Asia Bibi: “Creo en Dios y en su enorme amor”

La cristiana paquistaní Asia Bibi se agarra a la fe para sobrevivir al calvario de su condena a muerte

Las hijas de Asia Bibi.

Las hijas de Asia Bibi

outline-map-of-31n35-74e00-globe-rectangular-outlineETHEL BONET (PAKISTÁN) | Dicen que lo último que se pierde es la esperanza. Asia Bibi sigue teniendo fe y ve una pequeña luz al final del largo y oscuro túnel. Aún queda una última carta por jugar. A pesar de que el Tribunal Superior de Lahore ha confirmado la sentencia a muerte por blasfemia para esta cristiana paquistaní de 50 años, sus abogados presentarán un recurso de apelación al Tribunal Supremo de Islamabad a la espera de que se anule la condena.

El principal problema es que el caso de Bibi ha trascendido el ámbito legal para convertirse en un pulso entre los radicales y el Gobierno moderado de Pakistán. El mensaje de los islamistas es directo y claro: hay una ley que castiga con la pena capital a quien cometa blasfemia y el culpable debe pagar, al igual que aquel que defiende a un blasfemo. No sería la primera vez que un juez del Tribunal Supremo es asesinado por revocar una sentencia a muerte por delito de blasfemia. Ningún magistrado ha olvidado ni podrá olvidar el brutal asesinato, hace ya tres años, del juez de la Corte de Lahore Arif Iqbal Bhatti, quien absolvió a dos hermanos cristianos, Rehmat y Salamat Masih. Por ese motivo se aplazó hasta seis veces la vista de apelación de Bibi, porque ningún juez quiere juzgarla o anular la condena.

El 8 de noviembre de 2010, el juez de primer instancia Muhamed Naveed Iqbal, sin testigos ni investigación, condenó a Bibi a la horca, convirtiéndose en la primera mujer sentenciada a muerte en Pakistán. Desde entonces vive recluida en una celda de aislamiento en el corredor de la muerte. Los primeros años estuvo en la prisión de Sheikhupura, donde su salud se fue deteriorando. Por seguridad, fue trasladada a una cárcel de mujeres en Multán, a más de 600 kilómetros de la vivienda familiar en Lahore. Su marido, Ashiq Masih, y sus cinco hijos siguen luchando y rezando para que Bibi sobreviva a su calvario.

Aún recuerdo la primera vez que vi a Masih, el 11 de noviembre de 2010: estaba asustado, muy asustado, y desconfiaba de la prensa. No quería dar a conocer demasiados detalles sobre la condena a muerte de su mujer porque temía las represalias de los islamistas. Solo habían pasado tres días desde que el juez Iqbal dictó su veredicto y su caso aún no había salido a la luz. Pero después Masih se dio cuenta de que solo si el caso de su mujer era conocido internacionalmente habría una posibilidad de salvación para Bibi.

Manifestación por la liberación de Bibi.

Manifestación por la liberación de Bibi.

Desde nuestra primera visita, la familia de Bibi, y las organizaciones cristianas que la ayudan –entre ellas, Vast Vision Ministry y Sharing Life Ministry Pakistan– han mantenido una relación cercana con nosotros. Sidra, la hija mayor, es la que más está sufriendo la ausencia de Asia Bibi. Entonces solo tenía 16 años, y se había convertido casi en una madre para las dos pequeñas: Isha e Isham. Sidra ha tenido que ser fuerte, ya que es el apoyo de su padre y de sus hermanas menores.

Acusada por sus compañeras

Desde que ocurrió la terrible injusticia, la mañana del 14 de junio de 2009, la familia de Bibi no ha regresado a la aldea de Ittanwali, de donde son originarios, a 75 kilómetros de Lahore. Aquel día, Bibi firmó su sentencia de muerte, después de que unas compañeras musulmanas con las que trabajaba en el campo la denunciaran al mulá Muhamed Salam. Bibi estaba labrando la tierra junto con otras campesinas musulmanas cuando su capataz le ordenó traer agua para dar de beber. Cargada con un barreño, derramó un poco de agua sobre las ropas del capataz. Una campesina le dijo: “Aparta tus sucias manos de cristiana; vas a contaminar nuestra agua porque los de tu religión sois impuros”. Entonces, Bibi, cansada de aguantar insultos y agresiones de sus compañeras, profirió, presuntamente, una blasfemia contra Mahoma. Lo único que hizo fue defender que Jesús no estaría de acuerdo con las provocaciones de esas mujeres.

