Jaime Díaz. Director de la corporación PODION

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Jaime Díaz, director de la Corporación PODION, lleva años trabajando en la construcción de la paz y en el apoyo a comunidades, a través de aspectos organizativos, de desarrollo rural y exigibilidad de derechos. A la llegada del nuevo milenio sostuvo  que el Jubileo de Colombia llegaría al poner fin a una guerra que lleva décadas. ¿En qué consiste su reflexión? ¿Cuál es el alcance de esta idea? Vida Nueva habló con él al respecto.

La eventual firma de un acuerdo con las Farc traería consigo un escenario lleno de desafíos para el país. ¿Cuáles de estos retos serían los más importantes?

Si firmamos la paz no es para quedar igual. Colombia es el país más inequitativo en América Latina y el cuarto en el mundo. La concentración de tierra por parte de unos pocos es un problema endémico que está en el origen del conflicto y  ha aumentado con la lucha armada y con la presencia narcotraficante y paramilitar. Ha habido desplazamiento de gente, 6 millones de colombianos; y cerca de 7 millones de hectáreas han sido despojadas. Fuera de la concentración histórica ha habido una concentración mayor. Si queremos romper el círculo de la violencia y de la injusticia necesitamos más inversión social y cambios en el campo.

La paz será posible si nosotros aclimatamos y sostenemos la justicia

Existen unas fuerzas armadas y de policía que suman cerca de medio millón de personas. Los gastos de la guerra son enormes en términos económicos, políticos, sociales y en cuanto a vidas humanas. La guerra cuesta para el estado y para la guerrilla. Nosotros gastamos cerca del 7% del PIB en ella. En educación se gasta entre el 4 y el 4.5%. De parte de la guerrilla también hay un gasto militar muy alto, que se ha nutrido históricamente de secuestros, de extorsiones, de boleteo y hoy, de manera importante, del impuesto a los cultivos de uso ilícito y al tráfico de drogas. Si llegamos a unos acuerdos de paz con la guerrilla, seguramente se va a reducir de forma paulatina la inversión militar; esa reducción del gasto militar deberá ir a una inversión social.

Será difícil, pero tenemos que hacer un posconflicto posible y que permita que los colombianos vivamos y seamos más justos. Eso se hace con inversiones sociales, intelectuales, de convivencia y con procesos de reconciliación que beneficien a las víctimas y a todos; principalmente, al campesino pobre  que está en condiciones infrahumanas. Si no, seguiremos teniendo la semilla del conflicto y de la inequidad.

Recursos para el cambio

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Tenemos que hacer que el campo sea rentable

En términos económicos, ¿qué más implicaría un nuevo escenario social?

Además de inversiones en lo social, varias cosas: reforma agraria, reformas sociales, y, también, contribución de los más ricos (y más injustos muchas veces); inversión también de ellos para una Colombia más justa y en paz. Eso se puede traducir, a lo mejor, en algunos impuestos especiales, que deben mirarse como una contribución a la paz. Así como se han creado impuestos para la guerra, se pueden crear impuestos para la paz. A la vez, evidentemente, eso tiene que vigilarse, para que pueda verse en los territorios y en el campo; porque desafortunadamente en el manejo de los recursos públicos existe mucha corrupción.

Por otro lado, nosotros estamos en un “boom” en el tema minero energético, que lamentablemente está acabando nuestra riqueza ecológica. Colombia es de los países que más exenciones de impuestos concede a la industria minero-energética. Nos quedamos con muy poco o nada y prácticamente estamos subsidiando la explotación minera. Tendríamos que tomar ejemplo de países como Ecuador, que ha cambiado completamente las tasas impositivas (a favor del país) con Correa. Aquí muchas veces decimos que si ponemos impuestos a las empresas inversionistas se  van a ir; en Ecuador no se han ido, ahí están. Sí se pueden cambiar las reglas de juego para tener muchos más recursos, y unos recursos para la justicia, para la inversión social, para el cambio y la modernización del país. 

¿Qué se dice al respecto en el ámbito de la cooperación internacional?

