Arte que redime a las periferias

José Francisco Navarro, pintor jesuita peruano, busca un cambio real en diversos espacios marginados

EV_Navarro_08

Arte que redime a las periferias [ver extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. FOTOS: LUIS MEDINA. | Como buen jesuita, el peruano José Francisco Navarro busca testimoniar su fe en las fronteras de la existencia humana. Y lo hace visibilizando lo que él denomina como “paisajes depredados y paradisíacos”; espacios convertidos en marginales por un sistema globalizado que los aboca al peligro de extinción.

Pero, si algo hace especial esta acción, que hereda su pulsión de la literatura, la música y su propia experiencia en los extrarradios de las desnaturalizadas urbes de Perú, México y Brasil, es su carácter profundamente revolucionario:

Hoy prevalece un arte prostituido, dirigido a las élites, aristocrático y clasista, que solo se mueve en ciertos ámbitos exclusivos. El verdadero arte es el que busca transformar su realidad y da cuenta al mundo de los procesos de cambio que en él se dan. En mi caso, mi apuesta es por lo vulnerable, por lo que está por desaparecer.

Un objetivo que huye de la mera retórica y que aplica de un modo concreto, desarrollando exposiciones donde invita a colectivos de barrios populares:

Mi intención, cuando hago una muestra, es que se aprecie que una galería de arte no es un espacio cerrado. A las que organizo no vienen solo los de siempre, sino que va la gente del barrio, que se siente realmente protagonista.

Porque, en los cuadros de José Francisco, los referentes son “paisajes en ebullición”, con dos caras. Por un lado, las poblaciones, que luchan por sobrevivir a un modelo que intenta atraparlas. Por el otro, ámbitos naturales privilegiados, como los Andes peruanos, los Llanos de Jalisco o el Sertón brasileño, amenazados por el afán de rapiña que ha desatado un cambio climático de funestas consecuencias.

Porque, ante todo, el religioso busca incidir en lo que le rodea y propiciar una posibilidad de reacción para sus semejantes y para la naturaleza que, pese a las amenazas del hombre, le sigue enamorando:

En primer lugar, al reflejar la vida cotidiana de un ambiente rural o de un extrarradio específico, consigo atrapar la atención de quienes pueblan ese lugar. Así, cuando expongo en un barrio y viene la gente de ese barrio, ellos se sienten representados. Se ven a ellos mismos, a ‘su’ barrio.

Esto es muy importante, pues hablamos de personas que normalmente se ven desplazadas del imaginario público más institucional y oficialista. Por contra, aquí se saben los protagonistas. Y no hablamos solo de sentimientos de alegría por el reconocimiento, sino de una auténtica transfiguración. Al sentirse reflejados, por ellos mismos y por su lucha cotidiana de supervivencia, adquieren una fuerza mayor. Es por eso que creo en el poder de la belleza, en que esta es capaz de transformar los contextos.

 

Crear sobre la destrucción

Convencido de que “el arte puede transformar la vida”, José Francisco busca devolver a su lugar a la cultura popular descartada y a la naturaleza atacada. Es lo que ha hecho en su última exposición, Apocalipsis 21, actualmente en Perú y que algún día quiere traer a España. En ella se refleja todo el peso de su causa, aunque en una fase más avanzada:

En el Apocalipsis se habla de caos, muerte y guerra, pero el capítulo 21 pone su énfasis en lo constructivo, en lo que nace después de esa destrucción. Yo estoy en esa línea. Reflejo paisajes en ebullición, que son los que pueden cambiar en un futuro próximo. Por eso, en ellos aparece muy claramente marcada la contradicción entre el centro y la periferia sometida por este, una circunstancia que, como ninguna otra, nos abre a horizontes nuevos. En mis cuadros se aprecia una lucha íntima entre la economía globalizada y las víctimas descartadas por esta: los pobres, los marginados, los indígenas… y la naturaleza a la que se pretende privatizar.

