La otra ‘Copa do Mundo’

Entre huelgas y manifestaciones, otra bola rueda fuera de la cancha: en las calles, en las plazas, en las redes sociales…

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ÓSCAR ELIZALDE PRADA | Diecisiete días antes del partido inaugural, la selección brasileña llegó a Río de Janeiro. Allí, los jugadores fueron recibidos por un grupo de profesores que llevaba cerca de tres semanas en huelga. “No habrá Copa, habrá huelga”, se leía en sus pancartas y en los adhesivos que pegaron al bus de la selección pentacampeona. A su llegada a Teresópolis, su lugar de concentración, otro grupo de manifestantes los esperaban.

Las protestas, las huelgas y las manifestaciones preocupan al gobierno de Dilma Rousseff y al presidente de la FIFA, Joseph Blatter. Conforme se aproximaba el día marcado para el pitido inicial en el estadio Itaquerão de São Paulo, crecía la tensión por la seguridad durante el Mundial. Tanto que, antes del 12 de junio, las 12 ciudades-sede comenzaron a ser vigiladas con cámaras las 24 horas del día y 157.000 militares fueron asignados para garantizar la seguridad del evento.

Por su parte, la FIFA contrató a 20.000 agentes de seguridad privada para cuidar los perímetros externos e internos de los estadios, las instalaciones oficiales, los hoteles donde se hospedan las delegaciones y los centros de entrenamiento.

Eso no es todo. Antes de comenzar el Mundial, el ministro de defensa, Celso Amorim, anunció que 24 aviones ligeros, diez cazas F5, tres aviones-radares, 11 helicópteros, 29 aeronaves de apoyo, cuatro fragatas, una corbeta, 21 patrulleras, 12 navíos de desembarque y 183 lanchas apoyarían los operativos de seguridad por cielo y mar. También se hicieron entrenamientos exhaustivos y simulacros para intervenir exitosamente “si algo llegara a suceder”. Palabras más, palabras menos, la “tropa” está entrenada y lista para afrontar cualquier “combate”.

La extrema seguridad que rodea el Mundial genera más de una incógnita: ¿contra quién es la guerra? ¿Era necesario invertir más de 500 millones de euros en un esquema de seguridad de tales proporciones? ¿Fue suficiente, insuficiente? Plantear “el juego de la vida” de miles de brasileños en estos términos, y en un país que padeció 21 años de dictadura militar, parece fuera de lugar.
 

Lo que está en juego

No es casual que, en medio de la alegría y de la euforia, también se respire un ambiente de tensión. Detrás del “éxito del Mundial”, e independientemente de cuál sea el equipo que levante la Copa el 13 de julio en el Maracanã, múltiples intereses convergen por fuera del campo de juego, como si se estuvieran disputando, simultáneamente, otros partidos, con tantos o más bríos que los que se exhiben en una competición deportiva de alto nivel.

Uno es el “juego sucio del dinero y la corrupción”, que ha sido uno de los temas que más ha destacado la prensa brasileña y que mayor impacto ha tenido en las redes sociales.

Sobre este asunto, cuatro periodistas brasileños publicaron el libro O lado sujo do futebol (El lado sucio del fútbol), el cual presenta, sistemáticamente, las decenas de acusaciones que se han dictado contra Ricardo Teixeira, expresidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, y João Havelange, presidente honorario de la FIFA, quienes marcaron los rumbos del fútbol brasileño y mundial durante más de cinco décadas.

Sobre el tema, la revista Carta Capital afirma que:

Si el deporte más popular del planeta acabó manchado por negocios deshonestos y enredos variados, mucho se debe a este par, que solo dejó el poder después de que fue revelado un millonario esquema de corrupción en las entrañas de la FIFA.

Al respecto, Leandro Cipoloni, uno de los autores del libro, señala que “los verdaderos dueños de la bola son los patrocinadores. João Havelange y Ricardo Teixeira no pasan de office-boys de las grandes compañías de material deportivo, que invierten demasiado para asociar sus marcas a los grandes atletas”.

La corrupción también está presente en la inversión y en los sobrecostes asumidos por el Gobierno brasileño para responder a las exigencias de la FIFA en materia de infraestructuras. Se calcula que las obras que hacen parte del “paquete de la Copa” sumaron más de 8.000 millones de euros, muy por encima de las previsiones iniciales.

