Cría y cultivo de desarrollo en femenino

Manos Unidas financia la construcción de un establo para una asociación de mujeres en Burundi

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Cría y cultivo de desarrollo en femenino [ver extracto]

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JOSÉ LUIS CELADA | Desafiando la calurosa tarde del primero de julio, acudieron a la cita con sus mejores galas. Aunque no parecía la vestimenta más apropiada para enseñar un establo, ellas entendieron que la ocasión lo merecía: se trataba de recibir a una delegación de Manos Unidas, de visita en el país, y de agradecer a esta ONG católica española cuanto viene haciendo por la asociación burundesa Dukunde ibikorwa twitezimbere (Amemos el trabajo para desarrollarnos), un grupo de mujeres de la zona rural de Makebuko que, desde hace una década, han decidido “trabajar juntas para intentar mejorar nuestras respectivas condiciones de vida a través de la agricultura y la ganadería”, como explicó su presidenta, Judith Nzeyimana, durante el acto de acogida.

Corría el año 2004 cuando una decena de viudas de la Diócesis de Gitega, ante la escasez de medios económicos para sacar adelante a sus familias, decidieron unirse.

Antoine Marie Zacharie Igirukwayo

Antoine Marie Zacharie Igirukwayo

“Era casi una moda: se juntaban para recibir ayuda externa de las grandes ONG”, recuerda Antoine Marie Zacharie Igirukwayo, entonces principal asesor e impulsor del proyecto y hoy presidente de honor. Sin embargo, este carmelita descalzo de 56 años, originario del lugar y actualmente profesor en la Facultad Pontificia Teresianum de Roma, se muestra ahora satisfecho porque las integrantes de la asociación –entre las que figuran su madre y su cuñada– “cada vez son más independientes y con más iniciativa”, hasta el punto de que “pronto podrán gestionar por sí solas sus propios recursos”.

Una década después de su puesta en marcha, la agrupación cuenta ya con una veintena de miembros, de edades comprendidas entre los 32 y los 75 años. Y aunque aseguran no haber alcanzado todavía el equilibrio económico, “nos vamos acercando poco a poco, pues la cría de vacas lecheras se va mejorando y la cría de cerdos, que solo está en sus inicios, es prometedora”, cuenta Judith.

El establo de Gihogoro –con siete vacas, un semental y tres terneros– es una buena prueba de ello. También la pocilga recién estrenada no lejos de allí, en Ntita, donde disponen de algo más de una hectárea de tierra en propiedad y tienen previsto levantar un segundo establo para ganado vacuno.

El otro eje de su actividad es la agricultura, sobre todo el cultivo de maíz, algo perfectamente comprensible en un país que concentra el 90% de su población en el medio rural. Colette Gakobwa, de 42 años y madre de tres hijos, trabaja como enfermera en Gitega, antigua capital del país. Acudió a la asociación después de enviudar y, junto a sus compañeras, ha aprendido a cultivar “otras cosas y de otra manera; mi trabajo ha mejorado”, dice.

La clave está en “mejorar los métodos agrícolas (y de cría de animales) para aumentar y rentabilizar la producción”, matiza su presidenta. Las cinco hectáreas de terreno en usufructo que la Orden de los Carmelitas Descalzos ha puesto a su disposición en Nyabisindu les está permitiendo poner en práctica esos avances.

Claro que aún es pronto para dejar atrás la cronificada economía de subsistencia de Burundi, un país que, según el último Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD [ver aquí], ocupa el puesto 178 de 186. “Vamos poco a poco; lo que las mujeres puedan sostener”, admite el P. Zacharie. De hecho, “si no se les hubiesen muerto cuatro vacas –lamenta–, ya podrían tener beneficios”, pero, de momento, “no da dinero, solo la posibilidad de subsistir”. A juicio del religioso, “la filosofía de la asociación es ir poniendo las bases para el futuro”.
 

Conocerse y trabajar juntas

Mientras, fieles a esa idea que da nombre a la agrupación y que defiende el amor al trabajo con las propias manos como base del desarrollo, sus integrantes se han ido implicando cada vez más en las tareas emprendidas y en la evaluación de las mismas.

