Francisco Antonio Cano: la mano luminosa

El Museo Nacional rinde homenaje al artista antioqueño

Horizontes, 1913

Horizontes, 1913

Más de ochenta obras se exhiben en este momento en el Museo Nacional para rendir homenaje al artista antioqueño Francisco Antonio Cano (1865-1935), en palabras de Santiago Londoño, “uno de los académicos más importantes del país, impulsor de la enseñanza de las artes plásticas, reconocido retratista y precursor del género del paisaje en Antioquia”.

La exposición presenta un panorama de la diversidad temática, técnica y estilística desarrollada por Cano, en un recorrido cronológico que evidencia su transformación de artesano autodidacta de origen rural a artista académico independiente.

Yarumal, Medellín y París

Carolina-Cárdenas-Núñez1930

Carolina Cárdenas Núñez, 1930

Como señala Londoño, curador de la muestra, Cano nació en el seno de una humilde familia rural. Con su padre aprendió las primeras letras y se familiarizó con distintos trabajos manuales. “Mis ojos se acostumbraron a mirar labrar metal (recordaba el hijo del artesano), a ver surgir de las manos del obrero el vaso cincelado, la joya trabajada pacientemente. Yo empecé a pintar monos en la pizarra, en los libros y, luego, poco a poco, sin darme cuenta, los iba trasladando al papel”.

En 1885, viajó a Medellín con la intención de llegar hasta Bogotá para estudiar grabado. Sin embargo, la guerra de ese año lo obligó a permanecer en la ciudad. Allí lo acogió el abuelo del futuro fotógrafo Melitón Rodríguez; asistió a un colegio privado y estudió con el pintor caucano José Ignacio Luna.

Cano subsistió como retratista, dictó clases de pintura y dibujo, y desarrolló interés como fotógrafo, grabador, ilustrador y editor. En 1892 promovió la realización de la primera exposición de arte que conoció Medellín. Fue el pionero de la pintura de paisajes en Medellín y participó en la creación de las dos primeras revistas ilustradas que tuvo Antioquia: El Repertorio (1896-1897) y El Montañés (1897-1899).

En 1897 se trasladó a Bogotá, donde permaneció casi un año. Por encargo oficial pintó los retratos de los expresidentes Rafael Núñez y Carlos Holguín, y entabló amistad con artistas y escritores. Luego de dos años de gestiones, el Congreso le asignó una beca de seis mil pesos, gracias a la cual viajó a estudiar a Europa en 1898. Ingresó a las academias Julian y Colarossi en París. 

Regreso a Medellín

Según afirma el curador, “cuando volvió a Medellín, a comienzos de 1901, Cano tenía la esperanza de poder ejercer su profesión y trasmitir sus conocimientos, pero pronto se vio enfrentado a dificultades para obtener el sustento, a pesar de que era visto como el redentor artístico de Antioquia”. Nuevamente dictó clases, hizo lápidas de mármol, vendió boletas para rifar sus cuadros y emprendió una nueva aventura editorial: en compañía del escultor Marco Tobón Mejía y otros amigos, publicó la revista Lectura y arte (1903-1906).

Luego de muchos esfuerzos consiguió que se creara en 1910 el Instituto de Bellas Artes, donde enseñó pintura, dibujo y escultura y formó a toda una generación de artistas antioqueños que prolongaron sus enseñanzas.

En 1912 se trasladó con su familia a Bogotá, gracias al nombramiento como director de la Litografía Nacional que le hizo su amigo Carlos E. Restrepo (1867-1937), entonces presidente de Colombia (1910-1914). “Buscaba asegurar su situación y darle educación a sus hijos”.

Bogotá, 1912-1935

La niña de las rosas, 1904

La niña de las rosas, 1904

Desde su cargo en la Litografía Nacional, consiguió formar parte del medio artístico y académico bogotano. Siguió con su labor creativa en pinturas históricas y esculturas conmemorativas hechas por encargo, así como en diversas obras de tono costumbrista y académico. A veces se apartó de ellas para pintar lo que le dictaba su inspiración: “tal fue el caso de Horizontes (1913), una de sus obras más destacadas”, indica Londoño. 

Luego de dificultades y polémicas, en 1922 se inauguró su escultura en homenaje a Rafael Núñez,  localizada hoy en uno de los patios del Capitolio Nacional, una de sus obras más ambiciosas. Cano consolidó su prestigio como académico y artista, sin embargo, “recibió con desinterés la difusión de corrientes artísticas como el cubismo y  el dadaísmo”. “Los nuevos artistas y escritores colombianos, informa el guión de la muestra, comenzaban a interesarse por un arte de corte antiacadémico y nacionalista, que buscaba ‘obedecer al llamado de la tierra’, como dirían los Bachués”.

Últimos años

A Cano lo nombraron rector de la Escuela de Bellas Artes en 1923, cargo que desempeñó hasta 1927, cuando renunció, “agobiado por los conflictos internos”, indica el curador. En 1930 lo eligieron integrante de la Academia Colombiana de Bellas Artes, correspondiente a la de San Fernando, en Madrid, “que buscaba promover y proteger el patrimonio cultural de Colombia”.

Durante sus últimos años produjo esculturas y pinturas conmemorativas de personajes nacionales y regionales. Además de los encargos, continuó elaborando una interpretación más íntima del paisaje, en la que aprovechó las lecciones de libertad del color, la composición, la pincelada del impresionismo.

En su testamento, Cano señaló que moría fuera de toda religión y dispuso que lo enterraran bajo tierra, sin ninguna identificación. “Pobre, marginado y criticado como artista académico por las nuevas generaciones, falleció en Bogotá a los 69 años, el 10 de mayo de 1935”. Este mismo año, el arquitecto y artista Pedro Nel Gómez (1899-1984) inició los frescos del Palacio Municipal de Medellín (hoy Museo de Antioquia), los cuales contribuyeron a marcar una nueva etapa en el arte antioqueño y colombiano. 

Cabeza de Gómez Méndez (no fechada)

Cabeza de Gómez Méndez (no fechada)

Horizontes

La exposición otorga un lugar privilegiado a Horizontes y presenta una interpretación de su composición. La obra fue diseñada a partir de una cuidadosa estructuración geométrica basada en “la proporción áurea”, concepto antiguo que simboliza el ideal de perfección.

En el cuadro un sistema de perpendiculares, paralelas y diagonales ayuda a disponer la posición y orientación de las figuras, así como a crear énfasis claves que dirigen la mirada del espectador.

El centro geométrico de la composición está en el lugar del corazón del hombre, el cual, a su vez, se encuentra alineado con el del niño y con la orientación del brazo izquierdo extendido. Los ojos de los padres están alineados por la misma línea imaginaria.

Horizontes no fue una invención casual o espontánea”, indica Londoño, “sino una imagen construida cuidadosamente a partir de conocimientos académicos; a ello se debe el equilibrio entre sus elementos y la armonía del conjunto”.

Texto: Miguel EstupiñánFotos: Museo Nacional de Colombia.

Compartir