Creyentes y agnósticos tienden puentes

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A fines de noviembre tendrá lugar en Buenos Aires y en Córdoba (Argentina) una nueva edición de lo que dio en llamarse el “Atrio de los gentiles”, un momento de encuentro y diálogo entre creyentes y agnósticos. Se trata de una iniciativa que, si bien tiene antecedentes en las reuniones realizadas años atrás en Milán por el cardenal Carlo Maria Martini e intelectuales como Massimo Cacciari y otros, la Iglesia propuso realizarla con carácter universal a partir de Benedicto XVI y gracias a la tarea del biblista Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura. Por explícito deseo del papa Francisco, este año se llevará a cabo en la Argentina y en torno de la figura y la obra del escritor Jorge Luis Borges.

¿Pero de dónde viene el críptico nombre de “Atrio de los gentiles”? El antiguo (segundo) Templo de Jerusalén, construido después del exilio y del que hoy sólo queda el emblemático Muro de los Lamentos, además de las áreas reservadas para los pertenecientes al pueblo de Israel, poseía un lugar (una suerte de patio) en el que también se daban cita los gentiles (en otras palabras: los no judíos, que hoy definiríamos como creyentes de otras religiones o agnósticos). Los maestros de la Ley hebrea estaban allí en diálogo con ellos y atendían las preguntas acerca de Dios, dispuestos a responder con respeto y erudición. Lo que en latín se denomina atrium gentium era un espacio abierto a todos los que estaban en búsqueda, sin distinción de cultura, idioma o pertenencia religiosa. Un lugar de encuentro y diversidad.

Acentuar las afinidades

dyeser

El autor de Los conjurados

Cuando se realizó la primera convocatoria, en el atrio de la catedral de Notre-Dame de París, en marzo de 2011, Joseph Ratzinger señaló en un mensaje a los jóvenes que el encuentro aspiraba a ser un momento de respeto y amistad entre personas de convicciones diferentes. Dirigiéndose explícitamente a jóvenes creyentes y no creyentes, dijo: “Queridos amigos, construyan puentes que los unan. Aprovechen la oportunidad que se les presenta para descubrir en lo más profundo de la conciencia, a través de una reflexión sólida y razonada, los caminos de un diálogo precursor y profundo. Tienen mucho que decirse unos a otros. No cierren sus conciencias a los desafíos y problemas que tienen ante ustedes”. Recordó también que se deberían poder estrechar lazos con todos, sin distinción, y sin olvidar a los que viven en la pobreza o en la soledad y se sienten al margen de la sociedad.

¿Y por qué esta vez se pensó en Buenos Aires y específicamente en Borges como eje de la reunión? Porque tanto Ravasi como Bergoglio encuentran en la prosa y en la poesía del gran escritor rioplatense un privilegiado espacio de diálogo y de posible encuentro, algo ciertamente tan necesario como estimulante para nuestra sociedad. Borges, que se consideraba agnóstico (o sea, sin respuestas definitivas ante la pregunta sobre Dios), conocía muy bien y se sentía atraído por la Biblia, que descubrió desde chico gracias a su abuela inglesa y protestante. Respetaba, sin comprender demasiado, las razones de la fe católica de su madre. Amaba la sabiduría judía, se sentía atraído por las tradiciones musulmanas, e incluso le dedicó un ensayo al budismo.

Por otra parte, es un referente universalmente reconocido de nuestro país y de sus mejores hábitos, a los que supo sumar la infrecuente vocación de una gran curiosidad y apertura ante todas las culturas.

El Foro Ecuménico Social y la Fundación Internacional Jorge Luis Borges fueron invitados por el cardenal Ravasi y por el Santo Padre para que le dieran vida a este evento, junto con el Consejo Pontificio para la Cultura. La idea consensuada es que participen personalidades y ámbitos públicos muy diferentes, a partir de tres ejes centrales: Borges, trascendencia, religiosidad y agnosticismo; debates sobre responsabilidad social y ciudadana; actividades de música, danza, teatro, cine y plástica.

Ya han ofrecido colaboración docentes e investigadores de la Universidad de Buenos Aires, de la UCA, de la Católica de Córdoba, de la de Salamanca, de la de Bolonia, de la Complutense de Madrid, de la de Valencia. Además participarán diferentes organizaciones de la sociedad civil y del ámbito académico. Los encuentros tendrán sede en diversos lugares, para dar testimonio de la apertura al diálogo también desde los ámbitos elegidos.

La magnífica (y que desearíamos también profética) página que da nombre al último libro de Borges, Los conjurados, sobre la sorprendente decisión de los fundadores de la Confederación Helvética (el país donde está la ciudad de Ginebra, una de sus patrias) constituye una suerte de manifiesto para este encuentro que ambiciona aunar inquietudes artísticas y culturales con el quehacer de la construcción ciudadana. Escribe Borges en el poema mencionado: “Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan / diversas religiones y que hablan en diversos idiomas. / Han tomado la extraña resolución de ser razonables. / Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus / afinidades”.

José María Poirier Lalanne

Del infierno y del cielo
(Poema de Jorge Luis Borges)

del-infierno

El infierno de Dios no necesita/ el esplendor del fuego. Cuando el Juicio/ Universal retumbe en las trompetas/ y la tierra publique sus entrañas/ y resurjan del polvo las naciones/ para acatar la Boca inapelable,/ los ojos no verán los nueve círculos/ de la montaña inversa; ni la pálida/ pradera de perennes asfódelos/ donde la sombra del arquero sigue/ la sombra de la corza, eternamente;/ ni la loba de fuego que en el ínfimo/ piso de los infiernos musulmanes/ es anterior a Adán y a los castigos;/ ni violentos metales, ni siquiera/ la visible tiniebla de Juan Milton./ No oprimirá un odiado laberinto/ de triple hierro y fuego doloroso/ las atónitas almas de los réprobos./ Tampoco el fondo de los años guarda/ un remoto jardín. Dios no quiere/ para alegrar los méritos del justo,/ orbes de luz, concéntricas teorías/ de tronos, potestades, querubines,/ ni el espejo ilusorio de la música/ ni las profundidades de la rosa/ ni el esplendor aciago de uno solo/ de sus tigres, ni la delicadeza/ de un ocaso amarillo en el desierto/ ni el antiguo, natal sabor del agua./ En su misericordia no hay jardines/ ni luz de una esperanza o de un recuerdo./ En el cristal de un sueño he vislumbrado/ el Cielo y el Infierno prometidos:/ cuando el juicio retumbe en las trompetas/ últimas y el planeta milenario/ sea obliterado y bruscamente cesen/ ¡oh Tiempo! tus efímeras pirámides,/ los colores y líneas del pasado/ definirán en la tiniebla un rostro/ durmiente, inmóvil, fiel, inalterable/ (tal vez el de la amada, quizá el tuyo)/ y la contemplación de ese inmediato/ rostro incesante, intacto, incorruptible,/ será para los réprobos, Infierno;/ para los elegidos, Paraíso.

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