Lasallistas comprometidos con la paz

“Desde el carisma educativo, le estamos arrebatando jóvenes a la guerra”

 

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“Jamás he conocido otro lugar donde la vida estuviera tan amenazada y, al mismo tiempo, donde la gente estuviera tan apegada a ella, y tan llena de amor por la vida”, comenta el Hno. Carlos Forero, religioso del Distrito Lasallista de Bogotá, mientras evoca sus años de educador y pastoralista en San Vicente del Caguán (Caquetá) entre 1999 y 2001, justo cuando el municipio era el epicentro de la llamada “zona de despeje” que dio lugar a las búsquedas de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla de las Farc. “Allí he visto también –agrega el Hno. Carlos– cómo a través de la cultura, el deporte y la organización social y ciudadana, centrada en los elementos del arte y de la expresión, se puede colaborar en construir y reconstruir el tejido social y el tejido humano”.

Miembros del Distrito Lasallista de Bogotá

Miembros del Distrito Lasallista de Bogotá

La presencia de los lasallistas en San Vicente del Caguán data de los años 80, cuando recibieron la invitación del actual presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, quien en ese momento era el obispo del vicariato apostólico de San Vicente–Puerto Leguízamo y les propuso a los Hermanos asumir el colegio Nacional Dante Alighieri, encargándose de la educación de los niños y los jóvenes que llegaban al casco urbano del municipio en búsqueda de alternativas ante el conflicto armado. Le correspondió al Hno. Antonio Bedoya Cardona, provincial de ese tiempo, hacer las consultas pertinentes y, al poco tiempo, él mismo asumió la dirección de la primera comunidad de Hermanos que desde 1989 ejercen su carisma educativo, comprometidos con la construcción de la paz de la región.

Creatividad y profetismo

En 2008, en el sur del departamento de Bolívar, en la ciudad de Magangué, los Hermanos abrieron el Voluntariado Misionero Lasallista, una obra que aunque no corresponde al modelo clásico de educación formal en colegios y escuelas, se inspira en la tradición educativa de san Juan Bautista de La Salle –el patrono de los educadores– y se postula como una experiencia de acogida, acompañamiento y formación pastoral de jóvenes que dedican seis o doce meses de su vida a la misión de la Iglesia, insertos en comunidades ribereñas y en comunión con el plan pastoral diocesano. En su momento, monseñor Jorge Leonardo Gómez Serna –hoy obispo emérito– les confió la formación de los catequistas y los docentes de Educación Religiosa Escolar, a lo largo y ancho de la jurisdicción eclesiástica, para lo cual nombró a un equipo itinerante e intercongregacional coordinado por el Hno. Pedro Galvis Díaz. Asimismo, con el tiempo, la comunidad del Voluntariado Misionero ha venido articulando su acción evangelizadora con algunas organizaciones sociales como Redepaz, la Corporación Tiempos de Vida, la corporación por la Magangueleñidad y la Cámara de Comercio de Magangué, entre otras.

¿Qué llevó a los hijos de san Juan Bautista de La Salle a asumir su carisma y su misión educativa evangelizadora con creatividad y profetismo, encausando sus esfuerzos hacia la construcción de experiencias favorables a la paz? El Hno. Carlos comenta que, “básicamente, la reflexión del Distrito Lasallista de Bogotá se ha encaminado en torno a hacer una lectura de la realidad, y esa realidad dice que llevamos décadas enteras, casi un siglo, viviendo bajo un conflicto que ha configurado en nosotros una dinámica de violencia, una cultura que se ha arraigado y legitima la resolución violenta del conflicto”.

Bajo el crisol de la paz

lasalle3Visto así, y bajo el crisol de la paz, los lasallistas asumen que su misión educativa y su acción pastoral no son ajenas a las preocupaciones de la Iglesia y de la sociedad colombiana. Comulgan con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y responden a los anhelos de los hombres y las mujeres de hoy.

