Divorciados, más allá de la comunión

Son los grandes protagonistas de los dos próximos sínodos sobre la familia

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DARÍO MENOR (ROMA) | Llega la hora de la comunión en la misa del sábado por la tarde en la iglesia de Santa María de los Milagros de Roma, una de las dos parroquias gemelas de la céntrica Piazza del Popolo.

El sacerdote, Enrico Frigerio, de los Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram, dice que todos los participantes en la ceremonia pueden acercarse hasta la parte anterior al altar.

Quien sienta que no puede comulgar, por favor, que me lo indique cuando le toque su turno cruzando los brazos sobre el pecho. Recibirá una bendición individual, pudiendo realizar así una comunión espiritual.

Poco a poco se forman dos largas filas: una frente al P. Enrico y otra frente al otro sacerdote que le asiste, el P. Mario, de la misma congregación; las sesenta personas que participan en la ceremonia, o son bendecidas o van recibiendo la comunión. La inmensa mayoría comulga. La distinción del celebrante hacia los que no pueden participar plenamente en la liturgia eucarística, animándoles a que no se queden sentados en sus bancos, es el segundo momento que nos indica que no estamos ante una misa habitual.

El primero se ha producido unos minutos antes, durante la oración de los fieles. Sandro Bora, coordinador en la región italiana de Lacio de la Asociación de Familias Separadas Cristianas, se coloca frente al ambón y proclama la primera de las peticiones:

Por todos los separados, para que encuentren la fuerza que les permita aceptar su propio dolor y se conviertan en un testimonio para toda la comunidad cristiana.

Le toma el relevo Giuseppe, padre de dos niñas, a quienes tiene muy presentes: “Por los hijos de los separados, para que crezcan con serenidad y gocen de la gracia divina. ¡Que sus padres encuentren en ellos y por ellos el recíproco respeto!”.

Escucha sus palabras en un banco Luigi Petacci, prototipo del colectivo de católicos que protagoniza el debate de cara a los dos sínodos sobre la familia, que se celebran el próximo mes de octubre y el año que viene.

Estoy divorciado y casado en segundas nupcias por lo civil. El hecho de no poder comulgar supone una gran dificultad para las personas que estamos en mi situación, pero lo acepto. Nosotros sabemos que estamos en pecado permanentemente. Yo confío en la misericordia de Dios. Espero que cuando muera no se ponga a echar cuentas de cuántas veces comulgué.

En los últimos meses se han sucedido las opiniones de diversos cardenales a favor o en contra del acceso a la comunión a los divorciados en nueva unión, pero no es esa la cuestión que más preocupa a estas personas. Asegura Pettaci:

Lo primero que queremos es acogida y comprensión. La comunión, por supuesto que es importante, pero tengo claro que no puedo realizarla por mis condicionantes.

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A su lado, Bora, que no ha vuelto a casarse tras pasar por un divorcio, sostiene que “muchos católicos que comulgan no deberían hacerlo en conciencia”, y que, por eso, tiene mucho valor la implicación con la comunidad eclesiástica de personas como su amigo. Estos dos hombres maduros se reúnen con otros separados y divorciados el tercer sábado de cada mes en esa iglesia romana para celebrar la eucaristía y, después, charlar y cenar juntos.

En el patio interior de la parroquia encontramos a Giuseppe y a Celso, de 43 y 49 años, los más jóvenes del grupo y quienes, tras sufrir sendos divorcios, tomaron una decisión poco habitual: permanecer célibes.

Es una opción que nadie de tu entorno acepta, ni tu familia ni tus amigos. Todos te dicen que debes empezar una nueva vida. Pero yo he decidido mantener vivos los valores en los que creo, pese a que la persona con la que decidí compartir mi vida tomó otro camino. Lo primero que quería era seguir siendo padre y dedicarme a mis hijas.

Lo dice Giuseppe, quien en la misa hizo la petición dedicada a los hijos de los separados. Mientras explica por qué ha optado por esta forma de vida tras el trauma del divorcio, se le acerca por la espalda el P. Mario, dándole una palmada en el hombro mientras le dice: “Bravo, bravo”. A su lado, su amigo Celso asegura que casi tiene que esconder que decidió permanecer célibe tras el divorcio y que optó por esta decisión “para mantener la fe, la dignidad y la coherencia”.

Giuseppe y Celso son ejemplos de cumplimiento extremo de la Familiaris Consortio, la exhortación apostólica que san Juan Pablo II dedicó a la familia en 1981.

