Hacia un pentecostés permanente

El Espíritu Santo y la vida consagrada

Luis-Roberto-Lainez

Hay que dar gracias al Espíritu Santo por el testimonio evangélico de la vida religiosa que manifiesta claramente y con una fuerza particular a los ojos del mundo la primacía del amor de Dios (Cf. Pablo VI, Evangelica Testificatio, 1971, n. 1). De hecho, la vida consagrada es un don del Espíritu a la Iglesia de todos los tiempos. Esto sigue siendo cierto hoy, cuando tantos hombres y mujeres siguen respondiendo al llamado de Dios a consagrar su vida al Señor y a su proyecto por medio de los consejos evangélicos de Castidad, Pobreza y Obediencia. Estos votos revelan a la humanidad entera “la superioridad del Reino sobre todo lo creado y sus exigencias radicales”, así como “la grandeza extraordinaria del poder de Cristo Rey y la eficacia infinita del Espíritu Santo, que realiza maravillas en su Iglesia” (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, n. 44).

El Espíritu Santo provoca en los llamados a la vida consagrada el deseo de una respuesta total e incondicional, conduce el progreso de dicho deseo y lo lleva hasta su madurez y fiel realización. Él también “forma y plasma” el corazón de los consagrados y consagradas, asemejándolos cada vez más a Cristo casto, pobre y obediente, para asumir como propia su misión, hasta hacer de ellos y ellas “personas cristiformes, prolongación en la historia de una especial presencia del Señor resucitado” (Juan Pablo II, Vita Consecrata, 1996, n. 19). El mismo Espíritu que suscita la vocación a la vida consagrada es quien la sostiene y conduce hacia la plenitud en el amor.

Pero la vida consagrada no termina en ella misma pues, al mismo tiempo que revela el primado de Dios sobre todas las cosas, impulsa a los consagrados y consagradas fuera de sí mismos y de sus propios institutos, incluso a aquellos de vida contemplativa que en el silencio de sus conventos oran por los hombres y mujeres de este mundo a fin de que encuentren el camino hacia Dios. Ese es uno de los gritos del papa Francisco, quien pide al Espíritu Santo “que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos” (Evangelii gaudium, 2013, n. 261).

La novedad del Evangelio

Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo, incluso a contracorriente (…) Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él viene en ayuda de nuestra debilidad (Rm 8, 26). Pero esa confianza generosa tiene que alimentarse y para eso necesitamos invocarlo constantemente (…) No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu (Evangelii gaudium, números 259 y 280).

Fuerza y sabiduría

Al igual que en Pentecostés, el Espíritu Santo saca del encierro y del miedo a los discípulos, dotándolos de fuerza y de sabiduría para hablar a todas las razas y culturas en su propia lengua sobre las maravillas del Señor. Él renueva la Iglesia y la vida consagrada de hoy para que sea en verdad un signo del Reino para este mundo necesitado de Dios, lanzando a las religiosas y religiosos hacia todas las periferias humanas, “donde la vida clama”, para comunicar allí la esperanza del Evangelio.

Pero también el Espíritu sigue llamándonos hoy a renovar nuestra propia vida consagrada, sacándola del letargo en que a veces habita, invitándonos a redescubrir la riqueza de los carismas de nuestros fundadores y fundadoras, hombres y mujeres espirituales; y llevándonos a una nueva audacia de la caridad que le devuelva al mundo y a nosotros mismos la alegría del Evangelio, la paciencia del discipulado y la pasión irresistible por la misión.

TEXTO: Orlando Escobar, C.M. II Vicepresidente CRC. FOTO: Luis Roberto Lainez

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