La mirada del obispo Bonny

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Monseñor Johan Bonny es el obispo de Amberes, en Bélgica, y acaba de escribir una carta después de su lectura del Instrumentum laboris, el documento de trabajo para los obispos convocados al sínodo sobre la familia que por estos días se lleva a cabo en el Vaticano. Esta es una síntesis de esa carta, que es una mirada a fondo sobre los temas sinodales.

Del 5 al 19 de Octubre se reúne en Roma un Sínodo de obispos sobre el tema de Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la Evangelización. En preparación a este Sínodo, el Vaticano envió un cuestionario a los obispos y a las personas interesadas. A pesar del tiempo muy corto para reaccionar, este cuestionario recibió mucho eco en el mundo entero.

“Espero del sínodo que devuelva a la conciencia su lugar”

“¿Usted, como obispo, cómo ve este próximo Sínodo?”. Muchas veces he escuchado esta pregunta en estos últimos meses. Por supuesto, no puedo prever desde ahora lo que se dirá en el Sínodo ni cómo los obispos con el papa Francisco hablarán del matrimonio y de la familia. Deseo, sin embargo, formular en esta nota algunas expectativas personales. Las formulo en nombre propio. Las formulo, además, como obispo de Europa Occidental, sabiendo que obispos de otras regiones de Europa o de otros continentes pueden tener opiniones divergentes.

¿Muchas opiniones y una sola Iglesia?

Plenaria del Concilio Vaticano II

Plenaria del Concilio Vaticano II

La brecha creciente entre la enseñanza moral de la Iglesia y las opiniones morales de los creyentes revela una problemática en la cual intervienen muchos factores. Uno de ellos refiere a la manera como esta materia ha sido ampliamente retirada de la colegialidad de los obispos y vinculada casi exclusivamente al primado del obispo de Roma. En el seno mismo del problema ético del matrimonio y de la familia surge una pregunta eclesiológica: la de la justa relación entre el primado y la colegialidad católica. Todos los debates que se han llevado a cabo después del Concilio Vaticano II sobre el matrimonio y la familia, en uno u otro sentido, tienen que ver con este tema de eclesiología.

Pablo VI

Pablo VI

Durante todo el Concilio Vaticano II, los obispos y el Papa se esforzaron por alcanzar el consenso más elevado posible. Todos los documentos fueron evaluados con atención, fueron escritos varias veces, hasta que casi todos los obispos pudieron dar su aprobación. Numerosos textos tuvieron que recorrer tres sesiones del Concilio antes de ser aprobados. Varias veces, el papa Pablo VI intervino personalmente para ir al encuentro de los que dudaban, a través de una adaptación del texto o de una nota adicional. Para las Constituciones más importantes, algunos obispos y teólogos belgas trabajaron días y noches para introducir enmiendas en textos que pudiesen llevar a la adhesión de todos. Las cifras lo confirman: todas las Constituciones y Decretos del Vaticano II, aun las más difíciles, fueron finalmente aprobadas por un consenso casi general. De este tipo de colegialidad no quedó casi nada, tres años más tarde, con la publicación de la Humanae Vitae. Que el Papa tomase una decisión acerca de “los problemas de la población, de la familia y de la natalidad” estaba previsto por el Concilio. Que abandonase en este caso la búsqueda colegiada del más grande consenso no estaba previsto en el Concilio. En cuanto a la forma, Pablo VI tomó, ciertamente, su decisión en alma y conciencia, con una percepción aguda de su responsabilidad personal ante Dios y la Iglesia. En cuanto a la forma, su decisión iba contra la opinión de la comisión de expertos que él mismo había nombrado, de la comisión de cardenales y obispos que había trabajado este tema, del Congreso Mundial de Laicos (1967), de la gran mayoría de teólogos, moralistas, médicos y científicos y de la mayoría de las familias católicas comprometidas, por lo menos, en nuestro país.

Esta discordia no puede prolongarse. La unión entre la colegialidad de los obispos y el primado del obispo de Roma, tal como se realizó en el Concilio, debe restaurarse. Espero que el próximo Sínodo sea muy benéfico en este punto.

Polémica alrededor de Humanae Vitae20130314nw553

Como en otros países, los obispos de Bélgica se encontraron después de la publicación de la encíclica Humanae Vitae ante una tarea difícil. ¿Cómo quedar unidos al Papa y, al mismo tiempo, ser fieles al Concilio?

