Gran sintonía entre los Reyes y el papa Francisco

El Vaticano acoge el primer viaje internacional de Felipe VI y Doña Letizia

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ANTONIO PELAYO (ROMA) | En el Vaticano, cualquier detalle cobra su importancia; incluso desbordar el horario previsto para una audiencia con el Papa nunca es casual. Si consideramos que la visita que realizaron los Reyes de España a Francisco, el lunes 30 de junio, acumuló un retraso de casi tres cuartos de hora sobre lo previsto, cabe deducir que este se produjo porque la cordialidad predominó sobre la esclavitud del reloj.

Felipe VI y Doña Letizia, procedentes del aeropuerto romano de Ciampino, llegaron al Patio de San Dámaso poco antes de las doce del mediodía, hora fijada para su entrevista con el Papa.

La Reina iba vestida de blanco, como se lo permite el protocolo vaticano, y Don Felipe llevaba un traje azul marino con corbata del mismo color. Un piquete de la Guardia Suiza les rindió honores mientras el prefecto de la Casa Pontificia, Georg Gänswein, les saludaba y les presentaba a una decena de gentilhombres de Su Santidad, entre los que se encontraban el español conde de Tepa, Mariano Hugo Windisch-Graetz, esposo de la archiduquesa imperial Sofía de Habsburgo, y el príncipe Próspero Colonna.

Llegados a la segunda loggia del Palacio Apostólico, fueron conducidos procesionalmente hasta la sala llamada del tronetto, donde el papa Francisco salió a recibirles con un cordial: “¡Bienvenido, Majestad!”. Pero Felipe VI imprimió un tono de mayor familiaridad, adelantándose a entrar en la biblioteca privada con un “los monaguillos primero, ¿no?”, que Bergoglio celebró con sonrisas, afirmando: “Así es, así es, ¿se lo ha dicho su padre?”. Fue así como ambos iniciaron su encuentro recordando la broma que él protagonizó en la visita de Don Juan Carlos y Doña Sofía al Vaticano el pasado 28 de abril.

Una vez sentados, comenzó la entrevista privada, que se prolongó durante cuarenta minutos, casi el doble de lo habitual en estos casos, teniendo en cuenta que no hubo intérpretes por medio.

Finalizado el coloquio, fue introducido en la biblioteca el séquito de Sus Majestades, encabezado por el ministro de Asuntos Exteriores y de la Cooperación, José Manuel García Margallo, con su esposa, y del que formaban parte, entre otros, el nuevo jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín; el embajador de España ante la Santa Sede, Eduardo Gutiérrez y Sáenz de Buruaga; y el subsecretario del Ministerio, Cristóbal González-Aller.

El intercambio de regalos fue breve pero cordial. Los Reyes le entregaron a Francisco una edición facsímil de la obra del jesuita Baltasar Gracián Oráculo manual y arte de prudencia, publicada en 1647 y de la que solo existen dos ejemplares, uno de ellos en manos de un bibliófilo argentino de Luján. El Pontífice argentino respondió con un medallón en bronce que reproduce el proyecto original de Gian Lorenzo Bernini para la Plaza de San Pedro y un ejemplar de la exhortación apostólica Evangelii gaudium. Después, entregó rosarios a los presentes.

Al llegar el turno de quien esto escribe, le dije: “Santo Padre, le prometo que el primer rosario que rece lo haré por sus intenciones”, a lo que él me contestó, con su habitual sonrisa: “Y el segundo y el tercero, no seas tacaño”.
 

¿Viaje a España?

En la despedida, Don Felipe le reiteró uno de los temas de su conversación: “Esperamos verle pronto en España, Santidad”. Minutos después, los Reyes y su séquito fueron conducidos a la Secretaría de Estado para entrevistarse con el cardenal Pietro Parolin, acompañado en esta ocasión por el subsecretario para las Relaciones con los Estados, Antoine Camilleri, y el monseñor que se ocupa habitualmente de España, Paolo Gualtieri.

El coloquio –con la participación del ministro, del embajador, del jefe de la Casa del Rey y del consejero diplomático de la misma, Alfonso Sanz– se prolongó más de media hora y fueron tratados varios temas de común interés, con especial hincapié “en algunas problemáticas de carácter internacional y regional, con particular atención a las zonas de conflicto”.

Lo reflejaba poco después el comunicado vaticano, en el que se afirmaba, igualmente, la “importancia de favorecer el diálogo y la colaboración entre la Iglesia y el Estado para el bien de toda la sociedad española”. Concluía así, al filo de las dos de la tarde, el primer viaje internacional de Felipe VI y de la Reina Letizia, que, con su torpeza habitual, algunos comentaristas han visto como una transgresión del carácter aconfesional del Estado español, como si visitar al Papa fuese una reafirmación del nacionalcatolicismo que solo ellos parecen añorar.

En el nº 2.901 de Vida Nueva

 

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