Una Iglesia en la frontera

El drama migratorio Sur-Norte, de Arizona a Lampedusa pasando por el Estrecho de Gibraltar

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Una iglesia en la frontera [ver extracto]

FRAN OTERO | Aquí no cabe el desaliento”, me dice Gabriel Delgado, delegado de Migraciones del Obispado de Cádiz y Ceuta y director de la Fundación Centro Tierra de Todos.

Acostumbrado a las fronteras y a los dramas que por ellas transitan, aunque también al trabajo diario con inmigrantes que viven en las ciudades y pueblos de la diócesis gaditana, afirma que trabajar con este sector de la población, servirles al fin y al cabo, “es muy gratificante”.

Es consciente de que lo hace en uno de los lugares más significativos en cuanto al flujo migratorio se refiere, pero insiste en que la mayor parte del tránsito de esta zona se produce con normalidad y añade que son millones los que cruzan siguiendo los cauces habituales y miles los que lo hacen de manera irregular. “A veces, leyendo las primeras páginas de los periódicos, parece que África nos invade. Y no es verdad que nos estén invadiendo”, añade.

Paso fronterizo en Melilla.

Paso fronterizo en Melilla.

De hecho, y según los datos que ha hecho públicos la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, en 2013, más de 7.500 inmigrantes entraron en España por el sur, 558 más que en 2012, siendo Cádiz la única provincia por la que entraron más este año que el anterior, aunque Ceuta y Melilla siguen siendo la principal vía de acceso con más de 4.000. De hecho, según la Agencia Europea para la Gestión de las Fronteras Exteriores (Frontex), entre enero y abril 2014, el número de inmigrantes que habían entrado en Ceuta y Melilla ya alcanzaba los 2.250.

Las formas de alcanzar el sueño de una vida mejor de las personas que se esconden tras estas cifras depende de su solvencia económica, pues ello determinará si pueden acceder a pasaportes falsos, a un traslado en zodiac o en balsas hinchables. Para los que no tienen más recursos que su propio físico, solo queda intentar saltar la valla. Y aunque saben que es peligroso, y así lo manifiestan si alcanzan suelo español, no hay nada que les pueda detener. Un auténtico drama que recibe una respuesta tan clara como injusta desde Europa: las vallas y el control policial de las fronteras.

Así lo percibe Gabriel Delgado en su labor con los inmigrantes a través del obispado y del Centro Tierra de Todos, un trabajo que lidera el obispo diocesano –primero fue el hoy emérito Antonio Ceballos y ahora es Rafael Zornoza– y completan parroquias, congregaciones y voluntarios.

Delgado nos acerca una imagen muy reveladora, la de una Europa como un castillo, una fortaleza que se quiere defender de los desheredados de la Tierra. “Esa no es la solución”, dice, para apuntar la necesidad de la cooperación entre los países emisores y receptores para regular los flujos migratorios, así como la mejora de las condiciones en los países de origen. Explica:

Las fronteras son lógicas y en la pastoral de migraciones no estamos en contra, sí lo estamos del tipo de gestión de fronteras que se hace hoy, que nunca debiera sobrepasar la lesión de los Derechos Humanos. Jamás se ha de traspasar esta barrera. En las fronteras no vale todo y tampoco vale gastarse todo el dinero en instrumentos que lesionen la dignidad de las personas”, explica.

 

Inaceptable

frontera

En la retina están los 15 fallecidos en el paso fronterizo de El Tarajal, entre Ceuta y Marruecos, cuando cientos de inmigrantes intentaban cruzarla el pasado 6 de febrero. Entonces ya alzó la voz la Iglesia. Estas palabras del arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, el obispo español al otro lado de la valla, resumen bien la indignación:

Es inaceptable que políticas migratorias de los llamados países desarrollados ignoren a los empobrecidos de la Tierra, vulneren sus derechos fundamentales y se conviertan en caldo de cultivo necesario para multiplicar en los caminos de los emigrantes las mafias que los explotan. Es inaceptable que haya fronteras impermeables para los pacíficos de la tierra y no las haya para el dinero de la corrupción, para el turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas. Es inaceptable que la política obligue a las fuerzas del orden a cargar la vida entera con la memoria de muertes que nunca quisieron causar. Es inaceptable que el mundo político no tenga una palabra creíble que dar y una mano firme que ofrecer a los excluidos. Es inaceptable que a los fallecidos en las fronteras se les haga culpables, primero de su miseria, y luego de su muerte. Ellos no son agresores, han sido agredidos. Es inaceptable que el negrero de ayer perviva en los gobiernos que hoy vuelven a encadenar la libertad de los africanos, supeditándola a los intereses económicos de un poder opresor.

