Una humanidad sin humanos

Landahlauts

La nuestra, la de los últimos sesenta años, o quizás toda nuestra vida republicana, es una historia de odios, de venganzas, de mentiras, de sangre y de muerte. ¿Quién lo niega?

Todavía hoy nuestra sociedad vive llena de odios, conductas criminales, discursos, actitudes y frases hirientes, y por eso está moralmente enferma. Somos intolerantes hasta el extremo de atentar contra la vida de otro ser humano por el color de una camiseta, por un celular o por un gol.

La verdad es que la vida en sociedad está hecha de grandes y pequeñas guerras, guerras en las montañas y guerras cotidianas, guerras en las calles de las ciudades, guerras caseras. Porque las guerras que libran contra el Estado y contra la sociedad civil los alzados en armas no son las únicas guerras. Están las guerras por el dinero y por la fama, las guerras por el poder político y económico, las guerras por el oro y las drogas malditas, las guerras por el placer, las guerras contra la razón, la ley natural y el sentido común; guerras sucias y engañosas todas.

Ahora bien, firmar un tratado de paz puede llevar a poner fin a un conflicto armado; sin embargo, eso no significa necesariamente que una nación vivirá en paz. Con tratados o sin ellos, la paz será posible cuando los humanos aprendamos a vivir como humanos.

Si no hay búsqueda y construcción permanente de humanidad, si la humanidad no tiene conciencia de humanidad, si no hay humanidad, si los humanos no vivimos como humanos, no es posible que la humanidad viva en paz.

Un auténtico proceso de paz no puede ser otra cosa que una construcción de humanidad en todos los rincones, en todos los hogares, en los sitios de trabajo, en la ciudad y en el campo. Una cátedra de la paz debe ser existencial y no puramente académica; una construcción de humanidad, porque en esta tierra nuestra son legión los que no saben que son seres humanos y no piensan como humanos. Parodiando a Alexis Carrel, bien podríamos decir: la humanidad, esa desconocida. Los humanos seguimos siendo todavía hoy unos desconocidos para nosotros mismos.

La paz no se firma ni se promete, se construye, se vive cuando se hace el gran descubrimiento de saberse humanos, sentirse humanos, pensar y actuar como humanos; cuando se aprende a vivir humanamente. La primera y fundamental respuesta al odio y a todas las formas de guerra es una conciencia abundante de humanidad. De lo contario, la humanidad nunca sabrá lo que es vivir en paz.

La paz no se firma ni se promete, se construye, se vive cuando se hace el gran descubrimiento de saberse humanos

 

El hombre nuevo

Viene al caso la famosa anécdota de Diógenes, quien a plena luz del día recorría las plazas y calles de Atenas con una lámpara encendida buscando en vano a un hombre. “Busco un hombre de verdad, uno que viva por sí mismo. Esos no son hombres, son bestias: comen, viven y duermen como las bestias”, respondía a quienes lo interrogaban. Algo semejante nos está sucediendo hoy: salimos a las calles, a las carreteras, a las plazas, a las oficinas, a buscar seres humanos que piensen y vivan como humanos, y no los encontramos.

Y es que donde hay violencia, corrupción y odios, donde la justicia vive de luto, donde hay mentiras y falsas promesas, donde se jura y se perjura, no hay humanidad, no hay hombres ni mujeres de verdad; de nada sirve hablar de virtudes y valores como amor, respeto, perdón, reconciliación. Por tanto, no puede hablarse de verdadera paz.

Así las cosas, concluyo, hay que anunciar el cristianismo, porque en el Hijo de Dios, Palabra del Padre, enviado por el Padre, Jesús de Nazaret, en su persona, en su vida, en su palabra, en su muerte y en su resurrección, está la revelación del verdadero rostro del Padre y al mismo tiempo del verdadero rostro del hombre; Jesús encarna la plenitud del ser humano y de la nueva humanidad, según dice la constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II (n. 22).

Quien quiera descubrir y encarnar el ideal supremo del ser humano, la grandeza de la vocación del hombre, quien quiera saber cómo se llega a ser hombre y a vivir como ser humano, quien quiera  construir una nueva humanidad, tiene que conocer y seguir a Jesús, porque Él es la forma humana de ser Dios (Flp 2,6-7), Él es el hombre nuevo, el principio de una nueva humanidad. Antropología dogmática y Nueva Evangelización, en pocas palabras.

p. Carlos MarÍn G. PRESBÍTERO

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