En su punto 84, el documento pide a los divorciados en nueva unión que lleven una forma de vida “que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio”. Solicita que no convivan con su nueva pareja y advierte que cuando tengan que hacerlo por “motivos serios”, como la educación de los hijos, deben vivir “en plena continencia” y abtenerse “de los actos propios de los esposos”.

Esta forma de estar juntos “como amigos, como hermano y hermana”, como la describrió Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, de 2007, es “la llave maestra escondida bajo siete candados”.

La definición es de los argentinos Azucena y Adolfo, dos de los miembros del colectivo que impulsa el blog de separados católicos La Barca, una referencia para los hispanohablantes en esta situación. Allí lamentan:

El problema reside en no vivir como hermanos y realizar las actividades propias de los esposos. Eso es todo lo que impide la vida plena como cristianos comprometidos. La simplificación al encuentro corporal lo condensa todo para alejarnos y castigarnos.

Consideran que así se olvida el resto de actividades propias de los esposos católicos, “como ir a misa y rezar juntos, bendecir la mesa, educar en la fe a todos nuestros hijos (los míos, los tuyos y los nuestros), ser fieles y respetar al cónyuge en todos los aspectos”.

También denuncian que si “el problema real” tiene su base en el sexo, es discriminatorio que se hable “poco o nada” de las relaciones prematrimoniales o extraconyugales. “Esperemos que la futura pastoral familiar se ocupe de temas más trascendentes, que atañen a más aspectos que a la intimidad de cada uno”.
 

Católicos de segunda

Tampoco decidió formar una nueva unión tras su divorcio Ernesto Emanuele, presidente y fundador de la Asociación de Familias Separadas Cristianas de Italia, de la que forman parte un millar de personas. A su juicio, que lleva 27 años divorciado:

El mayor problema que afrontamos no es el de la comunión, sino el de la acogida que dispensa la Iglesia. En general, y salvo honrosas excepciones, no se acoge a los separados, y cuando se hace, parece que son católicos de segunda. Las personas que acaban de salir de la ruptura de un matrimonio necesitan compartir los problemas de su situación y que les echen una mano. Esperemos que estos temas se traten en el Sínodo. Nosotros, como asociación, hemos enviado el cuestionario con las preguntas de la Asamblea. Sabemos que deben ser teólogos los que afronten el acceso a la comunión para los que se han vuelto a casar, pero esperemos que prime siempre la libertad de las personas.

Entre las propuestas que hemos hecho está la de que se tengan en cuenta alguno de los mayores pecados que puede cometer el divorciado, como no dejar ver a los hijos al antiguo cónyuge. En casos como ese no se debería permitir el acceso a la comunión de ninguna manera”. Los impulsores de La Barca también están esperanzados con los posibles cambios que vengan del Sínodo, pero creen que “serán muy fuertes las presiones para dejar todo como está”. Aun así, no descartan sorpresas. Para echarles una mano a los padres sinodales en su discernimiento, este grupo ha convocado para octubre una peregrinación al Vaticano de católicos divorciados vueltos a casar coincidiendo con el inicio del Sínodo. “Rezaremos por todos ellos para que el Espíritu Santo los ilumine.

 

Experiencias en España

Experiencias como la de la parroquia de Santa María de los Milagros de Roma también se dan en España. Matu Gispert coordina el grupo de separados y divorciados que se reúne cada quince días en la iglesia del Santísimo Redentor de Madrid. Como este hay otros colectivos en la capital y en algunas ciudades españolas, varios de ellos animados por sacerdotes de los Misioneros Redentoristas, como ocurre con Miguel Rubio, quien lleva más de quince años en el Santísimo Redentor acompañando a personas que han sufrido esta situación. Opina Gispert:

Aquí nos hemos encontrado con los brazos abiertos, lo que no ha ocurrido en otras parroquias. Si eres creyente, tras un divorcio llevas un gran peso sobre tu conciencia. En esa situación te encuentras a curas que te ponen verde y a otros que te dicen que hagas lo que quieras, que Dios es amor y lo comprende todo. Esperemos que el Sínodo ayude a poner un poco de orden.

Ella se divorció pocos meses después de entrar en vigor la ley que lo permitió, a partir de agosto de 1981. “Siempre he sido una persona de Iglesia, y al principio lo pasé mal. En la parroquia tuve experiencias traumáticas. Decidí seguir creyendo por mi cuenta con la ayuda de un sacerdote que me daba la comunión. Pese a ello, nunca terminé de estar tranquila, tenía remordimientos”.