Un mes después de la publicación de la Humanae Vitae los obispos belgas publicaron una declaración común. En su texto, los obispos de Bélgica, en la línea de la tradición católica y de la constitución Gaudium et Spes, avanzaban el argumento de la conciencia personal. Por eso, podemos leer, por ejemplo: “Sin embargo, si alguien, perito en la materia y capaz de formarse un juicio personal bien establecido –lo que supone necesariamente una formación suficiente–, llega, sobre algunos puntos, después de un examen serio ante Dios, a conclusiones distintas, está en su derecho de seguir sobre este punto su convicción con tal de que siga dispuesto a continuar su búsqueda con lealtad”.

La variedad, no el monolitismo, ayuda a que se desarrolle la inagotable riqueza del Evangelio

¿Qué espero del próximo Sínodo? Que devuelva a la conciencia su lugar correcto en la enseñanza de la Iglesia, en la línea de Gaudium et Spes. ¿Se resolverán entonces todos los problemas? Ciertamente que no. No es algo simple ver cómo la conciencia llega a una decisión responsable. ¿Qué es una conciencia bien formada? ¿Cómo puede conocer la ley que Dios “depositó en nuestros corazones”? ¿Cómo se sitúa la conciencia respecto del magisterio de la Iglesia o, al contrario, cómo el magisterio de la iglesia se sitúa respecto de la conciencia? ¿Cómo la conciencia puede tomar en cuenta el “principio de gradualidad” y de la pedagogía del progreso gradual en el proceso de crecimiento al cual nadie escapa? El Sínodo no debe responder a todas estas preguntas, pero espero, sin embargo, que les dará la atención deseable.

En mi opinión, el próximo Sínodo de obispos traerá poco a la evangelización del matrimonio y de la familia si no restablece primero el diálogo con la larga tradición de teología moral de la Iglesia. Distintos modelos de teología moral siempre han funcionado en la Iglesia. Solamente en la complementariedad estos modelos pueden hacer justicia a la búsqueda múltiple a través del pensamiento humano acerca de la verdad y de la bondad. Lo que escribe el papa Francisco en Evangelii Gaudium me parece importante: “Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respecto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio”.

Cuestión de lenguaje

Yo he debido constatar a menudo cómo el lenguaje de la Iglesia puede ser hiriente para algunas personas en ciertas situaciones. Quien quiera entrar en diálogo debe guardarse de utilizar calificativos que tropiezan con la realidad vivida y resuenan de una manera muy humillante. Algunos de nuestros documentos eclesiásticos necesitan una revisión urgente en este punto. Cuando hablo a las personas, yo no puedo utilizar ciertas formulaciones de documentos de la Iglesia sin juzgarlos injustamente, hiriendo profundamente y transmitiendo una imagen errónea de la Iglesia.

blogellas K y P están casados desde hace 30 años y tienen cuatro hijos (es alrededor de tres veces la media del número de hijos en una familia belga). Luego del nacimiento del cuarto hijo, ellos han alcanzado el límite de lo que podían buenamente llevar y han decidido, por la contracepción, no acoger a otro niño más. ¿Se puede decir sin más de estos padres con cuatro hijos, por motivo de su método de control de nacimientos, que ellos falsean el amor conyugal, que han roto la ligazón esencial entre el matrimonio y la fecundidad, y que ellos no se dan enteramente el uno al otro? ¿O, más bien, no hay que apreciar su paternidad generosa, su coraje en el cuidado que ellos cultivan, tanto de su relación como en la construcción continua de un hogar abierto para sus hijos? 

enfemenino A y L han hecho de todo para tener un hijo. Porque L se aproxima a los 40 años, el tiempo ha comenzado a presionarla. Su mutuo deseo de tener un hijo es noble y generoso, animado además por una profunda fe cristiana. Debido a los problemas médicos, ellos han recurrido a una fecundación in vitro homóloga. ¿Se puede decir en general de esta pareja, en razón de esta intervención médica, que ellos han hecho dominar la técnica sobre el valor de la persona humana, que su acto es contrario a la dignidad humana de padres e hijos, y que ellos ven al hijo como una propiedad personal? ¿O, más bien, puede comprendérselos en su deseo profundo de asociar amor y fecundidad, y en la espera que su deseo de hijos pueda ser colmado gracias a la ayuda de médicos competentes y conscientes?