Al hilo de estos acontecimientos, el Servicio Jesuita a Migrantes-España (SJM) y el Servicio Jesuita a Refugiados-Europa (SJR) visitaron en los últimos meses la zona fronteriza entre Nador y Melilla; el SJR lo hizo del 3 al 8 de marzo, mientras que el SJM del 8 al 13 de julio.

Inmigrantes en Melilla.

Inmigrantes en Melilla.

Fruto de estas visitas, elaboraron el documento Vidas en la frontera sur [ver íntegro], que acaban de entregar a la Defensora del Pueblo y donde constatan, entre otras cosas, que la vía que suscita hoy más preocupación es el salto de la valla, que las personas a la espera de saltarla son conscientes de los graves peligros que ello conlleva y que, aun con este riesgo y con las dificultades que le esperan en Europa en caso de conseguir cruzar, les compensa hacerlo “habida cuenta de la falta de futuro con que se ven, habida cuenta de la imposibilidad de sacar adelante a sus familias en el país de origen, habida cuenta del peligro regresar a sus lugares de origen por los conflictos allí existentes”.

Otra de las preocupaciones es la saturación del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, con 1.600 personas acogidas en estos momentos, aunque su aforo no supera las 500 plazas. Añade el informe:

Nos parece que el CETI carece de infraestructura, instalaciones y equipamientos mínimos para la población que alberga. Es evidente la situación de saturación y hacinamiento. Nos resulta incomprensible por qué el Ministerio del Interior no traslada a personas a la península para aliviar la situación del CETI.

La situación al otro lado de la frontera es dramática, pese a los esfuerzos de la Delegación Diocesana de Migraciones de Tánger. Por ejemplo, en el monte Gurugú, esperando a cruzar hacia España, los inmigrantes viven en condiciones muy duras, detalla el texto:

Están muy pobremente equipados: muchos de ellos solo tienen chanclas, chándal y ninguna prenda de abrigo. Para alimentarse, aprovechan los días de zoco (miércoles y sábado): recogen los desperdicios comestibles cuando se levantan los puestos. Para beber, compran agua potable en las tiendas. Muchos sufren lesiones graves, otros dan cuenta de dolores de cabeza o estómago. En caso de enfermedad o lesión, tienen derecho a la atención sanitaria, pero no a medicamentos o a instrumental médico gratuito.

 

Responsabilidad

Habiendo conocido la situación y las motivaciones de tantos migrantes, el SJM y el JRS reclaman soluciones a largo plazo y respeto a los derechos de los migrantes. Añade el documento:

La responsabilidad de buscar, analizar y encontrar esas soluciones debe recaer en la comunidad internacional y no debería jugarse a transferir responsabilidades a otros según su ubicación geográfica a lo largo de las rutas migratorias.

Mientras tanto, recuerdan que la protección de vidas humanas “es un imperativo moral y legal y debe ocupar un lugar más elevado en la lista de prioridades políticas”, y que el control migratorio no puede ejercitarse a cualquier coste. De hecho, según denuncian, la situación en la frontera hispano-marroquí “incumple la legalidad española y europea y nos sitúa en esas líneas rojas moralmente inaceptable”.

En este sentido, el Servicio Jesuita al Migrante rechaza las llamadas expulsiones en caliente y el concepto operativo de frontera, de modo que apoya el reciente informe jurídico promovido desde la Universidad y publicado el pasado 27 de junio con el título Expulsiones en caliente: cuando el Estado actúa al margen de la ley [ver íntegro], donde se da cuenta de esta realidad.

