El fracaso y el éxito

Artículo de opinión del Vicario General de la Diócesis de Lleida

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RAMÓN PRAT I PONS (VICARIO GENERAL DE LA DIÓCESIS DE LLEIDA Y DIRECTOR DE L’IREL | La vida humana es una aventura sorprendente. A lo largo de los años, vamos escribiendo la propia historia con el cuerpo, la mente, la afectividad, el entorno social y el espíritu. Sin embargo, hay actitudes que nos pueden desorientar y hacer perder el horizonte. Son las reacciones internas frente a los fracasos y los éxitos.

Ambas reacciones, a pesar de que a primera vista puedan parecer contradictorias, con frecuencia se mezclan. Cada persona vive esta tensión entre el fracaso y el éxito, pero la sociedad también la experimenta. Tras las vacaciones, y ante un nuevo curso, en torno a la pasada Diada del 11 de septiembre, pienso que vale la pena reflexionar sobre la tensión fracaso/éxito, para seguir caminando por la vía de la madurez y de la paz.

Cuando experimentamos un fracaso, sentimos dolor físico, psíquico, social o espiritual, pero nos ayuda a tomar conciencia de nuestros límites y nos estimula a vivir con sensatez. Por ejemplo, la vivencia de una enfermedad nos hace sufrir, pero nos hace tocar de pies en el suelo y, si lo vivimos con sensatez, nos ayuda a madurar. Con todo, una enfermedad mal asumida puede provocar decepción y, a veces, depresión. Lo mismo podemos decir de un fracaso afectivo, económico, profesional o social.

Con la vivencia del éxito pasa lo mismo. Bien orientado, nos hace crecer en autoestima y nos da un nuevo aliento de vida. Pero si uno cree que porque ha tenido un éxito es más que los otros, desarrolla un ego alienante, que lleva a la prepotencia, al orgullo, es decir, a la insensatez. Por ejemplo, un éxito profesional puede ser una fuente de gozo, pero si uno no es consciente de sus límites, puede generar una arrogancia ridícula. Lo mismo podemos decir de los éxitos físicos, afectivos, económicos y sociales.
 

Un camino de madurez

La pregunta es: ¿cómo convertir fracasos y éxitos en un camino de madurez, evitando las trampas de la depresión y de la arrogancia? Es la pregunta del millón, la clave de la joya de vivir. Por eso, como nadie puede dar una respuesta exhaustiva, solo me atrevo a sugerir algunos elementos que nos ayuden a reflexionar y a madurar, a partir de los fracasos y de los éxitos.

El primero consiste en estar atentos para que ni fracaso ni éxito contaminen toda nuestra persona y la sociedad y nos hagan perder el sentido de la complejidad de la realidad. Por ejemplo, una enfermedad es siempre fuente de sufrimiento, pero si la persona no se deja contaminar, la misma enfermedad puede llegar a ser una fuente de crecimiento en madurez, descubriendo aquello que vale la pena. Podemos decir lo mismo de un éxito social, si no caemos en la trampa de la contaminación personal y social, porque nos ayuda a crecer en autoestima, pero sin perder de vista que uno no es el dueño de los dones que ha recibido, sino solo el administrador.

El segundo elemento consiste en la necesidad de espacios de silencio reparador. El silencio es la condición de la posibilidad para escuchar la vida en su complejidad y totalidad. Por otra parte, el ruido exterior, y todavía más el interior, contaminan toda la persona; y entonces el éxito puede conducir a la prepotencia, y el fracaso, a la depresión.

El tercer elemento que nos puede ayudar es el espacio de diálogo y comunicación auténtica con los otros. Este diálogo en que compartimos la realidad vivida ayuda a superar la trampa del aislamiento. Entonces, en la relación con los otros, podemos superar la etapa de una relación de conocidos o compañeros, que es positiva pero débil, y abrirnos a la experiencia de la amistad y el gozo compartido.

Evitar la contaminación interior y exterior, experimentar el silencio reparador y vivir el diálogo como camino de búsqueda de la verdad nos va abriendo al misterio de la vida, y vamos descubriendo que los fracasos son una pedagogía que nos prepara para la muerte, que da mucho respeto, y que los éxitos también son una pedagogía hacia la esperanza histórica que nos prepara para la apertura a la trascendencia, o bien –dicho en lenguaje cristiano– nos abre a la resurrección.

La elaboración de estas experiencias no contaminadas del fracaso y del éxito, en definitiva, nos prepara para poder entender el sentido último de la vida, el del misterio de la muerte y del amor.

En esta etapa histórica de la humanidad, y de forma evidencial la que hoy vivimos en Cataluña, es urgente la aportación de la madurez de estas personas autónomas y no contaminadas, para que, aparte de su realización personal, ayuden a la comunidad a resurgir en el camino de la vivencia madura de nuestra identidad nacional y de la transformación de nuestra sociedad en el respeto, la justicia, la paz, la libertad y la esperanza.

En el nº 2.909 de Vida Nueva

 

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