Templarios

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Cuando hablamos de innovaciones y cambios, tenemos que ponernos en guardia para no caer en un reformismo meramente estructural…”

René Hostie publicó, hace ya bastantes años, un documentado libro sobre el origen y la desaparición de órdenes y congregaciones religiosas. Los datos eran del momento y no pueden extrapolarse. Pero sí las causas y motivaciones del nacimiento, declive y muerte de algunas instituciones formadas por hombres y mujeres que buscaban sinceramente a Dios y el servicio a sus hermanos, y que después de etapas brillantes y ejemplares, cayeron en la relajación del buen espíritu inicial, se extinguieron o la autoridad eclesial tuvo que suprimirlas. Una de estas instituciones fue la de los Caballeros de la Orden del Temple, los Templarios.

Una nueva serie televisiva ha puesto de actualidad el tema de esa orden de caballería. Las motivaciones originales no podían ser más nobles: consagrar su vida a Dios, en pobreza y austeridad, y servir y proteger a los peregrinos que se dirigían a venerar el Sepulcro del Señor en Jerusalén.

Caballero templario tallado en un árbol en Priaranza del Bierzo (León).

Caballero templario tallado en un árbol en Priaranza del Bierzo (León).

Con el tiempo, el olvido del primer carisma, la relajación de las costumbres, el enriquecimiento, la acumulación de poder y las injerencias políticas deterioraron en tal manera la ejemplaridad de los Templarios que, aparte de los intereses de los monarcas por hacerse con las propiedades de los Caballeros del Temple y de acusarles de culpas que no siempre tenían, el papa Clemente V optó por decretar la disolución de la Orden.

En la historia de la espiritualidad de la Vida Consagrada hay un capítulo especialmente interesante sobre el olvido del carisma, lo que provocó la caída en el ritualismo. Tal es el caso de aquellos hombres, los estilitas, que deseosos de encontrarse con Dios, se subían a una columna pensando que así estarían más cerca de la casa del Señor del cielo.

Era un concepto cosmológicamente desacertado, pero con una legítima y santa motivación: el acercamiento a Dios. Pero vino a suceder que aquellos santos varones quisieron hacer de la columna su punto de interés, haciéndola más alta, adornándola con molduras y guirnaldas… y, poco a poco, en lugar de pensar en Dios, lo hacían en el estípite.

Cuando hablamos de innovaciones y cambios hay, que ponerse en guardia para no caer en un reformismo meramente estructural. La organización de las habitaciones de la casa no es tan urgente como la de cambiar la mente y el corazón de quienes viven en ella, para que ideas y sentimientos sean conformes a lo que el espíritu evangélico demanda.

También la historia de los institutos religiosos nos ofrece sabias lecciones acerca de los movimientos de reforma y actualización. En ningún momento se trataba de claudicar ante las exigencias que el mundo pretendía, sino de permanecer fieles a los orígenes del carisma que se había recibido.

El papa Francisco ha encargado a un grupo de cardenales el estudio y la revisión de lo que proceda hacer en la organización de la Curia vaticana. Pero, con sus gestos y actitudes, lo que está demostrando es la importancia de lo que él ha llamado la cultura del encuentro. Acercarse a las personas y compartir con ellas el amor y la misericordia…

En el nº 2.899 de Vida Nueva

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