En Cádiz y Ceuta, la diócesis, como cuenta Gabriel Delgado, trabaja fundamentalmente en dos campos de actuación: la inmigración que vive en pueblos y ciudades, y la inmigración irregular que llega por distintas vías y necesita una respuesta urgente y de emergencia.

En el primero, la Iglesia trabaja a través de las parroquias en la integración de los inmigrantes, sale a su encuentro en la catequesis, en la caridad… En este sentido, continúa el delegado episcopal, “la parroquia ayuda a la integración en los barrios”. Ofrecen asesoramiento jurídico, atención y orientación social, clases de español… a través del Centro Tierra de Todos, por el que pasaron unas 3.500 personas de 80 nacionalidades el año pasado. Del mismo modo, acogen a los inmigrantes que acaban de cumplir 18 años y que hasta ese momento estaban tutelados por la administración, que ya no les atiende más.

Paralelamente a este trabajo, se encuentra la respuesta a emergencias humanitarias, que se están intensificando en los últimos meses. De hecho, desde finales de mayo, han acogido a 122 inmigrantes. Añade Delgado, que también detalla el trabajo que hacen, a través de visitas, en los CIE de Tarifa y Algeciras:

Como Iglesia, no podemos dejar tiradas a estas personas. Queremos que perciban a la Iglesia como una mano humanitaria, fraterna, de acogida.

 

Lampedusa

A casi 1.500 kilómetros de distancia, la pequeña isla de Lampedusa es otra de las puertas a Europa, símbolo de periferia migratoria desde que la visitara hace más de un año el papa Francisco y la pusiera en el foco mediático.

Francisco en Lampedusa  hace año.

Francisco en Lampedusa hace año.

Allí clamó contra la globalización de la indiferencia, que da la espalda a los hombres y mujeres que escapan de condiciones de vida infrahumanas. Nadie le escuchó, pues meses después, en octubre, a las puertas de la Europa de los Derechos Humanos, fallecerían unos 400 inmigrantes, lo que provocó su desgarrador grito: “É una vergogna” (Es una vergüenza).

En 2014, la llegada de inmigrantes a Lampedusa se cuenta por miles, un tránsito vigilado por la misión Mare Nostrum, que ha puesto en marcha el Gobierno italiano tras la tragedia de octubre. Se calcula, según algunas estimaciones, que Italia batirá récord de recepción de inmigrantes desde 2011, punto culminante de la Primavera Árabe. Y, a pesar de todo, hace unos días, el pasado 19 de julio, otros 18 inmigrantes perdieron la vida en el canal de Sicilia, al sur de Lampedusa.

Como Ceuta o Melilla, esta pequeña isla está saturada. Desde las administraciones públicas no se da una respuesta al drama y son las entidades eclesiales –la parroquia y Cáritas– las que cuidan la dignidad de los que llegan. El actual párroco de la isla, Mimmo Zambito, denuncia que no tienen lugar para acoger con dignidad a los que llegan y urge que se establezca un protocolo de actuación. El sacerdote italiano, que llegó a la zona en octubre del pasado año, afirma que la misión de la Iglesia es muy particular en Lampedusa: la acogida de inmigrantes y refugiados.

De hecho, cree que Europa debe redefinir su identidad en el Mediterráneo, que no es otra que “la capacidad de acogida, la capacidad de integración y la defensa de los derechos de todos”. En este sentido, reclama que los países bañados por el Mediterráneo, en colaboración con el resto de Europa, reflexionen sobre esta identidad y su responsabilidad común:

No podemos afrontar esta situación como naciones particulares. La acogida nos afecta a todos. Por ejemplo, en Lampedusa sentimos la necesidad del apoyo de Europa y sus valores, definidos en la acogida.

En los límites que separan el estado norteamericano de Arizona con el mexicano de Sonora se hace presente Kino Borders Initiative (La Iniciativa Kino para la Frontera), una organización que promueve la dignidad de cada persona y defiende la solidaridad binacional.

Integrada por la Provincia de California de la Compañía de Jesús, el Servicio Jesuita a Refugiados-Estados Unidos, la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, las Misioneras de la Eucaristía, la Diócesis de Tucson y la Arquidiócesis de Hermosillo, ofrecen asistencia humanitaria y acompañamiento directo a los migrantes y educación social y pastoral a comunidades de ambos lados de la frontera, del mismo modo que promueven redes de colaboración dedicadas a la investigación y promoción para trasformar las políticas de inmigración.

