Un arco iris de esperanza

Salesianos y vedrunas dirigen un internado para niños vulnerables en Libreville

EV3

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | Son las cuatro de la tarde de un viernes de verano y, en una callejuela detrás de la catedral de Libreville, la capital de Gabón, varios niños juegan en el patio de un sencillo edificio de una planta en cuya entrada luce un arco iris.

outline-map-of-0n40-9e25-globe-rectangular-outlineUn cartel anuncia que son los últimos días para apuntarse a un campamento urbano donde los niños podrán disfrutar de juegos y participar en talleres donde se aprende desde a hacer pasteles hasta a trenzar el pelo. En el interior, una voluntaria norteamericana enseña a dos chavales a tocar la guitarra y otra señora de mediana edad charla con dos chicos que juegan a las damas. Bienvenidos al Centro Arc-En-Ciel, (Arco Iris), un hogar para niños que han dejado atrás la dureza de la vida en la calle.

Covadonga Orejas, al frente de Arc-En-Ciel.

Covadonga Orejas, al frente de Arc-En-Ciel.

“Desde que esto empezó en 1998, hasta hoy, hemos ido aprendiendo”, apunta la hermana Covadonga Orejas, quien se encuentra al frente de esta obra. Surgida como una iniciativa conjunta de los salesianos y las carmelitas de la Caridad (conocidas como “vedrunas” por el nombre de su fundadora) para responder al problema de los niños de la calle, empezaron en un terreno del seminario y, más tarde, se trasladaron al punto que ocupan actualmente, que fue cedido por el arzobispado y en cuyo suelo se edificó el edificio actual, financiado por Manos Unidas. Hoy viven de los donativos de las congregaciones y también de la generosidad de particulares. “Todos los días pasan personas que dejan alimentos, material escolar o dinero, y gracias a eso salimos adelante”, explica la vedruna española.

Si en un principio eran una organización dirigida solo por voluntarios, hoy ya cuentan con personal profesional contratado. Además, en este proceso de concreción, han tenido que ir adaptando el perfil de los beneficiarios: Empezaron como un internado que acogía a niños y adolescentes de ambos sexos; después decidieron albergar solo a chicos, mezclando a niños y mayores; y, finalmente, decidieron que lo más realista era tener internos solo a los niños de menos de 12 años.

Los que sobrepasan esa edad usan la sala como centro de día. El lugar tiene capacidad para 30 internos, aunque el número de quienes duermen y comen en el Arco Iris varía a diario. En bastantes ocasiones, es la propia policía la que trae a sus puertas a niños a los que han detenido en redadas y con los que no saben qué hacer. Las actividades, que incluyen juegos, terapia psicológica y seguimiento sanitario, giran en torno a la educación:

A todos los niños les escolarizamos en cuanto llegan, y para ello contamos con la colaboración de la escuela primaria Saint Joseph, situada enfrente. Tenemos suerte, pues son muy comprensivos y los aceptan en cualquier época del año.

El centro ayuda también a que los mayores se integren con cursos de formación profesional, para que puedan ser autosuficientes. El seguimiento se realiza hasta la edad de 24 años, e incluye visitas a sus familias, en caso de que vivan con alguno de sus parientes, a los que llaman para reunirse con ellos cada tres meses. Un equipo de voluntarios sale varios días a la semana para encontrar a los niños y adolescentes en la calle.

Lo hacen a partir de las cinco de la mañana, cuando empiezan a despertarse, hasta las siete y media, cuando comienza su dura jornada laboral. Esto les permite empezar un contacto y darse a conocer, para crear un clima de confianza y ofrecer a los chicos de la calle una recuperación en la que ellos mismos tendrán que decidir si quieren embarcarse.

Un arco iris de esperanza [íntegro solo suscriptores]

En el nº 2.908 de Vida Nueva

 

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