Pedro Navascués: “Con la creciente musealización, el templo ha perdido su identidad”

Redactor del Plan Nacional de Catedrales, cree que “la Iglesia no debe tener queja con el tratamiento del Estado y las comunidades” a su patrimonio histórico

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Pedro Navascués: “Con la creciente musealización, el templo ha perdido su identidad” [ver extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Pedro Navascués Palacio (Madrid, 1942) está considerado como uno de los principales historiadores de la arquitectura española y es el gran experto en el siglo XIX. Sus trabajos se han centrado, sobretodo, en la arquitectura neoclásica y en las catedrales, sobre las que ha publicado títulos como La catedral en España: arquitectura y liturgia, Las catedrales del Nuevo Mundo o Monasterios de España: Arquitectura y vida monástica.

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando le eligió académico de número para la Sección de Arquitectura en 1995, aunque hasta 1998 no leyó su discurso de ingreso: Teoría del Coro en las catedrales españolas. En la Academia ha sido vicedirector, tesorero y presidente de la Comisión de Monumentos y Patrimonio Histórico. Además, como experto –y catedrático de Historia del Arte de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura– ha participado en la redacción del Plan Nacional de Catedrales [ver íntegro]. Actualmente, es profesor emérito de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM).

PREGUNTA: ¿Cuál es el estado actualidad de conservación de las catedrales en España?

RESPUESTA: Creo que es óptimo. Ya nadie puede afirmar que estamos como en el siglo XIX, cuando todo estaba, como suele decirse, dejado de la mano de Dios. Creo que se ha dado un salto cualitativo porque a todos nos ha interesado: a la Iglesia, a los ciudadanos, a los políticos… Al igual que debe hacer la Iglesia desde el punto de vista pastoral a través de estos templos, creo que las administraciones han sabido ver bien que en estas catedrales se conserva el poso de nuestra historia.

Si la Seo de Zaragoza está ahora como está, es gracias al Estado y a la administración autonómica, que con buen sentido decidió en un momento determinado recuperar, sostener y mantener la catedral. A veces hay quejas, y es comprensible, porque esta inversión no se puede sostener siempre. Tiene que ser algo puntual, para una obra de emergencia o para una de gran envergadura. Es deber de todos, también de la Iglesia, mantener en el mejor estado posible estos edificios singulares. Y eso, sinceramente, no se hace. Con poco, se podría mantener estos templos en buenas condiciones. Es una cuestión de sentido común.
 

Costoso mantenimiento

P: Sí que hay también quejas de que se ha reducido notablemente la inversión para restauración del patrimonio histórico de la Iglesia…

R: Es un tema que requiere delicadeza. Entiendo que la Iglesia no solo no debe tener queja alguna, sino el menor desacomodo con el tratamiento del Estado y de las comunidades autónomas con los bienes de la Iglesia. Sabemos que mantener todo este Patrimonio es muy costoso. Y por la relación que he tenido con el Plan Nacional de Catedrales, entiendo que la Administración ha desembolsado cantidades muy importantes.

Por otro lado, muchas veces al propio ciudadano, que no sabe muy bien qué parte de su patrimonio se destina al mantenimiento del patrimonio eclesiástico, le disgusta volver a pagar una entrada cuando acude a un templo. Al margen de que sea o no fiel, la Iglesia le niega a ese contribuyente el derecho a visitar un templo por las razones que sean. A mí me da una pena hondísima ver cómo se han museificado grandes templos de la Historia española, que son también de la cultura en general y, por supuesto, de la Iglesia española.

P: Explíquese…

R: Como, por ejemplo, la catedral de Sevilla, o es el caso de Burgos, donde lo que hasta hace unos años se hacía de forma tranquila, sosegada, desde el punto de vista de la fe o de la religiosidad, donde se podía ir a rezar o a visitar el coro, ahora se ha convertido en una realidad sujeta a unas condiciones de museo. Ya no se entra en un templo, sino en un museo. Y en Burgos, si uno quiere ir a rezar, pues no puede. O si quiere visitar la catedral como una persona culta que valora lo que tiene delante, pues debe hacer un recorrido que es el de un museo, donde ni siquiera puedes volver atrás. Y si es museo, ya no es lugar de culto, pues en los altares no hay velas o se retiran estos altares…

A veces me digo que he sido afortunado en poder haber visto por mi edad estas catedrales antes, porque la realidad que uno puede contemplar ahora no es la mejor. El turismo, que tantas cosas nos trae buenas, también ha conseguido esta conversión, esta transformación de los grandes templos en recursos que solo traen beneficios económicos. Es tremendo. Sobre todo, con esta creciente musealización, el templo ha perdido su identidad, su ADN. Es lo que siento.

P: El éxito de las grandes exposiciones del patrimonio religioso quizás haya contribuido a esa musealización…

R: No sé. En el caso de Las Edades del Hombre, por ejemplo, a mí solo me pareció afortunada la primera gran exposición en Valladolid. Después, las grandes intervenciones que se hicieron en los templos me pareció que los desnaturalizaban. Y pienso que ha habido una erosión acelerada de los templos: ahora retiramos una reja, después un coro, que si las gradas…

P: Esto ya lo decía usted cuando ingresó en la Real Academia de Bellas Artes en 1998, cuando habló de la “destrucción pacífica” de los coros en las catedrales. Aquello no gustó mucho…

R: Ahora se ha frenado. Pero no del todo. En general, debo decir que es tan corta la educación artística que tenemos que vamos hacia templos que no son más que salas multiusos. Y hay quien pretende hacer lo mismo con catedrales que son vestigios de la historia de la fe a base de restarles elementos. Una catedral es un edificio muy concreto, con unos fines precisos que, además, está ordenada perfectamente para la liturgia: con su espacio para los presbíteros, para los canónigos, para los fieles… La inexistencia de estos protagonistas de este gran teatro sacro, como pueden ser los canónigos –que ya sé que no han desaparecido, sino que su número es infinitamente menor que antes–, no puede ser la eliminación del escenario. Porque si no todos los templos son iguales. Y no lo son.
 

Disparate en Córdoba

P: Recuerdo un artículo suyo, Arte, hipocresía e Iglesia, de esos años que levantó mucha polémica…

R: Sí. Me trajo muchos disgustos, especialmente con el clero catedralicio. Afortunadamente, la situación actual ha cambiado. Aquello tuvo un detonante que ya es historia, como fue el desprendimiento de retablos mayores, de piezas de orfebrería… Fue la propia Iglesia la que se desprendió de aquellos elementos litúrgicos. Entiendo que era otra etapa, donde, por ejemplo, las quejas por la falta de aportación de fondos procedente de las administraciones para la rehabilitación de templos era amplia. Ahora, si hacemos cuenta, creo que lo que ha aportado la Administración para el mantenimiento de los templos es muchísimo. Ha tenido, en general, un trato muy generoso en el mantenimiento del patrimonio que es de la Iglesia, sí, pero también es el de España.

P: Ahora, hay voces que piden justamente esto, que la Iglesia se deshaga de su patrimonio…

R: Pienso en las reclamaciones sobre la catedral de Córdoba. Me parece un disparate. Retrotraerse a no sé qué punto de la historia no tiene sentido. Primero, no es nada urgente. No es importante. Y, segundo, vayamos con tranquilidad. Entrar en ello, en ese juego, me parece un dislate.

jcrodriguez@vidanueva.es

  • Plan Nacional de Catedrales:

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