Según su último informe anual, correspondiente a 2012 [ver íntegro], esta iniciativa católica ofreció, a través de su Centro de Ayuda al Migrante Deportado, un total de 58.640 comidas, además de ropa y apoyo psicológico y pastoral. En el albergue Casa de Nazaret acogió a 302 mujeres y niños, mientras que en el Módulo de Primeros Auxilios se atendió a 2.447 inmigrantes, que presentaban mayormente síntomas de deshidratación o gripe.

Al margen de esta atención más primaria, la Iniciativa Kino trabaja en el campo de la educación organizando experiencias para escolares, universitarios o miembros de organizaciones interesadas, de modo que puedan conocer y trabajar en el campo de las migraciones: dialogar con los inmigrantes y con los representantes gubernamentales, prestar asistencia humanitaria y reflexionar sobre la propia experiencia. Del mismo modo, promueven diálogos para profundizar en esta problemática, presentaciones que abordan esta realidad desde la frontera y la capacitación de agentes católicos en cada parroquia para que puedan liderar este trabajo en ellas.

No olvidan la investigación y la incidencia y, por ello, consultan, a través de una encuesta, a las personas que pasan por el Centro de Atención al Migrante Deportado, acogen a académicos que quieran investigar sobre las migraciones y colaboran con organizaciones afines en las capitales federales de México y Estados Unidos, para señalar políticas que eviten la separación familiar y los abusos en la detención y deportación de migrantes.

En los últimos días, la frontera que separa México de los Estados Unidos ha vuelto a atraer el foco informativo ante la masiva llegada de menores no acompañados, pues se ha hecho público que unos 52.000 menores habían sido detenidos en su intento de cruzar hacia los Estados Unidos desde octubre de 2013 hasta junio de 2014, según informaba en estas mismas páginas Felipe Monroy (VN, nº 2.902). La situación está lejos de mejorar, pues las estimaciones ascienden a 90.000 para el año en curso.

Sean Carroll, director de Kino Borders Initiative, nos atiende en la distancia en uno de los pocos ratos libres que tiene cada día. Con una frase sencilla, resume la labor que realizan: “Queremos ser un presencia humanizadora”.

Eucaristía en la frontera de México y Estados Unidos.

Eucaristía en la frontera de México y Estados Unidos.

A pesar de que convive, día a día, con el dolor y el sufrimiento de tantos desgarrados por la violencia o la pobreza, no deja de conmoverse. Habla de los inmigrantes que atiende: repatriados, en su mayoría, de Centroamérica; huyendo de la violencia del crimen organizado, de las pandillas…

Una mamá llegó hasta aquí después de que una pandilla le dijera que le iban a quitar a sus dos hijas para que fueran prostitutas. También una joven hondureña embarazada, a quien el papá del bebé quería asesinar.

Historias desgarradoras a las que hay que sumar “otra crisis”, como denuncian desde Washington Office on Latin America (organización de Derechos Humanos, Democracia y Justicia Social): los abusos que sufren todos los migrantes durante su viaje por México.

Según Sean Carroll, “llegan traumados por la violencia o por ser testigos de ella”, lo que explica que el viaje que realizan, sobre todo en tren, “es un infierno”, pues son víctimas del crimen organizado que “colabora con la Policía para robar a los inmigrantes”.

“Por eso –continúa el jesuita estadounidense– la importancia de brindar no solo alimentos, sino también atención pastoral, porque la necesidad espiritual es tan fuerte… Siempre estamos dispuestos a escuchar y a acompañar”.
 

Frustraciones

Otro de los dramas es el sentimiento de fracaso, la frustración ante la deportación o la repatriación, la sensación de haber fallado a sus familias, que habían puesto tantas esperanzas y dinero en un futuro mejor. También lo es la separación familiar, pues son muchas las madres que tienen a sus hijos en los Estados Unidos y no tienen ninguna opción legal para encontrarse con ellos. “Es una experiencia muy fuerte de impotencia”, explica Carroll.

