Prostitutas en nombre de la religión

Manos Unidas y los jesuitas ayudan a las mujeres devadasi, esclavas en templos de la India

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Prostitutas en nombre de la religión [ver extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA FOTOS: MANOS UNIDAS. | En pleno 2014, y pese haberse abolido oficialmente en 1982, continúa existiendo en la India el triste fenómeno de las mujeres devadasi, especialmente al norte del Estado de Karnataka, donde unas 25.000 chicas de todas las edades (incluidas menores de hasta tres años) lo padecen.

outline-map-of-15n15-76e30-globe-rectangular-outlinePero, ¿qué son las devadasi? Lo explica a Vida Nueva la responsable de Proyectos de Manos Unidas para la costa oeste india, Cayetana Iribarnegaray:

Casi siempre son niñas, que son ofrecidas a templos de las diosas Yallamma o Hulgamma. Sus familias las dejan para que vivan ya allí, al servicio de los sacerdotes y de gentes de las clases altas. ¿Cómo? Al alcanzar la pubertad, se convierten en un bien público, por lo que pasan a ser esclavas sexuales, teniendo que mantener relaciones con quienes se les diga y sin ningún derecho en absoluto (…) Es una prostitución ejercida en nombre de la religión, lo que habla por sí solo.

A la hora de ofrecer una causa de por qué sucede esto, Iribarnegaray pasa del contexto general del país a las situaciones particulares de las familias:

Todas las devadasi pertenecen a la casta de los dalits, los intocables. Hablamos de comunidades que están obligadas a vivir en las afueras de las ciudades y aldeas, que incluso tienen prohibido beber del agua de un pozo que esté dentro del municipio. Hablamos de un grupo humano que, pese a hacer ya mucho tiempo desde que las castas fueran abolidas en la Constitución india, tienen tan interiorizado su situación de invisibilidad que mantienen esos estigmas en el paso entre generaciones. En definitiva, hablamos de un colectivo en el que, abajo del todo, están las mujeres, que no solo son discriminadas por la sociedad, sino por sus propias familias.

Porque lo que más lamenta la responsable de Manos Unidas es que “sean las propias familias las que entregan a sus hijas por egoísmo, por considerarlas menos valiosas que al resto. Así, en primer lugar, las dan a los templos a cambio de dinero. Pero también porque creen, por tradición, que mandándolas allí podrán solucionar alguna necesidad por la que atraviesen. Por un simple prejuicio, creen que al dar a su hija podrán recuperarse de una enfermedad o, incluso, que la diosa los bendecirá para concebir el deseado varón que no llega… Y eso les lleva a convertir en prostitutas a sus hijas”.

Porque a estas, una vez que entran en los templos, ya solo les espera un futuro sin futuro:

Partimos de la base de que lo más habitual es que, siendo apenas unas crías, ya tengan varios hijos y suelen padecer sida. Además, tienen prohibido casarse, haciéndoles creer que, si lo hacen, recaerá una maldición sobre sus familias. Por si fuera poco, cuando ya no son útiles en el templo, previo pago a sus familias, las acaban vendiendo a prostíbulos de las principales ciudades del país. Al final, una vez que estas ya no tienen dónde ir, se dedican a ser mendigas en las calles, cargando a cuestas con sus hijos, enfermas y portando una imagen de la diosa a la que supuestamente han servido.

Por todo ello, Iribarnegaray exige una actuación nítida a las autoridades públicas: “Es cierto que esto se abolió hace mucho, pero nunca han hecho nada para concienciar a la sociedad y que todos, empezando por los intocables, conozcan de una vez los derechos que los amparan y los prejuicios tradicionales que los esclavizan, empezando por las mujeres”.

 

Un reto ambicioso

Manos Unidas no se limita a la denuncia, sino que, apoyándose en una comunidad jesuita que trabaja desde 2005 en Sindargi, en el distrito de Bijapur (distrito norteño del Estado de Karnataka), busca que su centro de acogida, en el que dan cobijo a algunas mujeres devadasi, pueda llegar a albergar muy próximamente a 450. Como explica Cayetana Iribarnegaray, 75 serían propiamente devadasi (a las que se trataría de involucrar en talleres de costura, informática o inglés con los que ya cuentan los religiosos), 300 serían hijas de estas (para tratar de que se formen en escuelas de la zona y puedan huir de su destino) y otro centenar serían niños huérfanos, muchos de ellos hijos de enfermas de sida, y a los que atenderían.

Puede parecer poco, pero, como afirma emocionada la responsable de la institución católica, es mucho lo que se puede hacer: “Me quedo con el caso concreto de Renuka, que fue vendida por su abuela al templo cuando tenía tres años para que se curaran sus padres. Más tarde, fue entregada por su tía a un burdel de Bombay, para que no se casara nunca y no recayera una maldición sobre su familia… Hoy, gracias al centro, ha completado estudios preuniversitarios y está bien”.

En el nº 2.911 de Vida Nueva

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