Gispert asegura que los miembros de su grupo son escépticos ante la posibilidad de que se permita comulgar a los divorciados vueltos a casar. “No creemos que vaya a cambiar en el futuro próximo. En nuestra última reunión había quien lamentaba que la Iglesia te haga elegir entre tener otra vez pareja o comulgar. Es una elección que cada uno de nosotros debemos tomar”, dice la coordinadora de estas reuniones, en las que participan hasta 30 personas.

Tras su experiencia como acompañante de separados, Rubio asegura que la cuestión de la comunión “no supone más del 5% de la problemática total del divorcio”. Los responsables del blog La Barca concuerdan:

El acceso a la Eucaristía es la síntesis del márketing de la problemática, pero el tema es más amplio. Posiblemente, la mayor dificultad sea la incomprensión, madre de la intolerancia y de la discriminación.

La cifra total de divorciados en segunda unión preocupados por su situación en la Iglesia parece imposible de saber. Ni los sacerdotes que se encargan de atender a este colectivo ni los organismos concernientes del Vaticano se atreven a dar un dato. La única investigación realizada es la del sociólogo italiano Massimo Introvigne, director del Centro de Estudios sobre las Nuevas Religiones.

Fue publicada en marzo por el diario digital La nuova bussola quotidiana.

De los 250 sacerdotes y religiosos italianos consultados, el 78,4% afirmó que en su parroquia no hay ningún divorciado vuelto a casar que espere un cambio en la doctrina para poder comulgar. Entre la minoría de eclesiásticos que sí tenían conocimiento de alguno de estos casos, más de la mitad afirmaba que solo había una o dos parejas en esta situación.

Según el estudio, el 75% de los curas sabía que entre sus parroquianos hay personas casadas en segundas nupcias que comulgan regularmente. El 41% pensaba que lo hacían ignorando los condicionamientos para recibir la comunión, mientras que el 34% aseguraba que antes habían hablado con el confesor.

En Occidente se olvida que esta problemática está circunscrita a su ámbito cultural. En África y Asia, los católicos tienen otros problemas y otra mentalidad, como reflejó en febrero la encuesta de la televisión estadounidense Univisión, con 12.000 católicos de cuatro continentes y 12 países –entre ellos España, México, Argentina y Colombia– consultados.

El 58% de ellos mostró su desacuerdo con la norma que establece que quien se ha divorciado y vuelto a casar vive en pecado y, por tanto, no puede recibir la comunión. Mientras que en Europa y América Latina es donde más se desaprueba esta medida (el 75% y el 67%, respectivamente), las cifras eran muy distintas en África o en Filipinas. Un 75% de los africanos estaba a favor de que no comulgasen; el 50% en el país asiático con la población católica más numerosa.

Esta diversidad de opiniones refleja la universalidad de la Iglesia, pero supone un desafío para las decisiones que se tomen en los sínodos, pues la doctrina ha de ser la misma para todos los fieles.

Cuenta Humberto Miguel Yáñez, director del Departamento de Teología Moral en la Universidad Gregoriana de Roma:

Nuestra mayor preocupación ha de ser el matrimonio. ¿Por qué sigue siendo hoy un valor? Debemos dar respuesta al interrogante que hay en la sociedad sobre si vale la pena casarse y formar una familia. Pero tenemos que combinar este aspecto con la atención a los que no logran la felicidad por el camino de un matrimonio que ha fracasado. Ahí es donde se abre el camino de la misericordia.

A juicio de Yáñez, viejo amigo de su compatriota Jorge Mario Bergoglio, la aplicación de la misericordia no tiene que venir con una “norma concreta”, sino que se le pueden ofrecer a los episcopados criterios cuya aplicación varíe según el contexto cultural. “Si hablamos de conferencias episcopales, también lo hacemos de toda una pastoral que toma en serio el principio de subsidiaridad.

En definitiva, que cuenta con la responsabilidad de las personas. Esto es muy importante dentro de la problemática moral. No solo podemos dictar normas. Hay que ayudar a poner en marcha una conciencia responsable, tanto del párroco como del laico”, cuenta el promotor del convenio sobre la familia celebrado en la Gregoriana en marzo.

Durante los quince años que fue arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio respetó siempre la doctrina, pero mostrando “mucha comprensión con las situaciones concretas de la gente”, sostiene el profesor. Lo refrendan los promotores de La Barca, quienes aseguran que “nos abrió la puerta”. “Su sentido pastoral le ha hecho ver la insuficiencia de ciertos planteamientos normativos cuando se toman con un estilo rigorista.