Ante semejante reto, el pintor jesuita echa mano de “áreas vitales” que, más allá de su propia experiencia de observación, le han influido durante años. Desde la música hasta la literatura, buscando reflejar en sus pinturas los paisajes íntimos descritos en sus obras por autores como Juan Rulfo, José Emilio Pacheco, José María Arguedas, César Vallejo, João Guimarães Rosa o Adélia Prado. A través de este amplísimo bagaje, José Francisco estrecha su vinculación con los pueblos amados:

Desde la visión que se sintetiza en otros campos artísticos, se entiende mejor la dinámica más honda por la que atraviesa cada país. A esa dinámica es, precisamente, a la que trato de contribuir con mi obra.

De hecho, dentro de esta complejidad, él observa cómo muchas veces anidan “caminos cruzados” que se dan, entre otros cauces, en un encuentro entre generaciones:

En mis cuadros no solo está el contexto actual, el barrio que se aprecia hoy. También busco hacer presente el que fue en su día, el que se nutrió con las experiencias de los que nos antecedieron. Ahí es donde me ayuda mucho la visión de los escritores que tengo como referentes, pues ellos supieron captar lo hondo de esos paisajes.

En las ocasiones en las que los de hoy y los de ayer comparten sus visiones, cuando se da un debate o un compartir de experiencias, es cuando el pintor más satisfecho se siente:

Siempre busco que mis muestras sean espacios de convergencia, digamos, democrática. Propicio que la gente se sienta reflejada en las pinturas, que se apropien de ellas y aprecien la misma transcendencia que yo veo en aquellos paisajes que me impactan.

Y esta transcendencia, ¿es también espiritual?

Por supuesto, yo no pinto santos o escenas del Evangelio, pero mi trabajo busca interpelar a la gente desde la frontera cultural y, por tanto, existencial. Esto se aprecia con mucha fuerza cuando las muestras han sido también un espacio para el diálogo interreligioso con judíos, cristianos de otras confesiones o incluso agnósticos. Todos somos capaces de ver el horizonte, somos capaces de responder. Creo firmemente que la belleza es un camino de conversión, a través de la fuerza de lo simbólico y de su espiritualidad latente. En un momento dado, esa belleza nos hace girar la cabeza y contemplar realmente a otras personas que nos acompañan en el camino y que, desgraciadamente, han sido dadas de lado, descartadas por nuestro mundo. Sin duda, la belleza fascina y nos lleva a la verdad y al bien.

Convencido de que afrontamos, a nivel global, un tiempo de cambios reales, este jesuita latinoamericano deposita gran parte de sus esperanzas en que estos procesos de reforma también se hagan presentes en la Iglesia por el impulso vigoroso del papa Francisco:

Claramente, él está favoreciendo la denuncia profética, así como una vivencia más honda del propio Evangelio. Estamos viviendo una nueva etapa de ebullición por la que la Iglesia se está recomponiendo, en una dinámica de transformación, desde la intuición eclesial que se vive en América Latina.

Sin embargo, percibe José Francisco, no todo está hecho; ni mucho menos

Aprecio una lentitud preocupante en este proceso, debido a la oposición silenciosa que se está dando desde ciertas élites internas en Europa y el propio continente americano. Por eso le deseo que tenga un pontificado largo y fecundo que favorezca ese cambio, por otra parte, urgente. A ello estamos llamados todos los cristianos. Todos tenemos que aportar. En mi caso, humildemente, busco hacerlo fomentando nuevas dinámicas de vida desde la belleza que sale a la calle y grita pidiendo auxilio.

 

Un hombre inquieto

José Francisco Navarro es un hombre inquieto. Artista y hombre de fe, transmite su pasión desde la docencia, con cursos de arte y espiritualidad en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, de la Compañía de Jesús, y en la parroquia de Fátima, en Lima. Además, ofrece visitas guiadas a sus exposiciones, donde establece un debate con los asistentes, de toda condición y edad.

Y, por si fuera poco, ya trabaja en su último proyecto, Por el camino de la Belleza, en el que promueve un espacio de encuentro con los que buscan lo trascendente a través del arte y la espiritualidad. Fruto de este proyecto es la Ruta Jesuita en Lima, donde coordina a un centenar de personas que buscan ahondar en la espiritualidad ignaciana a través de sus lugares referentes en la capital peruana.

También tiene en mente colaborar con La Ruta Jesuita del Barroco Andino.

En el nº 2.901 de Vida Nueva

Compartir