La bandera olvidada

Keneth-Cruz

Una mujer que ha trabajado de la mano de la Iglesia a favor de los pobres más pobres me contaba desconsolada cómo, por parte de un sacerdote, se tomaría la decisión de cerrar una fundación, no porque falte dinero para sostenerla, sino por toda clase de razones inventadas artificialmente. Todo marchaba bien, todo el mundo trabajaba con alegría, todas las personas la aprovechaban como una acción de la Providencia. Pero no. Eso de trabajar día a día por los pobres, eso de vencer obstáculos para sostener lo que se hace en favor de ellos resulta ser demasiado trabajo para visiones aburguesadas de la vida pastoral. Mejor no correr riesgos, mejor enterrar el talento y, desde luego, que los pobres se las arreglen como puedan. ¿Qué horror! “Habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó la misericordia”, dice el Evangelio.

No porque sí el papa Francisco afirmó recientemente que la bandera de los pobres nos la quitaron de la mano. Y habría que añadir con tristeza: y no opusimos mucha resistencia, sino que al contrario casi que la entregamos sin sonrojarnos. Se han encontrado todas las disculpas habidas y por haber para dejar de lado el ejercicio de la misericordia eficaz: que conlleva riesgos jurídicos, que no hay cómo sostener las obras, que eso es tarea del Estado, que esa no es la prioridad de los sacerdotes, etc. Y así se ha ido perdiendo un sello distintivo de la acción católica que por siglos se concretó en creación de obras, hospitales, colegios, escuelas, dispensarios, orfanatos, internados, ancianatos, guarderías y mil cosas más. Desde luego que siguen existiendo algunas de estas obras, pero el espíritu que tantas veces dirigió la misión de la Iglesia en esa dirección misericordiosa parece sentirse ahogado o rechazado en determinados ambientes eclesiales. Ahora es el espíritu de las leyes el que ha tomado el mando y qué sosa se ha tornado en ocasiones la acción pastoral.

¿Quién se quedó con la bandera de los pobres? Algo nos tiene distraídos, algo nos tiene detenidos, algo nos ha quitado ímpetu

¿Madre de los pobres?

La acción fuerte de la Iglesia, por ejemplo en Bogotá, ha quedado centrada, en lo que a obras se refiere, sobre todo en una franja de clase media. De ahí que, por señalar algún campo concreto, hoy la Iglesia tenga cerca de 10 universidades en la capital, todas instituciones de carácter privado a las cuales los más pobres no pueden acceder en masa, sino muy selectivamente. Se hace mucho bien allí, pero puede perderse el gusto por ir al pobre, a la periferia, según el modismo del obispo romano, y todo puede reducirse a un contacto esporádico  o a hacer brigadas que aparecen y desaparecen. Lastima grande. En Bogotá hubo tiempos muy interesantes y muy claros de preferencia en la Iglesia por los pobres; y por lo mismo, también tiempos de conflicto, pues la atención de los marginados siempre ha incomodado a algunos que preferirían no levantarse tan temprano y contemplar a los ángeles. Pero esto no es lo que enseña el Evangelio.

En la Iglesia que misiona en Colombia está haciendo falta una nueva reflexión sobre la tarea con los pobres y, muy concretamente, sobre el clero y los pobres. No sobre las particulares y pequeñas acciones que siguen dándose a lo largo y ancho de la nación, sino sobre el espíritu que nos vuelva a mover decidida y grandemente en favor de quienes han sido marginados por nuestra imperdonable desigualdad social. Quizás nos hemos reducido al tema de los “mercados”, que habla con precisión del tamaño de nuestras iniciativas actuales. Una institución, o mejor, una comunidad como la que conformamos todos los bautizados está en capacidad, sin duda, de ir mucho más lejos y de aportar mucho más que un par de libras de arroz y dos panelas ocasionalmente. Y es que las necesidades son enormes.

¿Quién se quedó con la bandera de los pobres? A ratos el Estado y también instituciones de la más variada connotación. Algo queda de la Iglesia en ese campo. Pero no es suficiente. Algo nos tiene distraídos, algo nos tiene detenidos, algo nos ha quitado ímpetu. Estamos a ratos como Marta, la del Evangelio, que se afanaba por todo, menos por lo importante. Hay que examinar en qué es que vivimos embolatados porque lo importante, según Jesús, en buena parte está en el cajón de los pendientes. La consecuencia fría y cruel de este nuevo modo de ser es que, por ejemplo, cerrando la fundación de marras, 250 niños dejaron de recibir almuerzo y ese dato, por citar uno solo, ya es espeluznante. ¿Sigue siendo la Iglesia madre de los pobres?

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