Finalizada la fiesta del futbol

Ferolofonias

La celebración del mundial y, en particular, la brillante actuación de nuestra selección llenaron el país entero de alegría y de ilusiones, hicieron revivir el fervor por Colombia. Sus integrantes nos convencieron de que sí podemos; de que somos capaces de jugar limpio; de que tenemos con quién; de que un grupo de colombianos disciplinados, con hambre de triunfos para honrar a su patria, puede hacer el milagro de unir a toda una nación.

Sirvió la fiesta del balón para distraer nuestra atención de los graves problemas que nos afectan a todos los colombianos y que no han sido resueltos: salud, educación, empleo digno, seguridad ciudadana, justicia… De paso, hizo adormecer la memoria de unas elecciones que hoy son calificadas como non sanctas por el uso de promesas mentirosas, injurias personales, manipulación del voto… como armas políticas muy censurables.

Clausurado el certamen futbolero, despertamos y ponemos de nuevo los pies en la cancha de la cruda realidad de una nación que todavía no sabe si es viable, es decir, si tiene futuro; y en la cual lo que hoy está en juego es mucho más que la firma de un tratado de paz con la guerrilla. Porque el estudio de la realidad nacional, objetivo y libre de prejuicios, no permite callar ni disimular ni ocultar y obliga a llamar las cosas por su nombre. Cerrar los ojos ante una realidad, engañar a un país entero constituiría un pecado histórico que las futuras generaciones no perdonarán. ¿Para dónde llevan a Colombia? Es la pregunta que millones de colombianos nos estamos haciendo.

Colombia, el estadio

Pisamos la gramilla ancha de un país que necesita aprender a ser humano, a pensar y a actuar con humanidad, capaz de diseñar una concepción de la economía en cuyo centro esté siempre la persona humana y la comunidad y no el lucro, la ganancia voraz de unos pocos y el negocio ilícito. Una economía construida con el juego bonito y limpio de las fuerzas de la producción y del mercado, que meta goles como la satisfacción de las necesidades básicas de los ciudadanos y la distribución equitativa de la riqueza.

Despertamos para seguir jugando el partido con un Estado que no actúa como garante de los derechos, las libertades y las seguridades físicas y jurídicas, y que no cumple con el deber de enseñarnos a todos a sentirnos responsables de que esos derechos y esas libertades se respeten, pues solo así se puede evitar que la sociedad civil se convierta en una jungla inhabitable; un Estado de Derecho en el cual quienes detentan el poder político lo ejerzan como el arte de gobernar a un pueblo; que cada gobernante sea dueño de una concepción ética del ejercicio de la política y de la administración pública; que ninguno pretenda politizar palabras tan densas de significado como son paz, cambio y transformación, pues ese no es el camino para legitimar un Gobierno.

Clausurado el certamen futbolero, ponemos de nuevo los pies en la cancha de una nación que todavía no sabe si tiene futuro

Despertamos de nuevo en el estadio “Colombia” donde se juega la vida, la presencia y la acción evangelizadora de la Iglesia de Jesucristo. Y nos preguntamos una vez más: ¿quiénes somos?, ¿dónde estamos?, ¿cuál es la Iglesia que queremos construir?, ¿con qué recursos contamos?, ¿cómo expresar nuestro amor a esa Iglesia con pensamiento teológico y una exquisita creatividad pastoral?, ¿cómo lograr que la gran diversidad de ministerios, necesarios todos, se vea acompañada de una ejemplar fraternidad de corazón y que la mayoría de edad o el pensar diferente no se conviertan en una barrera invisible, y menos en una especie de estigma, de modo que todos, sin excluir a nadie, volviendo a la simplicidad y a la radicalidad del Evangelio, vivamos y trabajemos pastoralmente con amor, sencillez y autenticidad?

Despertamos como Pueblo de Dios, como Iglesia, la que con el papa Francisco quiere caminar y vivir cerca de la gente, dispuesta y preparada para defender la familia, la vida, la Ley de Dios y también la natural, así falsas jurisprudencias, modas o supuestos avances culturales califiquen como delito el hacerlo. Despertamos pensando en las comunidades parroquiales que se juegan el partido de su vida defendiendo su fe en Jesucristo sin miedos ni cobardías en una cancha donde hay mucho juego sucio sin el menor sonrojo del árbitro central.

p. Carlos MarÍn G. Presbítero

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