Paradójicamente, las obras de los estadios, duramente criticadas por sus sobrecostes, fueron terminadas a última hora y, lo que es peor, a nivel general, “solo el 30% fueron entregadas”, según declaraciones del mito de la selección brasileña, Ronaldo Luís Nazário de Lima, miembro del Comité Organizador Local.

También hay otro partido que se da en paralelo: el juego electoral. Los éxitos y fracasos del Mundial se suman a los de la Copa de las Confederaciones de 2013 –cuando comenzaron las grandes movilizaciones sociales, hace un año– y generan expectativas frente a las Olimpiadas de Río en 2016.

Desde el punto de vista político, un Mundial que se sitúa en plena campaña electoral es la mejor de las plataformas mediáticas para captar votos. La defensa de la gestión del gobierno de Rousseff frente la Copa supone también la defensa de su campaña por la reelección. Y, por otra parte, las críticas de la oposición ante los descalabros del Mundial no esconden su deseo de que los electores castiguen en las urnas, el próximo 5 de octubre, los sobrecostes, la improvisación, los escándalos y cualquier fisura que permita entrever las falencias del Gobierno.

En palabras del columnista Juremir Machado da Silva en el Correio do Povo:

A la derecha le gustaría usar una derrota de nuestra Copa para sacar la bola del campo y retomar el poder, mientras que la izquierda espera que nuestros jugadores sean buenos cabos electorales. Felipão [Scolari, el seleccionador brasileño] es, en este momento, el principal jefe de campaña de la candidata Dilma. En medio del campo, la derecha y la izquierda se encuentran: ambas esperan que la Copa interfiera en el resultado de las elecciones.

El Mundial despierta pasiones encontradas. En su perfil de Facebook, Pedro Henrique Ciardelli, un ciudadano de São Paulo, escribió:

No estoy en contra del deporte, no estoy en contra de la selección; estoy en contra del oportunismo de los corruptos en la realización de una Copa en un país que implora salud, vivienda, educación, seguridad y respeto.

En las redes sociales abundan expresiones de rechazo semejantes, en las que se revela la incredulidad generalizada.
 

También hay apoyos

No obstante, algunas opiniones han sido más benevolentes. El periódico Zero Horas editorializó que:

Aunque la FIFA no sea Miss Simpatía, las obras se hayan atrasado y los gastos hayan superado las previsiones, ya es cierto que tendremos estadios modernos y bonitos para los Juegos y algunas mejoras importantes en las ciudades escogidas como sede. Lo más importante, por tanto, es que Brasil cumpla el compromiso asumido ante la comunidad internacional y ofrezca tanto a los visitantes como a los locales condiciones dignas de seguridad y comodidad.

Más allá de la virtualidad y de la retórica, lo cierto es que hay una realidad social que convoca y que palpita alrededor de los estadios. Las manifestaciones que comenzaron en junio de 2013 y que dieron lugar a múltiples movilizaciones sin precedentes, en lo que se denominó la “primavera brasileña”, han desencadenado nuevas expresiones de ciudadanía entre la población, que unió su voz para protestar ante las alzas en las tarifas de transporte público, la precariedad de los sistemas de salud y educación, la corrupción y, en general, el contraste entre la inversión social y los millones de euros que se desembolsaron para garantizar el “éxito” del Mundial.

Grayce Delai, estudiante de la Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sul, recuerda que, el año pasado, las manifestaciones “no eran la barbarie de hoy; allá se vivía un ambiente de fiesta protagonizado por los jóvenes”. Desafortunadamente, los ímpetus pacíficos se han visto opacados por acciones de vandalismo y de violencia.

Curiosamente, aunque las represiones y la infiltración de hordas de saqueadores –que arrasan lo que encuentran a su paso– lograron diezmar el entusiasmo multitudinario de los inicios, numerosos colectivos han sumado sus fuerzas al descontento de la población que más se ha visto damnificada por cuenta del Mundial, como los “sin techo”, los habitantes de la calle y las familias de escasos recursos que fueron desalojadas de sus viviendas ante la inminencia de las obras.

Desde hace varios meses, no hay día en el que no se registre algún tipo de huelga o de protesta. Conductores, profesores, indígenas, policías y médicos son algunos de los gremios que han suspendido actividades para hacer sentir sus reclamos. En un reportaje para El País, Carla Jiménez señaló que “el Mundial ha crecido como catalizador para una serie de demandas que los manifestantes querían ver estampadas en los titulares de la prensa internacional”. Y lo han conseguido.