veooz J y M tienen ambos veinticinco años y han finalizado sus estudios superiores; ellos han encontrado trabajo y viven juntos sin estar casados; su intención es permanecer juntos y fundar una familia. Sus padres y toda la familia tienen confianza en el modo en que ellos buscan conjuntamente su camino en la vida. ¿Debe decirse a priori de estos jóvenes, por razón del hecho de no ser casados, que ellos han optado por una convivencia a prueba, que la razón humana denuncia su elección como inaceptable y que ellos se tratan mutuamente de una manera que va en contra de la dignidad humana y del fin del amor? ¿O, más bien, hay que animarlos en la elección que hacen el uno del otro, en la esperanza de que su relación pueda desarrollarse hasta un matrimonio civil y sacramental?

Más respeto

Es evidente que estas situaciones merecen más respeto y un juicio más matizado que el que puede aparecer en algunos documentos de la Iglesia. El mecanismo de condenación y de exclusión que de ellos se desprende no puede más que obstruir el camino de la evangelización. El “acompañamiento en el camino” (en la vida) y la “fraternidad” tienen poco lugar en un lenguaje tal. Sobre este punto la Iglesia debe aprender a hablar como una madre, así como ha escrito el papa Francisco: “Ella (la misión del predicador) nos recuerda que la Iglesia es madre y que ella predica al pueblo como una madre habla a su hijo, sabiendo que el niño tiene confianza en que todo lo que ella le enseña será para su bien porque él se siente amado. Además, la madre sabe reconocer todo lo que Dios ha sembrado en su hijo, ella escucha sus preocupaciones y aprende de él. El espíritu de amor que reina en una familia guía tanto a la madre como al hijo en su diálogo, donde se enseña y se aprende, donde se corrige y se aprecian las buenas cosas”.

La comunión del divorciado

Una de las cuestiones surgidas en varios países es el problema de las personas divorciadas que se han vuelto a casar y su exclusión de la comunión eucarística. El Instrumentum laboris señala al respecto: “Un buen número de respuestas hablan de los muchos casos, especialmente en Europa, América y en algunos países de África, donde personas claramente piden recibir el sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía. Esto ocurre primariamente cuando sus hijos reciben los sacramentos. A veces, expresan el deseo de recibir la comunión para sentirse “legitimados” por la Iglesia y para eliminar el sentido de exclusión o marginación. A este respecto, algunos recomiendan considerar la práctica de algunas iglesias ortodoxas, las cuales, en su opinión, abren el camino para un segundo o tercer matrimonio de un carácter penitencial […] Otros piden clarificación de si esta solución está basada en la doctrina o es solamente una cuestión de disciplina” (95). Me gustaría hacer tres observaciones en relación con este tema. 

“Estoy convencido de que la Iglesia tiene mandato de explorar el acceso de los divorciados a la Eucaristía”

La primera se centra en la estrecha conexión que la doctrina católica actualmente hace entre el sacramento del Matrimonio y el sacramento de la Eucaristía. No hay duda de que ambos están relacionados. La vida sacramental de la Iglesia es un todo orgánico en el cual un sacramento abre y reabre el acceso al otro. Es posible preguntarse, no obstante, si acaso la indisolubilidad del matrimonio entre un hombre y una mujer puede ser comparada directamente con la indisolubilidad del vínculo entre Cristo y su Iglesia. Esta “aplicación” a la cual Pablo hace referencia en su carta a los Efesios no es una “identificación”.

Ambas indisolubilidades tienen diferentes significados salvíficos. Se relacionan una con otra como “signo” y “lo significado”. Lo que Cristo es para nosotros y lo que él hizo por nosotros continúa trascendiendo toda vida humana y eclesial. Ningún “signo” específico puede adecuadamente representar la “realidad” de este lazo de amor con la humanidad y con la Iglesia. 