Otra de ellas es Ange Régine Nimpagaritse, de 38 años, casada y madre de cuatro hijos. Fue en 2009 cuando la hoy tesorera entró a formar parte de la asociación, a la que decidió unirse para “conocerse mejor y trabajar juntas”. Desde entonces, ha descubierto lo que significa “ayudarse mutuamente”, un aspecto muy valorado también por su marido, que “siempre ha estado de acuerdo” y la anima a participar en el proyecto.

Habitualmente, acuden a Gihogoro o a Ntita de dos a tres veces por semana. Aunque no todas (algunas tienen otros empleos y residen a más de una hora de estas poblaciones, por lo que no asisten con tanta regularidad, pero reivindican su pertenencia a la asociación como miembros de pleno derecho), lo cual está sembrando cierto malestar, una situación que le causa inquietud al P. Zacharie.

No obstante, desde marzo de 2014 vienen organizando sus labores en tres grupos de trabajo (vacas, cerdos y agricultura), con una coordinadora al mando, que rotan mensualmente. “Nuestro deseo –reconoce Judith, su presidenta– es incentivar a la población de nuestra localidad para amar el trabajo y confiar en los frutos de la agricultura y la cría de animales”.

Todo ello no sería posible, sin embargo, sin la ayuda “exterior”: la de organizaciones como Manos Unidas; la de la Orden de los Carmelitas Descalzos, cuyo delegado provincial en Ruanda y Burundi, el polaco P. Fryderick, quiso acompañar a la comitiva española durante su visita a Makebuko y ser testigo con su cámara en ristre de cuanto allí sucedía…; pero también la de otra mucha gente que, a título personal, contribuye a dar forma cada día a esta iniciativa.

Es el caso de Godelieve Dusabumuremyi, originaria de la sureña provincia de Bururi, animadora y administradora de la asociación; de Henri Manirakiza, hermano del P. Zacharie, un maestro en excedencia que gestiona las subvenciones que reciben y prepara con Godelieve los correspondientes informes sobre los diferentes proyectos; o las italianas Renata Borroni (veterinaria) y Chiara Carnevali (ingeniera agrónoma), cuyo asesoramiento tras varios viajes a la zona ha resultado decisivo para obtener un mejor rendimiento de la tierra y del ganado.

Y como no podía ser de otro modo, cuando este colectivo de mujeres piensa en el futuro, pronto se abre ante ellas un abanico de sueños pendientes: adquirir nuevos terrenos para cultivar plantas forrajeras y legumbres, y en el que tener pasto para sus vacas; llevar el agua a Ntita para sus cerdos, sus cabras y sus campos; e incluso disponer de una sede para la asociación. Aunque su gran reto, según Judith, es “la formación y asimilación de lo que vamos aprendiendo”.

También –por qué no decirlo– “superar ciertas mentalidades para ser conscientes de que lo que se hace aquí nos afecta y nos compromete”, añade la presidenta. Un compromiso que llevan acuñado en su propio nombre como declaración de intenciones y garantía de éxito: Amemos el trabajo para desarrollarnos. Más de un centenar de personas ya cosechan hoy, entre las grandes extensiones de bananeros y la arcilla rojiza de Makebuko, los primeros frutos de esta fértil apuesta.
 

Una responsabilidad, ser ejemplo

Ya en 2011, Manos Unidas colaboró en la adquisición de tres vacas de raza frisona para Dukunde ibikorwa twitezimbere y ayudó a cubrir los gastos de formación y personal de esta asociación de Makebuko.

Ahora, la ONG católica española ha redoblado su apoyo al proyecto de cría de ganado vacuno financiando la construcción de un establo para estos animales. “Manos Unidas –recordó su presidenta, Soledad Suárez, en presencia de las asociadas– siempre ha tenido una obsesión: que la mujer y el hombre tengan las mismas oportunidades”.

Y apostar por la mujer en Burundi, mucho más en el campo, supone apoyar a la persona sobre la que recae el peso de las labores agrícolas, las tareas domésticas, la educación y cuidado de los hijos…, la economía familiar, en suma. Por eso, “si las mujeres se unen y crean grupos como el vuestro, están en el buen camino. Este es solo el primer paso de un camino que os va a permitir tener una independencia para vuestras familias”, les insistió Soledad, antes de brindarles un último consejo que es “toda una responsabilidad: ser ejemplo para otras mujeres”.

En el nº 2.905 de Vida Nueva

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