Tirúa, tierra mapuche, lugar de encuentro

Testimonio de un misionero jesuita en este enclave indígena chileno

EV_4

Tirúa, tierra mapuche, lugar de encuentro [ver extracto]

JUAN EDUARDO FUENZALIDA | En Chile, al sur de la provincia de Arauco y frente a la isla Mocha –donde dicen que habitó la ballena Moby Dick–, se encuentra Tirúa. Significa “lugar de encuentro” en mapudungun, la lengua mapuche. Es tierra lavkenche. Tierra de mapuches, que viven en cercano contacto con su tierra y con el mar, que los acompaña en esta larga costa del Pacífico.

Desde el año 2000, esta tierra acoge a una comunidad de jesuitas en misión, en la que yo estoy desde hace dos años. ¿Cómo entendemos esta misión? Como una presencia de Iglesia, insertos en una comunidad indígena e intentando caminar junto al pueblo mapuche en su vida cotidiana y en sus búsquedas; colaboramos con otros en algunos proyectos sociales y culturales para los habitantes de esta tierra y acompañamos a los católicos del lugar.

Mapuches orando a la Virgen (1646).

Mapuches orando a la Virgen (1646).

Nuestra tradición como jesuitas en el mundo mapuche es de larga data. En 1596, los primeros compañeros que cruzaron el río Biobío se internaron en su territorio con el objetivo de compartir la Buena Noticia con los hombres y mujeres de esta “nueva tierra”. La mentalidad y los métodos eran acordes a su tiempo; el Evangelio, el mismo. Pronto se dan cuenta de que este mensaje no penetraría si las injusticias y abusos cometidos por los españoles conquistadores no terminaban. Trabajaron por eso, en el territorio y en contacto con las autoridades del reino.

La expulsión de la Compañía de estas tierras en el siglo XVIII terminó con nuestra presencia. A nuestro regreso, fueron otras las opciones, hasta que, en la década de 1980, el padre Mariano Campos Menchaca se vinculó con la tierra de Sara de Lebu, donde puso su corazón. Solo estaba él.

Después de una larga búsqueda, impulsada por jesuitas en formación y recién ordenados, un nuevo grupo de compañeros vuelve a pisar esta tierra. El mismo Evangelio de Jesús. La moción: retomar el contacto de la Compañía de Jesús con el mundo mapuche. La opción: entrar en la vida de este pueblo desde el mundo rural, sabiéndonos extranjeros.

En Tirúa, un porcentaje importante de su población es mapuche, y esta se estaba ya entonces organizando. Por otro lado, había una presencia eclesial lejana, con una parroquia a 73 kilómetros, que atendía un territorio extenso y a más de cincuenta capillas.

Estando ya en el territorio, fuimos invitados a ser vecinos de la familia Huenumán Antivil. Y, junto a ellos, con todos los que viven en la comunidad Anillén, del sector Las Misiones. Don Teodoro y la papai Marcelina nos recibieron como verdaderos hijos. Después de estos primeros años, cuando ya hemos despedido a nuestros queridos vecinos, quienes se han ido a reunir con Chaw Dios y sus antepasados, es mucha la gratitud que le debemos a esta familia.

Las presencias han sido diversas. El Hogar de Cristo, con su acompañamiento de las familias, adultos mayores y preescolares. La Asociación Indígena de Tejedoras Relmu Witral, con su intento de rescatar este arte ancestral, haciendo el esfuerzo de comercializar sus tejidos y ayudar en el sustento de sus familias.

La Pastoral Mapuche de la arquidiócesis, que reúne en diálogo y oración a quienes buscan rescatar sus propios modos de relacionarse con Dios. La parroquia y su deseo de acompañar a las familias católicas, repartidas en 14 comunidades por distintos lugares de la comunidad.

Nuestro vivir aquí sirve también de puente entre las necesidades de quienes viven en estas tierras y los deseos de ayudar de nuestras redes de amigos y familias.

Estos dos años, para mí, han estado llenos de invitaciones y de aprendizajes en proceso. Lo primero tiene que ver con el ritmo de la vida, donde han entrado en conflicto el propio de la tierra y de las relaciones con el de la informática y los resultados rápidos.