Si para san Juan Bautista de La Salle, su fundador, la situación de Francia a finales del siglo XVII lo llevó a considerar que su Instituto era de “grandísima necesidad” para la salvación de “los hijos de los artesanos y de los pobres”, para los Hermanos de La Salle en Colombia, “los hijos de los artesanos y de los pobres” de este tiempo están marcados por el conflicto armado, por la violencia inclemente y por la desesperanza. Ante esto las intuiciones de su fundador cobran nuevos sentidos: mirar todo con los ojos de la fe y hacer todo con la mira puesta en Dios, construir comunidades fraternas y acogedoras para reconstruir la fraternidad herida, animar con celo la pasión por construir experiencias de reconciliación que aceleren la llegada del Reino de Dios entre los más pobres… son tan solo algunas lecturas de su carisma tricentenario desde una tierra que anhela la justicia y la paz.

Un trabajo pedagógico y pastoral

Los lasallistas, conscientes de su rol de educadores, consideran que “la violencia no es una cuestión dada por naturaleza sino que hemos aprendido, social y culturalmente, a resolver violentamente los conflictos”. Pero, también apuntan, “tenemos la posibilidad de desaprender lo que hemos aprendido y de volver a aprender una manera de relacionarnos y eso se hace desde un trabajo eminentemente pedagógico y pastoral, lo cual es esencial a nuestro carisma”.

De ahí que el Distrito Lasallista de Bogotá, con su presencia educativa en Bogotá, Bucaramanga, Cartagena, Cúcuta, Gigante, Magangué, San Vicente del Caguán, Sogamoso, Villavicencio, Yopal y Zipaquirá, a través de 17 obras ha construido espacios y sinergias para ampliar su radio de acción y de compromiso con la paz.

En Villavicencio, por ejemplo, hace más de una década se fundó la escuela La Reliquia, que favorece a una población altamente vulnerable. También se realiza una labor de proyección social en un área de invasión que se encuentra justamente detrás del colegio.

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La Universidad de La Salle cuenta con el proyecto Utopía, un campus universitario rural, altamente cualificado, que se encuentra a las afueras de Yopal (Casanare) y se ocupa de la formación profesional, social y política de jóvenes campesinos, con capacidades de liderazgo y amor por la tierra, que viven y estudian en el campus, de la mañana a la noche, en períodos cuatrimestrales. “Estamos arrebatándole jóvenes a la guerra”, acostumbra decir el rector de la Universidad, el Hno. Carlos Gómez Restrepo, el más comprometido con esta gran utopía.

La lista continúa. El Instituto San Bernardo, en Bogotá, sostiene un centro de proyección social en los Altos de la Florida, en el vecino municipio de Soacha, en alianza con una congregación religiosa femenina y con otras organizaciones como la FAO y la Organización Panamericana de Salud. En Sogamoso, como en Zipaquirá y en otras obras de Bogotá como el Instituto Técnico Central, el Liceo Hermano Miguel y la Institución Educativa Juan Luis Londoño, la pastoral juvenil no mide sus esfuerzos en su compromiso con la justicia y la paz, particularmente entre los más pobres, mediante acciones educativas de refuerzo escolar, catequesis y formación de líderes.

Más que negociaciones

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Trabajar por la paz, desde un carisma educativo implica, fundamentalmente, partir de una profunda convicción en el mensaje del Evangelio: “nuestro compromiso por la paz se enfoca hacia la construcción de fraternidad, de humanidad, de igualdad y, en este sentido, abrazar un carisma educativo significa abrazar a ese Jesús humano, fraterno, que convoca y congrega a todos en un proyecto de paz que es común a la humanidad entera, sin distinciones de raza ni de religión”.

A nivel nacional, la comunidad de La Salle es una de las instituciones que apoyan algunas iniciativas del Secretariado Nacional de Pastoral Social, como la Semana por la paz y el Pacto por la paz. De manera particular han procurado colaborar y aportar en todo lo que tiene que ver con el tema pedagógico. “Necesitamos una pedagogía que nos sensibilice para desaprender ese carácter violento y también una pedagogía que nos enseñe a aprender otra manera de relacionarnos”, comenta el Hno. Carlos Forero. Los lasallistas están convencidos de que la paz es mucho más que un asunto de negociaciones: “También tenemos que desarmar ese ethos cultural violento que las circunstancias nos fueron configurando”, concluye el religioso.

Texto: Óscar Elizalde Prada

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