Sergio Restrepo Jaramillo, S.J.

Amor por los pobres y pasión por la cultura

 

jesuitas

Sergio Restrepo Jaramillo estaba próximo a cumplir 50 años de edad. Desde 1957 hacía parte de la Compañía de Jesús y llevaba 19 años como sacerdote. Por casi una década fue vicario cooperador de la parroquia de San José de Tierralta, considerada en el Plan Apostólico de los jesuitas en Colombia como un Centro de Evangelización Rural Integral. Antes había sido vicario cooperador de la parroquia María Auxiliadora en Medellín, su ciudad natal, y director del Instituto Obrero Tomás Villaraga.

Como si presintiera su propia muerte, en la mañana del 1º de junio de 1989 el padre Sergio estaba intranquilo. “Algo va a pasar”, había comentado a sus compañeros jesuitas. Ciertamente, ese día, los dos hombres que lo asesinaron en Tierralta (Córdoba) ya habían cobrado la vida de un conductor y de otro hombre que transitaba cerca del hospital. Cuando los sicarios dispararon contra el sacerdote jesuita, los agentes de la policía corrieron en dirección opuesta al lugar de los hechos y no hicieron ningún esfuerzo por cerrar las vías de acceso al pueblo. Por su parte, el capitán César Augusto Valencia, comandante de la Base Militar de Tierralta y quien en ese momento se encontraba en la alcaldía, desenfundó su arma con satisfacción y se puso detrás de un escritorio. 

Valencia no toleraba las denuncias de tortura y de muerte que se dibujaban en el mural de fondo del altar principal de la iglesia, que el padre Sergio había solicitado al artista haitiano Jacques Chéry. El militar había sentenciado que “ese mural iba a tener consecuencias graves y que el padre Sergio las pagaría”, según relata el jesuita Javier Giraldo Moreno. “A Sergio lo mató el mural”, decía la gente. El 4 de abril de 1990, un paramilitar reveló que los sicarios provenían de la hacienda Las Tangas, propiedad de Fidel Castaño Gil y epicentro de macabras operaciones paramilitares.

Con espíritu misionero

Unos días después de su martirio, durante la eucaristía que organizó la Conferencia de Religiosos de Colombia en su memoria, su superior provincial, el padre Gerardo Remolina, destacó que el religioso “tenía dos disposiciones fundamentales: su amor sin estridencias a los pobres y humildes, y su exquisita sensibilidad artística”. “Curiosa mezcla, podría decir alguno, de amor por los pobres y de pasión por la cultura. Como si los pobres no tuvieran derecho a las grandezas del espíritu; y como si la evangelización integral no cobijara todo lo que es humano”.

Tierraalta fue testigo de sus cualidades artísticas y científicas, de su amor por la naturaleza y de su sensibilidad por la belleza. El padre Sergio promovió la arborización de la plaza central; restauró y adornó artísticamente el templo parroquial; construyó una de las mejores bibliotecas de la región, que hoy cuenta con más de 9.000 volúmenes; recuperó valiosas piezas de la cultura sinuana e impulsó la creación de un museo de cerámica precolombina; y promovió la dignificación de la profesión docente en la región; entre muchas acciones que hicieron posible el diálogo entre fe, cultura y ciencia. También fue un apasionado por la botánica, por las plantas medicinales y, particularmente, por las orquídeas.

Su celo apostólico no era menos evidente. Con espíritu misionero acompañó a las comunidades más distantes de la región, en medio de la selva y del conflicto entre los latifundistas y los campesinos desplazados por la violencia del Urabá antioqueño, donde también se sentía la presencia de las mafias y las confrontaciones entre guerrillas, militares y paramilitares. 

Por su opción por los pobres, las víctimas y las comunidades campesinas e indígenas, fue etiquetado como “sospechoso” y “colaborador” de uno y otro bando. Su martirio se inscribe en el contexto de una región violenta y en una parroquia que no se limitó a la pastoral de los sacramentos, sino que promovió la educación, la cultura, la formación de líderes comunitarios y la denuncia de toda violación a los derechos humanos. 

El padre Sergio fue fiel al Evangelio y profetizó la justicia y la promoción humana. Lo hizo sin pretensiones y con el deseo jesuítico de “en todo amar y servir”. Uno de sus compañeros de comunidad dijo que “lo ordinario de Sergio era lo extraordinario”.

Texto: Óscar Elizalde Prada

Fuente: Javier Giraldo, Sj. Aquellas Muertes Que Hicieron Resplandecer La Vida.

Foto: Jesuitas

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