Consolación y esperanza en comunidades colapsadas

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GUADALUPE ESQUIVIAS | A pesar de que no se tienen datos concretos de cómo la violencia afecta en las comunidades de las diferentes diócesis de México, sí hay quienes están trabajando para acompañar a las víctimas. El ejemplo es el proyecto de intervención en crisis que surge con un enfoque de construcción de paz en la Archidiócesis de Acapulco, el cual nació luego de que en el 2010 los obispos del país lanzaron la exhortación pastoral Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna.

A la fecha son siete parroquias de la Archidiócesis, seis en Acapulco y una en Costa Grande y se forman responsables para extender la ayuda en otras ocho.
La ayuda se ha reflejado en 112 familias de ese Estado, beneficiando a 1.058 personas, y el proceso es integral e incluye la vinculación con instancias de la sociedad civil y gubernamental.

Sonia Quezada, psicóloga responsable en el proyecto de Intervención en Crisis de la Pastoral de la Consolación y la Pastoral de la Esperanza, afirma que se busca la construcción de la paz a través de procesos integrales atendidos por varios equipos de la diócesis, instruidos en dicho tema y en atención a víctimas.

Se escogieron parroquias en condiciones para iniciar el trabajo, así como parroquias vulnerables a la violencia. Por ejemplo, se escogieron algunas de las que se encuentran en la periferia de la cuidad de Acapulco, colonias muy afectadas por la violencia, y cuya población se ha visto obligada a cambiar rutinas. Por ejemplo, hay trasportes públicos que no llegan a entrar a esas colonias o reducen su horario de entrada, solo por el día; las personas dejan de salir de sus casas pasadas las siete de la tarde; van a misa más temprano…

Señala la psicóloga, quien asegura que un 60% de la población de la Archidiócesis es víctima indirecta o directa de la violencia y la inseguridad. Los casos más comunes son la muerte de un familiar, la extorsión y el secuestro. En este último caso, a pesar del pago del rescate, se mata al afectado.

El tratamiento de cada caso en particular es diferente. Las personas que viven la violencia de manera indirecta son atendidas en comunidad con programas para restablecer la paz a través de jornadas y vigilias de oración. Las personas afectadas directamente son atendidas de manera individual, además de involucrarlas en actividades comunitarias.

Sonia Quezada explica la manera en que se anuncia el acompañamiento que se realiza con las víctimas para que reciban atención, que parten de la premisa de realizar “acciones sin daño”, y recalca la existencia de protocolos de seguridad para efectuarlo: “Hablamos sin entrar en confrontación, anunciamos situaciones que generan paz; qué se puede hacer para estar mejor y enfocar los daños que pueden ser superados, pero no confrontamos con las personas que ocasionan la violencia, porque creemos que desde ahí hacemos acciones preventivas, ya que muchas víctimas pueden convertirse en victimarios porque tienen mucho dolor y deseo de venganza”.

El proceso de intervención en crisis es integral y abarca las áreas espiritual, pastoral, psicosocial y jurídica, pretendiendo acoger, acompañar y rescatar a las víctimas desde la óptica de la Pastoral de la Consolación y la Esperanza.

Se refuerzan y reconocen los recursos que tiene cada uno para salir de una situación difícil. Se acompañan para gestionar las emociones, su comportamiento, reconocer habilidades y potenciar sus recursos para hacerse responsables de su historia y, si es necesario, desarrollar otras capacidades encontrando formas para lograrlo.

“El tiempo para que una víctima se recupere depende de cómo haya sido el hecho y las características de la persona, que a veces lo afronta de una mejor manera y, en otros caso, tiene pocos recursos para ello. Con cada uno trabajamos una ruta de intervención integral y el acompañamiento lo realizamos dentro de las mismas parroquias y en espacios seguros. Del 2012 a la fecha, ya hay personas a las que se les nota un cambio tras recibir acompañamiento. Ahora experimentan una trasformación para ser protagonistas de su historia y dicen que ya no son víctimas, por lo que han decidido formar parte del equipo para ayudar a otros que han pasado por cosas similares”.

Durante el proceso, las víctimas van desarrollando sus nuevas capacidades. Es el caso de mujeres viudas que se quedan con hijos, desamparadas totalmente y a las que los familiares les dan la espalda; la sociedad empieza a juzgar y a señalar, provocando sentimientos de rechazo.

Hay ocasiones, asegura la psicóloga, en que los amigos se separan de ellas por miedo a relacionarse con alguien que perdió a su marido en un hecho no esclarecido y tienen que enfrentar su duelo en soledad, hasta que deciden acercarse a la Iglesia y descubren que se les puede acompañar y auxiliar para encontrar otros recursos y retomar sus estudios o aprender un oficio que les pueda ayudar a encontrar un empleo para salir adelante. En ese proceso adquieren autoestima y recuperan la confianza para poder expresarse.

Toda esta tarea se está llevando a cabo en conjunto con sacerdotes de la Archidiócesis, que también están capacitados en el proceso de la construcción de paz. En las misas, los sacerdotes mencionan este trabajo pastoral. Hay sacerdotes que ofician misas para las víctimas de la violencia, además dirigen vigilias de oración, horas santas por la paz y en las misas invitan a la comunidad. Como señala Sonia Quezada, “creamos lazos de confianza, ofreciendo el apoyo de un procedimiento sensibilizado y resaltando la importancia de los derechos humanos desde la verdad y la justicia”.

En el nº 2.905 de Vida Nueva

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