Monseñor Johan Bonny, obispo de Amberes, Bélgica

Monseñor Johan Bonny, obispo de Amberes, Bélgica

Mi segunda observación tiene que ver con la participación en la Eucaristía. En conformidad a las actuales enseñanzas y disciplina, a las personas que están divorciadas y vueltas a casar no se les permite recibir la comunión porque su nueva relación después de un matrimonio roto no es más un “signo” del lazo indestructible entre Cristo y la Iglesia. Esta línea de argumento claramente tiene importancia. Al mismo tiempo, sin embargo, uno debiera hacer la pregunta si se dice todo lo que debiera ser dicho sobre la vida espiritual del individuo y sobre la Eucaristía. Las personas que están divorciadas y vueltas a casar también necesitan la Eucaristía para crecer en unión con Cristo y con la comunidad de la Iglesia y para asumir su responsabilidad como cristianos en su nueva situación. La Iglesia no puede simplemente ignorar sus necesidades espirituales y su deseo de recibir la Eucaristía “como un medio para la gracia”.

Mi tercera observación responde la pregunta si la exclusión de las personas que están divorciadas y vueltas a casar de la comunión refleja propiamente la intención de Jesús con respecto a la Eucaristía. Para comprender la Eucaristía correctamente tenemos que tener en mente que una gran compañía de publicanos y pecadores estaban en la mesa con Jesús (Lucas 5, 27-30); que Jesús escogió este contexto para decir que él no había venido por los justos sino por los pecadores (Lucas 5, 31-32); que a todos los que habían venido de lejos y de cerca a escuchar la palabra de Jesús les fue dado compartir el pan con Jesús y los apóstoles (Lucas 9, 10-17); que cuando tú das un banquete debes invitar especialmente a los pobres, los tullidos, los cojos y los ciegos (Lucas 14, 12-14); que el padre compasivo dio el mejor banquete posible al hijo pródigo, lo que irritó a su hermano mayor (Lucas 15, 11-32); que Jesús le lavó los pies a los discípulos, Pedro y Judas incluidos, antes de la última cena, y les encargó seguir el ejemplo siempre que lo recuerden a él (Juan 13, 14-17). Si Jesús mostró tal apertura y compasión acerca de la mesa común en el Reino de Dios, entonces estoy convencido de que la Iglesia tiene un mandato firme de explorar cómo puede dar acceso a la Eucaristía bajo ciertas circunstancias a las personas que están divorciadas y casadas nuevamente.

Otras prioridades

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¿Cómo la Iglesia lidia con situaciones “irregulares” en estas y en situaciones comparables? Me gustaría concluir aquí con una palabra desde la perspectiva de los hijos y nietos. Como todo obispo, regularmente visito parroquias para el sacramento de la Confirmación.  La mayoría de los confirmandos en mi parroquia son niños de 12 años de edad. Muchos son hijos de un segundo matrimonio o de combinaciones familiares nuevas. En cada ocasión me confronto con una gran comunidad de niños, padres, abuelos y otros miembros de la familia. Estoy consciente de que la mayoría solo participa rara vez en la Eucaristía, pero también sé que esa celebración es importante para ellos. Los niños que están siendo confirmados reúnen sus familias en una celebración que tiene un profundo significado, entre otras razones, por la conexión religiosa entre las distintas generaciones. Además, tales celebraciones frecuentemente dan una infrecuente “tregua” a algunas familias en la cuales las frustraciones mutuas y los conflictos son dejados de lado por un momento. Cuando llega el momento de la comunión, la mayoría de los miembros de las familias espontáneamente se acercan al altar para recibir la comunión. No me puedo imaginar lo que significaría para los niños y para su futuro lazo con la comunidad de la Iglesia si les rehusara la comunión en ese momento a sus padres, abuelos y a otros miembros de la familia que se encuentran en situaciones matrimoniales “irregulares”. Sería fatal para la celebración litúrgica y, principalmente, para el desarrollo posterior de la fe de los niños involucrados. En tales circunstancias, surgen otras prioridades teológicas y pastorales que van más allá de la pregunta por el matrimonio sacramental. Tales situaciones demandan mayor reflexión sobre las enseñanzas como sobre las prácticas de la Iglesia. El Instrumentum laboris correctamente alude a este asunto.

Texto: Javier Darío Restrepo

Fotos: 3JOU A Van Lier Robbe, VNE, Blog Ellas, En Femenino, Knack, Veooz, Wikipedia, Guilhermechenta.

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