucleares y los almacenes de municiones (Nevada); las escorias de mineral de cobre en los cuerpos de agua (Arizona); la exploración de Uranio (Wyoming); los búnkeres de municiones (Utah) y los cráteres de subsidencia de pruebas nucleares (Oregón); el espectador podrá comprobar cuánto de humano hay en la piel de la tierra y cuán heridos nos podemos sentir con aquellas cicatrices terrestres; pues, más allá de una posible intención política o ambientalista, el artista nos conmueve, porque, según Gowin, cuando un paisaje “resulta profundamente deteriorado o brutalmente agredido, sigue estando hondamente animado desde dentro”.

Petra: la belleza del recuerdo

Instantes de luz en que la mente y el corazón convergen.

Instantes de luz en que la mente y el corazón convergen.

En las visiones de Petra se recoge la mirada íntima del fotógrafo. Emmet describe la ciudad a la manera de una epifanía del recuerdo: algo que había visto en la Biblia de su padre, “algo que había conocido siempre (…) la vida que había sido vivida antes de nosotros”. Para esta serie, el norteamericano alterna su técnica de gelatina de plata, trabajando sobre variaciones cromáticas. En las fotos se puede prestar atención a la luz que desenvuelve el amanecer, a los tonos rojizos y ambarinos que visten las montañas en la tarde o a los tonos sutilmente azulosos que advierten el misterio de la noche. Cada imagen es testigo de la experiencia recóndita, respetuosa y sincera de Gowin: “hay un silencio profundo que silba en el oído, una tranquilidad intensa, como si la luz o algo inaudito estuvieran respirando. Aguanto la respiración para asegurarme de que no soy yo: debe ser la tierra misma, que respira”.

Conmovidos; ya sea por la admiración a una técnica fotográfica impecable o por la cercanía a las escenas familiares o por la contemplación perpetua a la musa o por la transparente visión del paisaje agraviado o por el misticismo de la luz de una ciudad antigua; los asistentes a esta retrospectiva tendrán la suerte de encontrar, en un lugar del paisaje natural o humano de Gowin, el instante de luz donde sus mentes y sus corazones puedan converger.

Biviana García Segura

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