Poder y autoridad en la Iglesia

Cuando hablamos de cambio o renovación de la Iglesia nos encontramos con temas que tocan con la constitución o la doctrina de la fe que le dejó su fundador y en los cuales no puede hacerse ninguna concesión. Pero hay otros temas que son de origen eclesiástico y que han cambiado o pueden cambiar de acuerdo con las exigencias de la época.

En un conversatorio propiciado por la dirección de la revista Vida Nueva se trató de mirar, en una perspectiva de futuro, lo que podría darse sobre algunos de esos temas en los que el papa Francisco viene insistiendo y en los que la Iglesia puede y debe cambiar para responder a las exigencias de las comunidades cristianas. Entre los temas señalados estuvo el relativo al poder y la autoridad en la Iglesia.

Para nadie es un misterio que en relación con el poder temporal el mundo ha sufrido un cambio notable, que se manifiesta en que los poderosos tienen cada vez más limitaciones para ejercer el poder y en que éste está pasando de quienes tienen más fuerza bruta a quienes tienen más conocimientos; de los dictadores aferrados al poder a la gente que protesta en la plaza pública; de los hombres a las mujeres y de los más viejos a los más jóvenes. “Cada vez es más difícil ejercer el poder y más fácil perderlo” (Moisés Naím, El fin del poder). 

En el caso de la Iglesia, el poder y la autoridad tienen que ser vistos como un servicio a la comunidad. Así nos lo presenta Jesús en el Evangelio: “el que manda debe ser como el que sirve”, “no he venido a ser servido sino a servir”. Dijo también que los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. “Pero no será así entre ustedes; al contrario, el que de ustedes quiera ser grande que se haga el servidor y si alguno quiere ser el primero que se haga el esclavo de todos; hagan como el Hijo del Hombre que no vino a ser servido sino a servir”.

Un cambio de actitud

La Iglesia, por su naturaleza, no es una democracia. El conjunto de los fieles no delega sus poderes en los obispos y en los sacerdotes, sino que éstos reciben su misión y sus poderes directamente de Cristo, para servir a los fieles, para organizar la comunidad de los creyentes y cumplir en ella y con ella la misión de evangelizar, santificar y gobernar al pueblo de Dios.

El que quiera ser grande que se haga el servidor

Pero los fieles de la Iglesia están llamados a ser miembros activos. Y en la medida en que toman conciencia de su condición reclaman mayor participación y responsabilidad en la conducción de la Iglesia. Por eso, con frecuencia, vemos de parte de algunos manifestaciones de inconformidad por el comportamiento indebido de miembros de la Jerarquía. Otros abandonan la Iglesia o miran con total indiferencia lo que en ella sucede. Existen también los indignados, los que protestan porque no encuentran canales de comunicación para expresar sus quejas y su descontento, los que rechazan el estilo autoritario de los pastores y los que reclaman más diálogo al interior de la Iglesia.

En un artículo publicado en el número 98 de la revista Vida Nueva, Javier Darío Restrepo comenta el caso de una comunidad diocesana que no se resignó a tener un obispo que el mismo día de su llegada a la diócesis dejó ver su talante autoritario cuando finalizó su discurso de presentación con estas palabras: “de hoy en adelante soy su obispo, gústeles o no les guste”.

Este y otros hechos plantean la necesidad de un cambio de actitud por parte de los pastores frente a sus fieles; un esfuerzo por encarnar el modelo del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas; una preocupación constante por eliminar los signos de poder y volver a la sencillez del Evangelio, por tener muy claro que no somos dueños de la verdad ni de la fe ni de la conciencia de los fieles y que a nadie podemos amenazar ni estigmatizar en nombre de Dios.

MONSEÑOR FABIáN MARULANDA, Obispo emérito de Florencia

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