Cuando uno está en contacto con la comunidad internacional, escucha  que Colombia no necesita ayuda al ser un país de renta media alta: “lo que ustedes necesitan son cambios estructurales en el propio país”. Hoy en día hay una cooperación hacia Colombia, por parte de la comunidad internacional. Eso tiende a disminuir. Seguramente, en un eventual posconflicto va a mantenerse, y tal vez aumentará un poco, pero después disminuirá, porque la comunidad internacional dice: “Con sus recursos pueden cambiar el modelo y tener un país más justo”. Y es verdad: eso es posible y es necesario hacerlo. Sin embargo, allí entra una reflexión que yo hice en el año 99, cuando se habló del tema del Jubileo.

¿En qué consiste esta reflexión acerca del Jubileo?

El Jubileo es un concepto netamente bíblico, del pueblo de Israel, que tenía un proceder hermoso y justo. Ellos tenían el número 7 como el número perfecto. Y 7 veces 7 era el número absolutamente perfecto. Y después de 7 años por 7, después de 49 años, ellos decían que el año 50 era un año especial. Entonces, por ejemplo, hacían muchas cosas. Hacían que la tierra reposara, o sea, tenían un respeto por la naturaleza, para que la tierra se recuperara. Ese es un punto básico que debemos tener en cuenta, el respeto a la naturaleza. Después, decían que en ese año del Jubileo (en aquel tiempo, 49, 50 años era toda una generación) que la nueva generación que comenzaba a vivir no naciera con deudas. Entonces se perdonaban. Desde siempre ha habido quienes acumulan más y quienes se quedan rezagados. Entonces volvía a distribuirse el territorio, a perdonarse las deudas, para tener una equidad y una justicia entre todos. Y eso era el Jubileo. La palabra Jubileo viene del hebreo yobel, y refiere al cuerno del cordero que tocaban para anunciar el año de felicidad.

El papa Juan Pablo II, en el momento previo del año 2000, en su carta apostólica Tertio Millennio Adveniente, hizo un llamado al mundo para que el Jubileo tuviera implicaciones sociales y económicas y que esas implicaciones sociales y económicas pudiesen ir hacia la condonación de deuda externa. Eso se promovió en el mundo y, efectivamente, se logró que muchos países condonaran la deuda externa pública, o parte de ella, a varios países pobres, para que fuera invertida en transformaciones en lo social. Con esa idea, en aquel tiempo, yo escribí un documento donde sostenía que el Jubileo de Colombia no sería en el año 2000 sino cuando firmáramos la paz en el país, y que cuando se firme la paz tendremos, con gozo, que proclamar la necesidad de entrar en un proceso de reconciliación ligado a la justicia, a la equidad y a la inversión; a una inversión grande para la transformación del país. En eso tendremos que contribuir todos los colombianos en la medida de nuestras posibilidades y nuestras fuerzas, comenzando por los más ricos y siendo vigilantes. El Estado debe vigilar y hacer políticas públicas claras al respecto.

jaime-diaz-siluetaUna contribución al mundo

¿Cómo asociar a la comunidad internacional? 

Para la comunidad internacional no es oneroso condonar la deuda externa pública. Y esa deuda externa pública, que hoy está alrededor de 54 mil millones de dólares, podría ser una base muy importante para una acción en favor de la justicia y de la equidad. La condonación de deuda externa no es el perdón de la deuda externa ni que Colombia deje de pagar. Esa condonación sería que el gobierno colombiano, además de las obligaciones, los compromisos y la inversión que tiene que hacer para la paz y para la justicia, tenga recursos adicionales para poder llegar realmente a acciones audaces en favor del campo y de la ciudad, en favor de la justicia. Nada se hace con entregar tierras si no hay recursos técnicos ni capacitación ni recursos económicos ni mercadeo de los productos. Cuando el mundo comienza a tener crisis por los alimentos, Colombia puede ser una potencia a este nivel, para alimentarnos suficientemente a nosotros y a otros países. Y los campesinos colombianos podrían aportar muchísimo. Hoy lo hacen. Quienes alimentan a los colombianos son, realmente, los campesinos pequeños, no la gran agroindustria. Hay que potencializar al campesino y al guerrillero que volverá a su territorio, hay que decirlo, para que el trabajo que hagan produzca. Tenemos que hacer que el campo sea rentable y para eso se necesita inversión técnica, capacitación de la gente, semillas buenas, asesorías, capital de trabajo y comercialización.

