Jóvenes al servicio de la vejez

El caso de una pastoral juvenil con puertas abiertas

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Con cada paso, la visión de la pobreza se amplía. Las calles 3ª y 4ª comunican al transeúnte con el segundo centro de comercialización de drogas en Bogotá. Sobre la carrera 11B decenas de personas ocupan los andenes en los días sin lluvia; dan vía libre a los carros y a quien ose entrar caminando a la cuadra más “caliente” del barrio San Bernardo.

Las papeletas de bazuco se amontan vacías en el suelo, se suman a la basura sin dueño, de la cual ya no se espera ningún provecho. Una adolescente con mirada perdida articula inaudibles palabras en medio del trance. Su voz se suma a la de los negociadores de cripi y marihuana de Corinto.

Lo más importante es acompañar (Rafael Rojas)

Lo más importante es acompañar (Rafael Rojas)

Según se vocifera de lado y lado, al negocio del cuerpo femenino se añade el negocio de las pepas y la cocaína. En el pasado, la cuadra era una más en un barrio de artesanos. Muchas de sus casas seguían en propiedad de familias adineradas como los Umaña y los Valenzuela. Hoy la 11B está circuida por fronteras invisibles y una ley tácita mantiene la corrupción “en sus justas proporciones”: la ley del mercado negro, según la cual robar al posible cliente se paga con creces.

Semanalmente, un grupo de jóvenes visita una casa en mitad de la cuadra. De puertas para adentro, el rostro envejecido del abandono los espera cada sábado. En el Instituto San Bernardo de La Salle hay estudiantes que hoy saben qué es la indignación y cuánto vale un ser humano, especialmente cuando ha sufrido.

Paradojas misioneras

El colegio lasallista del barrio San Bernardo se fundó hace casi 100 años. Como ha ocurrido con la obra de otros institutos de vida religiosa en Bogotá, el proyecto educativo se gestó pensando en los niños y jóvenes de un determinado sector. Sin embargo, la evidente movilidad social producida por la calidad de la enseñanza atrajo a padres de familia residentes de otras partes de la ciudad.

Mientras tanto, las características del entorno se fueron haciendo cada vez más problemáticas. El destino del barrio no fue igual al del colegio. Y el estatus académico de la institución privada se definió junto al ritmo de las condiciones adversas de un sector que en la actualidad no alberga a la gran mayoría de los estudiantes, debido a que estos provienen de barrios menos inseguros y de más alto estrato.

En marzo de 1998 una nota periodística se refería a los contrastes cotidianos de San Bernardo. “Al medio día las calles se llenan de uniformes colegiales. Se escucha el ruido del esmeril, los martillazos de los mecánicos y saltan las chispas en los talleres de soldadura”. A unos metros, las residencias, las cantinas, los ladrones y las mujeres prostituidas se adueñan del paisaje urbano.

Una década después el sector ya era un reconocido centro de tráfico de estupefacientes, en el cual la policía incautaba periódicamente licor adulterado y armas, además de cientos de kilos de marihuana. “Al barrio San Bernardo se trasladaron distribuidores de drogas del Bronx”, informaba en 2012 un medio virtual. Y si bien en los últimos años se han intentado desarrollar intervenciones sociales por parte del distrito y algunas redes de comercialización y consumo de la droga han podido ser desarticuladas, la realidad de San Bernardo sigue allí, mostrando su faz más visible.

Entre los diversos rostros de la pobreza que se hacen presentes cerca del colegio hay uno al cual la pastoral educativa del Instituto San Bernardo de La Salle ha querido prestar particular atención. Es el rostro de las personas que hoy viven su envejecimiento en condiciones de vulnerabilidad social.

Cada uno tiene una historia que contar

Cada uno tiene una historia que contar

Actualmente, estudiantes de los grados superiores e integrantes del movimiento juvenil Indivisa Manent desarrollan un programa de servicio social en dos centros de bienestar administrados por las Hermanitas de los pobres y en una casa ubicada en el sector deprimido que está sobre la carrera 11B entre calles 3ª y 4ª. “Lo más importante es acompañar, más allá de cualquier otra cosa”, explica Rafael Rojas, coordinador de la iniciativa, “que esas personas se sientan acompañadas por un momento a la semana”.