Casi todos son conscientes de las dificultades para cruzar a los Estados Unidos de manera legal y, con la intensificación de los controles, los inmigrantes están dispuestos a arriesgar más para conseguir su objetivo. Así, se lanzan al desierto, guiados por los conocidos como coyotes, que los engañan y dejan tirados si no pueden caminar. Muchos han muerto intentando cruzar: un total de 6.000 desde 1998.

Para visibilizar esta realidad, la Comisión de Migraciones de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos organizó el pasado mes de abril una celebración en Nogales (Arizona). Las fotografías hablan por sí solas. Allí, el presidente de la citada comisión y obispo auxiliar de Seattle afirmó que la frontera entre México y los Estados Unidos “es nuestra Lampedusa”, la vergüenza de la que hablaba Francisco.

“Se intentó llamar la atención ante los migrantes muertos en el desierto y hacer una oración por el respeto a la dignidad de cada ser humano. El hecho de comulgar entre la valla es signo de que somos el Cuerpo de Cristo, de que no importan las fronteras”, añade Sean Carroll, que insiste, como el Papa, en que “la persona es primero”.

No parece ser esta la prioridad de los gobiernos tanto en Europa como en Norteamérica, empeñados en reforzar el control de las fronteras y en crear muros más altos y peligrosos que no intimidan a los que llegan buscando mejores condiciones de vida y paz.

Para Sean Carroll, la solución a este gran problema pasa por invertir en programas de desarrollo económico y contra la violencia en los distintos países de origen, así como ayudar a que creen sus propios albergues y que sean seguros. “Una respuesta integral que puede mejorar la situación. Con más control y la agilización de la repatriación solo se ayuda a poner en riesgo la vida de los migrantes”, concluye.
 
 

¿Seremos capaces de vivir juntos?

Alberto Ares, delegado del sector social de los jesuitas, estuvo del 8 al 13 de Julio, con el Servicio Jesuita a Migrantes-España, conociendo de primera mano la situación de la frontera entre Melilla y Nador. Visitó, entre otros lugares, el CETI de Melilla y el monte Gurugú. Estas son algunas de las reflexiones que ha escrito al hilo de este viaje:

“Una semana no es tiempo suficiente para hacer una lectura integral sobre la realidad de frontera. Si bien esto es innegable, no es menos cierto que recoger la experiencia de tantas personas con las que nos encontramos me ayuda a mirar de forma más honda esta realidad tan rota y sufriente, donde siento que Dios sigue actuando en las dinámicas vitales de tantas personas: misericordia, servicio, solidaridad…

La visita a Nador me constata una fuerte represión en torno a la frontera, en el acoso a las personas que viven en los asentamientos, sobre todo, en el monte Gurugú, de las devoluciones en caliente, de todos los apaleamientos que se producen en la misma valla.

¿Seremos capaces de vivir juntos? Me alegró mucho escuchar los mensajes emitidos por el rey de Marruecos, aunque hayan sido incipientes. Están ayudando a construir una nueva política migratoria, abriendo vías a la regularización. Me daba alegría escuchar a algunos inmigrantes diciendo que este mensaje ha influido para que la población marroquí mirara con ojos más solidarios y respetuosos la vida y el proyecto de las personas migrantes.

Es doloroso observar cómo el control de fronteras y todo lo acaecido en torno a la valla genera una economía obscena a través de las redes de coyotes y de trata, del trabajo infrahumano de las porteadoras, de todo el dinero invertido por los gobiernos en construir muros, en reforzar más y más la vigilancia, más cuerpos de seguridad. ¿Podemos hacer negocio a costa de la degradación de personas, de la violación constante de derechos humanos?, ¿qué nos está pasando?

Siguen viniendo a mi mente los rostros y las conversaciones con tantas personas durante estos días; se han convertido en compañeros y compañeras de camino. Es difícil no conmoverse por el drama de las mujeres sometidas a trata y a tantas vejaciones en su proceso migratorio, por el dolor de aquellos que viven constantemente escondidos y apaleados en el bosque con la esperanza de un día saltar hacia la tierra prometida, la de tantas personas que huyen del hambre y de los conflictos bélicos que aniquilan vidas, sueños y esperanza.