Yo no soy una criminal, no hice nada malo. He sido juzgada por ser cristiana. Creo en Dios y en su enorme amor. Si el juez me ha condenado a muerte por amar a Dios, estaré orgullosa de sacrificar mi vida por Él”, nos dijo una vez Shahzad Kamran, abogado y amigo de la condenada, reproduciendo una conversación con ella en la cárcel de Sheikhupura. Allí, Bibi le confesó que el juez Iqbal (quien dictó la sentencia) “entró en su celda y le ofreció que, si se convertía al islam, la dejaría libre”. Asia le respondió:

Prefiero morir como cristiana que salir de la prisión siendo musulmana.

 

Una trampa mortal

La ley sobre la blasfemia fue escrita por los colonos británicos en el siglo XIX, y hasta la década de los 80 no le crecieron los dientes, cuando el dictador Zia-ul-Haq decretó que insultar al profeta Mahoma era un crimen castigado con la muerte. Desde entonces, se ha hecho uso indebido como una herramienta para ajustar cuentas personales y discriminar contra las minorías. El principal problema es que esta ley es una trampa mortal y la mayoría de condenados son víctimas inocentes.

Salman Taseer.

Salman Taseer.

Todo aquel político que ha defendido la inocencia de Asia Bibi –el gobernador de Punjab, Salman Taseer, y el ministro de Minorías, el cristiano Shahbaz Bhatti– lo ha pagado con su vida. Taseer fue tiroteado en Islamabad el 4 de enero de 2011. El gobernador de Punjab era conocido por “luchar contra las injusticias, contra los abusos a aquellos que están indefensos”, nos explica su hija Sarah en entrevista con Vida Nueva. El legado que dejó Taseer a sus hijos fue enseñarles a “no tener miedo”. Pero este acérrimo defensor de las minorías en Pakistán pagó un precio demasiado alto.

El ministro de Minorías corrió la misma suerte y pagó con su vida la defensa por la libertad de Bibi. Bhatti fue asesinado a tiros el 2 de marzo de 2011. Unos meses antes de morir nos confesó que había estado recibiendo llamadas anónimas de “grupos ilegalizados islamistas”, amenazándole de muerte si continúaba adelante con el caso de Bibi. “No tengo miedo. Llevo más de treinta años luchando por los derechos de igualdad y justicia para las minorías”, declaró entonces el ministro. “He estado en la cárcel y he sido torturado durante el Gobierno de Nawas Sharif, cuando intentó implantar la sharia en Pakistán. He sobrevivido a dos intentos de asesinato”, agregó Bhatti. Pero a la tercera fue la vencida, y murió por apoyar firmemente la derogación de la ley sobre la blasfemia, y la puesta en libertad de Bibi.

Shahbaz Bhatti.

Shahbaz Bhatti.

A la comunidad cristiana de Pakistán (no más del 2% de los cerca de 190 millones de habitantes), no se le respeta sus derechos, vive en peligro, amenazada de muerte y ha sido objeto de atentados suicidas. El peor que se recuerda ocurrió el 21 de septiembre de 2013. Cerca de 80 feligreses murieron a la salida de misa después de que un terrorista suicida detonara su cinturón de explosivos contra la iglesia de Todos los Santos de Peshawar, capital de la provincia norteña de Khyber Pakhtunkhwa. Unos 600 fieles habían asistido a la misa dominical y se disponían a recoger los alimentos que la parroquia distribuye de forma gratuita, cuando el suicida se hizo saltar por los aires y se llevó consigo 79 almas, entre ellas siete niños y 35 mujeres.

En marzo de 2013, una turba de musulmanes incendió un total de 160 casas, dos iglesias y cuatro comercios en Lahore. Ante esta violencia y la poca protección que les ofrecen las autoridades, la minoría ha decidido formar patrullas vecinales para proteger sus barrios de sospechosos radicales.

En el nº 2.914 de Vida Nueva

 

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