Qué gusto puede tener un campesino en su campo cuando, si tiene enfermedades, tiene que salir a seis horas de viaje para llevar a una persona al hospital. Tiene que haber inversión en salud. La educación es precaria, los niños tienen que caminar horas para llegar a la escuela, con una educación pésima. Entonces, tiene que mejorarse la salud, la educación, la cultura. Tienen que existir condiciones adecuadas de salubridad y de vivienda, de agua potable. Esas transformaciones se pueden hacer si el estado tiene voluntad. Eso es posible, de manera más ágil y rápida, si hay una inversión con una condonación de deuda externa por parte de la comunidad internacional.

¿Qué condiciones tendría que tener una eventual condonación de deuda externa?

Primera, que hubiera una veeduría, una vigilancia. Que los acuerdos entre Gobierno y guerrilla tengan garantes para vigilar que los recursos de la comunidad internacional se inviertan bien y realmente a favor de la justicia y equidad. Que la misma comunidad internacional vigile, así como vigila que se le pague su deuda; que se haga honestamente. Que, por ejemplo, no sea para alimentar burocracia ni más politiquería, sino que esos recursos puedan ser gerenciados por organizaciones de base, por ONG honestas, y que se pueda acceder a esos recursos, tramitarlos e invertirlos  de tal manera eficiente. Condiciones que den confianza a la comunidad internacional, que den garantía a las comunidades. Es, un poco, esa la idea que se tiene con el Jubileo, esperando que en Colombia se puedan firmar los acuerdos de paz y que podamos llegar a unos niveles de tolerancia, aceptación y cambio. Si eso ocurriera, si hubiese transformaciones e incentivos en el campo, habría reparación a las víctimas y al campesino pobre que está muchas veces en condiciones indignas, sin servicios públicos y falta de oportunidades –en ellos se debe invertir. La inversión de esos recursos adicionales que se pudieran obtener en razón de la condonación de la deuda externa pública deberá ser fundamentalmente destinada a las víctimas y los más pobres.

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Hay que mostrar los beneficios que trae para el mundo una Colombia en paz

Si la deuda externa es reinvertida en cooperación a los pobres y se redirecciona en provecho del desarrollo del país,  traería consigo un atractivo para la comunidad internacional. Nosotros tenemos dos recursos fundamentales para el planeta: el Amazonas y la Costa Pacífica, que son un respiradero. Si la comunidad internacional quiere frenar el cambio climático e invertir en el planeta, tiene que invertir en sus pulmones; debería contribuir a que se inviertan los recursos para conservar esos territorios y las comunidades que los habitan y los cuidan. Parte de esa deuda podría estar destinada a la protección global de los bosques amazónicos, de las zonas de manglares y de los bosques tropicales húmedos del Chocó. Hay que crear, también, incentivos a la comunidad internacional para decir que lo que beneficia a Colombia nos beneficia a todos, y eso lo podemos hacer con esos recursos de condonación de deuda. Lo mismo que la sustitución de cultivos de uso ilícito: si se hace una condonación es para que haya una sustitución de los cultivos que producen tanto mal al mundo. Entonces, se trata de mostrar los beneficios que trae para el mundo una Colombia en paz y sin tráfico de drogas, con pulmones más fuertes y una Colombia donde hay justicia y equidad. Dejaremos de ser un problema para el mundo, para ser un activo y un recurso que contribuya al mundo con su gente, inteligente y capaz, que produce y que conserva su territorio y que ayuda en esta debacle que tenemos en cuestiones económicas y ecológicas.

Texto y fotos: Miguel Estupiñán.

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