Se perciben también las limitaciones de los que viven al borde de la navaja, de los que sienten la presión y la angustia: peleas entre migrantes de diferentes comunidades, actitudes racistas y prejuicios, incluso cierta picaresca y la tensión vital de los cuerpos de seguridad.

Recuerdo también con ilusión el testimonio de tantas personas que están apoyando en el proceso: gente solidaria –algunos de Iglesia–, funcionarios, personas de bien que acompañan y se desviven por los demás. Son para mí un testimonio vivo de la buena noticia encarnada, de que existen los ángeles en esta tierra, personas que me ayudan a conectar con espacios privilegiados de encuentro en lo más auténtico y profundo del ser humano”.

 

Ludovic Trésor: Un camino sin pisar a los demás

Ludovic Trésor es uno de esos héroes anónimos que invierten su vida por su futuro y el de su familia y, cuando lo consiguen, se lanzan en la lucha por un mundo mejor. Es joven y procede de Camerún. Llegó a nuestro país tras una travesía por cuatro inmensos países –Nigeria, Níger, Argelia y Marruecos–. Pasó hambre y sed, estuvo tres días abandonado en el desierto, le robaron, tuvo que andar decenas de kilómetros con unas simpes chanclas, conoció la hospitalidad y, finalmente, consiguió llegar a España nadando tras esquivar las balas y las piedras de la policía marroquí. Ahora vive en Madrid y colabora con la organización que le acogió, Pueblos Unidos, tras pasar por Tarifa, Puente Genil y Torrelavega. Sorprende su esperanza, su integridad… que en sus palabras no aparezca el más mínimo rencor, aunque sí el sufrimiento. Huérfano de padre desde los seis años, dejó su país a los 18 en busca de futuro. Lo consiguió y sigue trabajando en él.

En el relato de su experiencia llama la atención su capacidad de asombro, de compasión, aun cuando su situación era extrema, tal y como se deduce de estas palabras: “Maradi (Níger) es una ciudad muy pobre; me impresionó mucho porque había niños por la calle que llevaban platos en las manos para pedir comida cuando alguien compraba algo; fue verlo y empezar a llorar. Son rincones del mundo a los que nadie se asoma, historias que gritan de forma desesperada para ser escuchadas y personas que sobreviven al paso del tiempo dejando pasar la vida. Unos chicos me vieron sacar dinero para dárselo a los niños y por la noche intentaron robarme, otra vez más; pero tuvieron la mala suerte de que yo ya había pagado mi autobús y no me quedaba nada”.

Otro gesto de este joven héroe se produjo en Orán (Argelia), en casa de una compatriota que lo acogió, y que tenía en su casa una especie de bar: “Uno de los clientes me explicó cómo funcionaban las cosas allí; me dijo que había solo una manera de conseguir dinero, y esta era convencer a la gente de que puedes multiplicarlo, y cuando te dan el dinero para multiplicar les devuelves el doble en billetes falsos, y tú huyes con todo. Pero le dije que no podía hacer eso, yo prefería continuar mi camino sin pisar el de los demás”.

No sabe si volvería a hacerlo, ni siquiera quiere pensarlo; eso sí, se siente orgulloso de su historia y de su vida y concluye que esta experiencia le ha hecho crecer y cambiar como persona. “Pero, sobre todo, me ha servido para darme cuenta de que lo único que es completamente mío y que nadie me puede quitar es mi fe en Dios; gracias a Él he llegado hasta aquí y gracias a Él seguiré consiguiendo todo lo que me proponga. He vivido una pelea con la injusticia que ha hecho que lo material se coloque en la última fila de mi escala de valores. La vida me lo ha dado todo, pero ahora me necesita y me pide que me dé a los demás. Entiendo mi vida como una forma de ayuda y entrega a los que lo necesitan, y eso es lo que me hace realmente feliz”, añade.

Concluye con el agradecimiento a todas las personasque han aparecido en su camino, “a las que conocí en Nigeria y Níger, como a las de Argelia, Marruecos y España”.

En el nº 2.904 de Vida Nueva

 

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