Una fuerte experiencia eclesial

CARMEN PEÑA | Participante en el Sínodo de la Familia

“La crisis actual no solo responde a errores de políticas económicas y financieras, sino también a fallas de naturaleza ética…”

 

Ha finalizado el Sínodo extraordinario de la Familia. Dos semanas intensas, de mucho trabajo, llenas de sensaciones que permiten dibujar un cuadro impresionista en algunas pinceladas:

-Universalidad de la Iglesia, presente y actuante en contextos y culturas muy diversas, con problemas, urgencias y ritmos distintos, con lo que ello lleva de riqueza y pluralidad, pero también de reto.

-Libertad y parresía para manifestar la propia postura, pero también escucha atenta, respeto del otro, diálogo fecundo, desde una sincera preocupación por el bien de la Iglesia y de las personas; y flexibilidad para ir avanzando y construyendo juntos, intentando integrar las distintas sensibilidades, aunque eso suponga ralentizar un poco la marcha.

-Colegialidad, cum Petro y sub Petro, bajo la atenta mirada del Papa, infatigable, presente en la práctica totalidad de las Congregaciones Generales.

-Voluntad de mostrar de modo más eficaz o inteligible la belleza del mensaje cristiano y de descubrir cómo propiciar un acercamiento y acompañamiento pastoral a tantas personas o familias envueltas en situaciones difíciles, dolorosas o injustas, sin descuidar la denuncia de los factores sociales, económicos, migratorios y laborales que minan la vida familiar, pero también sin miedo a revisar nuestra praxis pastoral, siempre con el fin último de la evangelización.

-Escucha atenta al sensus fidelium, reflejado tanto en el Instrumentum laboris como en los testimonios de los matrimonios presentes, si bien se echó de menos poder oír también a fieles heridos por la experiencia del fracaso conyugal.

-Sencillez de muchos obispos, a pesar de la –a veces exagerada– “etiqueta” vaticana.

-Acogida sincera de las aportaciones de los expertos y auditores laicos en las discusiones en los círculos menores.

-Humildad de saber la provisionalidad de las conclusiones sinodales y la necesidad de profundizar durante este año –tanto en las diócesis como a nivel de especialistas– en los caminos sugeridos para preparar el Sínodo ordinario de 2015, que será el que acuerde proposiciones concretas que presentar al Papa.

Se echó de menos poder oír también a fieles heridos por la experiencia del fracaso conyugal

 

Para completar el cuadro, cabría añadir, ya a nivel personal, alegría y gratitud por haber podido vivir desde dentro esta experiencia eclesial fuerte; conciencia de lo limitado del trabajo realizado y de los resultados obtenidos, pero, a la vez, de su importancia en cuanto fase de un lento proceso de maduración de la reflexión eclesial; y una profunda confianza en el Espíritu Santo que guía la Iglesia y que –lejos del inmovilismo escrupuloso, el buenismo frívolo, el rigorismo destructivo o la impaciencia desmoralizante– garantiza la sabiduría necesaria para mantener lo fundamental sin absolutizar lo accesorio, y para encontrar nuevas vías de llegar a los hombres y mujeres de hoy, siempre mirando a la salus animarum, la salvación y felicidad profunda de las personas.

En el nº 2.915 de Vida Nueva

 

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