La jornada de los sábados comienza cerca de la 1 p.m., cuando los jóvenes se encuentran para disponer lo necesario de cara a la actividad del día. Según un cronograma, esta última a veces corresponde a una terapia física de sencilla ejecución, otras veces se trata de un torneo de juegos populares o de una celebración de los cumpleaños más recientes. A las 2 p.m. cada uno de los tres grupos se dirige a su lugar de trabajo. Quienes van al hogar San Pedro Claver comparten la vida con personas que, en su mayoría, tienen algún tipo de discapacidad cognitiva, adultos mayores provenientes de municipios cercanos a Bogotá en donde, por alguna u otra razón, fueron dejados en situación de indefensión. Quienes van al segundo centro de bienestar de las Hermanitas de los pobres se enfrentan al compromiso de hacer pasar un rato agradable a personas que, si bien tienen satisfechas sus necesidades básicas, no cuentan siempre con alguien que los escuche y sepa acoger lo que les pasa.

Movimiento Indivisa Manent

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El movimiento Indivisa Manent refiere con su nombre a la expresión latina “lo unido permanece”. Se trata de una red de grupos de pastoral infantil y juvenil de distintas obras lasallistas. El objetivo de este movimiento es que los niños y jóvenes vivan los valores cristianos de la fe, la fraternidad y el servicio, mientras van interactuando con personas de su misma edad, compartiendo la vida y construyendo juntos desde sus contextos y posibilidades proyectos que les ayuden a vivir una sociedad que permita la justa realización de todas las personas. Viven un proceso de formación acompañados por otros jóvenes que se han formado como animadores y asesores. Por su misión de orientar y servir de guías en este camino de vida, estos últimos son los “Hermanos Mayores” de todo el movimiento.

Experiencias que cambian

Sin duda, el reto más grande lo enfrenta un tercer grupo de jóvenes que semanalmente penetra por la calle 4ª para dirigirse a una casa en el sector más complicado de San Bernardo. En ella sobreviven 8 adultos mayores, algunos de los cuales han sido habitantes de calle o presentan algún tipo de discapacidad. Para ninguno de estos jóvenes fue fácil llegar. Daniel López, de décimo grado, toma la palabra para explicar la gravedad del contexto en que está situada la casa. Sin embargo, según señala, con el tiempo un cambio se produjo con relación a los habitantes de la vivienda. “Empezamos a conocerlos mejor, a darnos cuenta que necesitan ayuda; que cada uno tiene una historia que contar. Llegaron aquí sin hermanos y no los visita absolutamente nadie”. A Daniel el tono de voz le cambia y le cambia la mirada cuando denuncia que la alimentación y el trato que estas personas reciben son los adecuados.

Hace algún tiempo, gracias a su relación con alguien, Andrés Felipe Cruz aprendió a comunicarse con señas. La experiencia enriqueció al joven a tal punto que hoy ha hecho de él el confidente de don Orlando, una persona sordomuda que también reside en la casa y comparte un destino común con el resto de habitantes. Desde su llegada, Andrés se muestra disponible para comunicarse con él. E, incluso, segundos antes de irse todavía sostiene una conversación desde el silencio, llena de movimientos, gestos y emociones. Como Daniel, también Andrés ve aparecer en él un sentimiento de indignación ante el abandono al cual se ven arrojadas personas que bien podrían ser ejemplos para muchos.

Ningún sábado deja indiferente a este grupo de adolescentes. Cerca del fin de la jornada, cuando regresan al colegio entre expendedores de droga y evadiendo las demandas de una joven que se les acerca, hablan atropelladamente acerca de lo mucho que les despierta la situación que se vive en la 11B. “Usted debería contar la historia de Parmenio”, dice uno expresando un sentir colectivo. Momento seguido, algunos reconstruyen el relato de un hombre rehabilitado, un sorteador de tempestades a lo largo de toda su vida.

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