Voluntariado eclesial

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de MadridALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

“Deberíamos evitar caer en una reacción visceral, entre ingenua e injusta, que olvidara el inmenso trabajo pastoral de tantos presbíteros célibes…”

Parece que mucha gente ha descubierto ahora, con asombro y cierto regodeo, que el celibato del clero de la Iglesia católica no es un dogma de fe; cosa que siempre hemos sabido, claro.

Pero eso no quiere decir, ni el Papa lo ha dicho, que no tenga su fundamento y su importancia. No se olvide, por ejemplo, que Jesús de Nazaret vivió célibe toda su vida, contra la costumbre de casarse muy joven por entonces.

Pero, además, llama la atención otro dato curioso: mientras que en el Nuevo Testamento aparecen cientos de nombres de todas clases, ni una sola vez se recuerda el nombre de un hijo o de una esposa de los Apóstoles, que estarían casados casi todos.

La Iglesia católica siempre ha reconocido el ministerio de los casados presbíteros en Oriente, y el Concilio Vaticano II descartó expresamente que pretendiera unificar la disciplina de acuerdo con la Iglesia Occidental.

Lo que deberíamos evitar ahora es caer en una reacción visceral, entre ingenua e injusta, que olvidara el inmenso trabajo pastoral de tantos presbíteros célibes que han sostenido y promovido a la Iglesia católica durante tantos siglos, así como ignorar la necesidad y conveniencia de que tengamos muchos y santos presbíteros célibes, renunciando al matrimonio, al ejercicio de una profesión civil y a la participación en la política de partidos, consagrados plenamente al servicio pastoral de la comunidad cristiana.

Los clérigos también podemos tener debilidades y pecados, pero hay algunas tentaciones y defectos propios de nuestro ministerio, como el clericalismo, el autoritarismo, el divismo, etc, sin olvidar el tremendo pecado de omisión, cuando no hacemos el bien que podemos hacer, por comodidad, por vergüenza, por miedo, etc.

Con razón valoramos el generoso voluntariado social de nuestra época. No se olvide tampoco la generosidad de este que bien podríamos llamar –¿por qué no?– voluntariado eclesial.

En el nº 2.904 de Vida Nueva.

 

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