Todo el primer año, la prioridad fue llegar. ¡Un largo viaje en carreta! Conocer a los vecinos, trabajar la tierra, visitar, estar, conocer a las personas… Sin imponer metas ni objetivos. Sin poner la tarea, sino anteponer la relación. Un ejemplo de este nuevo ritmo, que, de a poco, me ha cautivado, es el que se muestra en los funerales.

Tres noches de despedida donde los familiares atienden a quienes los visitan para acompañar y entregar las condolencias. Tres días de comida y conversación alrededor del fuego que entibia la noche, de llanto y buenos recuerdos. Qué modo más distinto y más bello de despedir a los que se quiere, con tiempo y con encuentro.

Santiago no es Chile. Para un nacido y criado en la capital, no es una realidad obvia. Uno vive en el centro y todo el resto es periferia. Se cree que los problemas del país son los problemas de la ciudad; que las soluciones para el país son las soluciones de la capital; que la vida de la gran urbe es la que importa a todos.

La posibilidad de mirar a mi país desde esta frontera interna comienza a fracturar esta caricatura. Al ver los noticiarios, uno se sorprende de los silencios sobre lo que ocurre fuera de la capital; al ver las autopistas urbanas, uno siente impotencia ante los caminos que aquí se vuelven intransitables en invierno por la falta de ripio; al inaugurar un flamante consultorio de salud en Tirúa, luego de cinco años de construcción, no queda más que preguntarse por el tipo de mirada y acción que tiene el Estado en nuestros extremos.
 

Un pueblo con futuro

El pueblo mapuche no es solo pasado. Creo conocer más de los egipcios que de la gente de mi propia tierra. Me he pasado días tratando de recordar los conocimientos recibidos en la Secundaria sobre este pueblo. No lo he logrado.

Llegar acá me ha obligado a leer un poco de historia en los libros y a escuchar las historias que se transmiten en las casas. Familias desplazadas forzadamente por los winka para hacer producir sus tierras, niños castigados en sus escuelas por hablar en su propia lengua.

Pero también he escuchado y visto historias del presente: intentos de recuperación y dignificación, trabajo arduo en una tierra que poco puede dar, esfuerzos por seguir confiando en los demás a pesar de tantas promesas incumplidas. Han puesto la otra mejilla y me han tratado como un hermano.

Mi cultura no es la cultura. En esta tierra de encuentros y contrastes me ha tocado convivir, como minoría católica, winka y urbana, en una realidad mayoritariamente rural, mapuche y evangélica. Un gran regalo. Más que nunca me ha tocado dar pasos con cuidado y respeto. El lenguaje se hace sensible a las diferencias; las verdades sabidas se enriquecen frente a las vivencias compartidas. La posibilidad de compartir la amistad y el trabajo con evangélicos y mapuches ha enriquecido mi cristianismo y mi humanidad.

El ideal es el buen vivir, no el tener más. Mis ansias de progreso y desarrollo se han visto cuestionadas por el ideal del Centro Küme Mongen: la espiritualidad del buen vivir.

Esta mentalidad de la gente que vive ligada a la tierra, especialmente de nuestros pueblos originarios, ha comenzado a resonar en el corazón. ¿Es posible pedirle a la tierra que nos enriquezcamos cada año sin destruirla? He ido reconociendo cómo la vida “urbana civilizada” termina no solo afectando la calidad de vida de sus habitantes, sino también al modo de vida de las pequeñas comunidades en los campos, que ven desertificadas y agotadas sus tierras sin ver los beneficios que ellas producen. La tierra es mi hermana, no mi esclava.

Para los jesuitas que vivimos aquí, nuestra presencia en este territorio tiene un profundo sentido de misión. En lo personal, he sido profundamente misionado por la colaboración con distintas iniciativas de otros, por poder ser puente entre quienes viven aquí y los que viven lejos, por ser testigo de los ritmos de la naturaleza, por ser recibido como en casa a pesar de ser extranjero, por el trabajo común con miembros de otras Iglesias cristianas.

Y creo que lo mismo podrán decir los que son dueños de casa: nos reconocemos un poco más como hijos de un Padre común, estamos un poco más cerca de la hermandad que profesamos. Nuestro corazón se ensancha al caminar juntos en Tirúa, tierra mapuche, lugar de encuentro.

EV_1_SILUETA

En el nº 2.902 de Vida Nueva

 

LEA TAMBIÉN:

Compartir