Hay quienes afirman que el mayor legado del Mundial 2014 es haber logrado que, por una parte, la sociedad brasileña despertara para reivindicar sus derechos y sus deberes, y, por otra, se tornaran prioritarios en la agenda social temas como la dignidad humana, la justicia, la educación, la salud y la paz.
 

La Iglesia también juega

Para el teólogo capuchino Vanildo Zugno:

Este es un momento privilegiado en el cual la Iglesia está llamada a promover la ‘cultura del encuentro’ a la que el papa Francisco se refiere con frecuencia, a acompañar al pueblo brasileño en sus justas reivindicaciones y a combatir el tráfico de personas.

Walmor Oliveira de Azevedo, arzobispo de Belo Horizonte, ha dicho que:

El gran legado del Mundial no será la construcción de onerosos estadios, ni las inversiones prometidas y no realizadas en la infraestructura.

Por contra, será “una conciencia social y política más aguda de los ciudadanos para empujar con su fuerza, y no solo en las urnas, sino diariamente y en diferentes segmentos, los cambios cotidianos y las respuestas urgentes que necesitan darse para que no se siga sacrificando indiferentemente a los pobres”.

Sensible a la realidad, la Iglesia promueve el “juego limpio”. En su comunicado Jugando por la vida, la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) expresó que el Mundial es una oportunidad para “reflexionar sobre las relaciones pacíficas y culturales entre todos los pueblos, así como sobre los aspectos sociales y económicos que involucran al deporte, que es armonía, siempre que el dinero y el éxito no prevalecen como objeto final”.

Críticos ante otros intereses, los obispos han reconocido que:

Las manifestaciones populares son una acertada reivindicación de la soberanía del país, el respeto a los derechos de los más vulnerables y la aplicación de políticas públicas que eliminen la miseria, detengan la violencia y garanticen la vida con dignidad para todos.

Sin embargo, ninguna acción criminal puede ser justificada, como lo expresa Demetrio Valentini, obispo de Jales: “No podemos permitir que la sociedad brasileña se torne referente del vandalismo anárquico y criminal”.

La CNBB también ha denunciado los atropellos que se han promovido en nombre del Mundial: “No es posible aceptar que familias y comunidades enteras hayan sido desplazadas para la construcción de estadios y de otras obras estructurales, en una clara violación del derecho a la vivienda”.

A tenor de sus declaraciones, la Iglesia no desconoce el drama de las familias que han sido expropiadas, como las 20.300 que, entre enero de 2009 y diciembre de 2013, han sido “removidas” en Río de Janeiro por el Mundial y las Olimpiadas. Por eso, al tiempo que se compromete a acompañar espiritualmente a hinchas y jugadores, no desampara a las poblaciones en riesgo, “especialmente aquellas que se encuentran en situación de calle, para que no sean retiradas de los espacios públicos durante la Copa”.

El “juego limpio” que promueve la Iglesia rechaza categóricamente, con “tarjeta roja”, todo tipo de abuso a los derechos humanos y le apuesta al “gol de la victoria”, que solamente será posible si se cumplen algunos requisitos: que se garantice la seguridad de las poblaciones de los barrios populares y de las personas en situación de calle, así como la de todos los brasileños y turistas; que la legislación y la protección a los trabajadores sean integralmente respetadas; que nadie sea perseguido por trabajar en el espacio público; que se evite eficazmente el trabajo esclavo, el tráfico humano y la explotación sexual; que los movimientos sociales no sean criminalizados y sea respetado el derecho a las manifestaciones en la calle; y que los hinchas y consumidores sean respetados en sus derechos.

Esta “Copa de la paz” se articula con otras iniciativas, como la campaña Juegue a favor de la vida, de la Conferencia de Religiosos de Brasil, y Pase largo, en alianza con la Acción Episcopal de la Iglesia Católica de Alemania (Adveniat) y otros organismos solidarios del país.

Es este otro Mundial, otra Copa do Mundo donde está en juego el don de la vida. Esta Copa no admite espectadores, todos sus jugadores son titulares y forman parte de un mismo equipo. Es posible que, dentro de cuatro años, este Mundial sea recordado como el tiempo en el cual se fortaleció la ciudadanía y el compromiso de los cristianos con los desheredados de la tierra.

En el nº 2.901 de Vida Nueva

 

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