La norma siempre debe ser interpretada según el contexto y la persona. Eso no significa arbitrariedad, sino todo lo contrario. Es responsabilidad en la aplicación. Uno puede decir: ‘Yo simplemente cumplo con la normativa y me lavo las manos’”, dice Yáñez.

Sobre la aplicación de la norma tiene una queja Frigerio, el párroco de Santa María de los Milagros de Roma:

Hay algunos sacerdotes muy críticos con los separados y divorciados. Tienen una postura que no está en el Derecho Canónico. Oyen que alguien viene de un matrimonio roto y levantan un muro. Los separados son cristianos que sufren. Para mí es una gran experiencia estar con ellos. Una cosa es estudiar el problema en los libros de teología y otra tener a estas personas delante. Están sedientos de oración y de la Palabra de Dios. También necesitan sacar su rabia y que se les escuche.

El redentorista Miguel Rubio concuerda con él. Dice que en los separados descubrió “un sufrimiento terrible y una soledad absoluta”. “La realidad que afrontan tras tener una vida en común y quedarse solos hace que sientan una congoja enorme”.

Por ello, la atención pastoral parte de la acogida, de intentar que recuperen la autoestima. “Luego viene afrontar el conflicto con las cuestiones que van saliendo, como los hijos, la soledad, las dificultades económicas… Finalmente, hay que intentar buscar soluciones a estos problemas de una manera real, no solo a través de los libros”.

 

Las causas de nulidad matrimonial caen un 22% en los últimos 10 años

Hay que agilizar los procesos de nulidad matrimonial: ese es el único punto en el que están de acuerdo todos los implicados en los sínodos sobre la familia que se celebrarán el próximo mes de octubre y el año que viene. Además de conseguir que los tiempos no se eternicen, también hará falta una labor didáctica para acabar con los grandes mitos sobre la nulidad, como que está reservada para nobles o famosos. “Por la repercusión que tiene en los medios, parece que solo inician estos procesos los ricos, pero el 90% de los católicos que piden la nulidad son gente normal.

Muchos son personas de clase media baja con pocos recursos económicos”, cuenta Héctor Franceschi, profesor de Derecho Matrimonial Canónico en la Pontifica Universidad de la Santa Cruz de Roma y juez del tribunal para las causas de nulidad del vicariato de Roma.

En países como Italia o España, un proceso cuesta alrededor de 525 euros en primera instancia y unos 300 euros adicionales si se acude a la segunda instancia, siempre que se acepte al letrado que asigna el tribunal, una suerte de abogado de oficio. Si se quiere contar con un jurista determinado, las costas pueden ascender hasta los 4.000 euros. Quien no pueda desembolsar estas cantidades tiene la opción de pedir la gratuidad total o parcial del proceso.

Según los datos del Anuario Estadístico de la Iglesia, en 2012, un 22% de todas las causas de nulidad en curso en los tribunales eclesiásticos fueron gratuitas y un 27% semigratuitas. Aunque el Código de Derecho Canónico dice que el proceso en primera instancia no debe tardar más de un año y que si se acude a segunda instancia solo puede demorarse otros seis meses adicionales, los tiempos reales son más largos. “La media suele ser de entre dos y tres años. Si se apela a la Rota, nos vamos hasta los siete años”, reconoce Franceschi.

El número de causas de nulidad matrimonial cerradas por los tribunales en los últimos 10 años no ha parado de disminuir. Si en 2002 fueron 93.879 los casos en primer y segundo grado, en 2007 se redujeron hasta los 86.331 y en 2012 pasaron a 73.612. La caída es del 22% en una década. El 80% de las sentencias en primera instancia en este período de tiempo fueron a favor de la nulidad. La inmensa mayoría de los procesos proviene del mundo rico, principalmente de los Estados Unidos y de Europa, lo que indica un mayor desarrollo de los tribunales eclesiásticos en estos países y que los fieles contaban con los conocimientos y recursos para acudir a ellos.“La nulidad no es el divorcio en la Iglesia. No se deben confundir. Estas causas estudian cada caso para ver si realmente no existió matrimonio y declararlo nulo”, explica el juez.

El motivo que se acepta con mayor frecuencia para disolver la unión es la invalidez en el consentimiento del matrimonio, lo que puede estar motivado por diversas razones, como la exclusión de la prole o de la fidelidad en el momento en que se formaliza el sacramento.

En el nº 2.890 de Vida Nueva
 

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