La Iglesia que protege a su pueblo

Migrantes y mujeres centran la pastoral de las scalabrinianas en Buenos Aires

EV_Scalabrinianas4

La Iglesia que protege a su pueblo [ver extracto]

PEDRO SIWAK | Fieles a los principios de su fundador, el obispo italiano Juan Bautista Scalabrini, las misioneras scalabrinianas de Rafael Castillo, en Buenos Aires, ofrecen asistencia socio-pastoral y espiritual a la gente más necesitada de este enclave argentino.

Juan Bautista Scalabrini (1839-1905)

Juan Bautista Scalabrini (1839-1905) [bio]

La mayoría de estas personas son inmigrantes que deben regularizar su situación, víctimas del negocio más o menos oculto que existe detrás de la tramitación de los documentos que se les exige para vivir en regla dentro del territorio nacional. Casi todos han llegado de los países vecinos, especialmente de Paraguay y Bolivia, y, en menor medida, de Uruguay y Brasil. Pero también atienden a muchos nacionales que son migrantes internos.

Hace 38 años llegaron a Argentina las primeras religiosas de la congregación. Se instalaron temporalmente en Máximo Paz, en la Diócesis de San Justo. Desde 2005 están en la localidad de Rafael Castillo, en el Gran Buenos Aires, a 30 kilómetros de la capital, para realizar sus tareas apostólicas y sociales.

María Eugenia Vázquez, Elda Broilo y Ana Silvia Zamín son las tres hermanas scalabrinianas que actualmente encarnan aquí el deseo del papa Francisco de que todos seamos cristianos con “olor a oveja”.

En una antigua casa de ejercicios espirituales, hoy está su Centro de Atención al Migrante, desde donde realizan tareas asistenciales, socio-pastorales y espirituales. Esta propiedad pertenece al Obispado de Gregorio de Laferrere, aunque el entonces obispo, Juan Horacio Suárez, les cedió el comodato.

“Las personas que asisten a este lugar –explica María Eugenia, coordinadora del Centro– provienen de las localidades de Gregorio de Laferrere, González Catán, Isidro Casanova y Virrey del Pino. Algunas llegan espontáneamente y otras son derivadas por escuelas, centros de salud, espacios comunitarios, Cáritas diocesanas, delegaciones municipales o por recomendación de quienes ya nos conocen”.

María Eugenia, Elda y Ana Silvia.

María Eugenia, Elda y Ana Silvia.

En un contexto de globalización de los procesos de exclusión social, la migración como práctica de las poblaciones limítrofes se presenta como una estrategia… casi de supervivencia: para escapar de la pobreza, lograr una revinculación familiar o como posibilidad real de acceder a derechos humanos hasta entonces inaccesibles y que son esenciales: salud, educación, vivienda, trabajo. Apunta María Eugenia:

Nosotras los asesoramos y los informamos. La documentación la tramitan ellos directamente en la Dirección Nacional de Migraciones. En algunas situaciones se observa el temor de que, al estar en situación irregular, podrían ser deportados. Lo que buscamos es facilitarles el acceso a la información para que conozcan sus derechos, la nueva ley de migraciones y cómo pueden obtener la documentación para integrarse en la sociedad local.

Como reconoce la coordinadora, “con la nueva ley de 2010 se facilitó mucho el acceso a la regularización y obtención de la documentación a los migrantes de los países del Mercosur y asociados”. Algo que han agradecido especialmente los originarios de Paraguay:

Antes era obligatoria la presentación de la partida de nacimiento legalizada, que se tramitaba en Paraguay con un costo de 70 dólares, lo que para muchos era un precio muy alto. Actualmente, si son mayores de edad, no tienen que presentar la partida de nacimiento legalizada, y, si son menores, tienen que legalizarla en el consulado paraguayo en Argentina, en un trámite gratuito. Lo mismo ocurre con la tasa migratoria; si la persona no la puede pagar, basta con que presente un certificado de indigencia.

Sin embargo, pese a los avances, el panorama no invita especialmente al optimismo. El drama de los migrantes indocumentados sigue caracterizándose por la explotación y las injusticias en el plano laboral, así como por los maltratos en el acceso a algunos derechos básicos.

La mayoría viven hacinados en barriadas humildes. Ya tienen su casita de ladrillos, aunque no disponen de escrituras y a veces ni siquiera de un documento de compra-venta.

Por lo general, las personas asistidas en el Centro de Atención al Migrante son gente de bajos recursos que realizan trabajos temporales en la capital y trabajan en el servicio doméstico, en talleres de costura, en la construcción, en verdulerías o como feriantes y cartoneros. Cuando les falta la comida, van al Mercado Central y buscan la verdura descartable.

Con las mujeres, el tema se complica, ya que muchas viven situaciones de violencia de género. Un tema, este, de aristas muy delicadas, pues la violencia machista es muy común en América Latina, aunque mantenga índices cada vez más alentadores en Argentina.

Con todo, hay un largo trecho por andar y a las misioneras scalabrinianas de Rafael Castillo, como refiere María Eugenia, les toca asumir esta lacerante realidad:

Tenemos un equipo dedicado a trabajar solo en este tema, integrado por una trabajadora social, una psicóloga, una terapeuta social y varias operadoras. Buscamos prevenir, contener y orientar a las mujeres, adolescentes y niños que son testigos o están ya en situación de violencia familiar. Se realizan talleres de atención a las mujeres en forma individual y grupal. Y, en caso necesario, ellas son acompañadas a la comisaría para realizar la denuncia correspondiente.

Este programa forma parte de una red de centros de asistencia a la violencia de género impulsado por la Municipalidad de La Matanza, con la cual suscribieron las religiosas un convenio. Además, existe un acuerdo con la Universidad de La Matanza para que los estudiantes de Trabajo Social realicen prácticas en el programa de documentación y atención al migrante.
 

Promotoras de la no violencia

Las scalabrinianas disponen además de un grupo de ayuda mutua con las mujeres que hicieron el trabajo terapéutico y recibieron capacitación para ser agentes multiplicadores. Las llaman promotoras de la no violencia y ya son unas diez las que ayudan a otras mujeres en sus familias, barrios y trabajo. “Es importante capacitar a estas mujeres para que ellas sean las protagonistas de sus propias vidas, a través de microemprendimientos”, especifica la coordinadora del proyecto.

Y es que, en la vida de pareja, se da lo que se llama violencia económica, que en Argentina se manifiesta en los hogares donde no trabajaron los padres por recibir ya ayudas asistenciales. Algo que se transmite luego a los hijos, que nunca vieron trabajar a sus progenitores. Esto obliga a las mujeres a convertirse en ocasiones en el sostén de la familia o a buscar la independencia económica.

Existen casos incluso en los que la mujer se somete a situaciones de violencia por parte de su pareja por no poder sostenerse financieramente, ni a ella misma ni a sus hijos. Por eso, las religiosas ayudan a estas mujeres a través de los microemprendimientos, que las capacitan para llevar adelante algún proyecto que luego les permita solicitar un crédito al Banquito de la Fe.

Esta institución, abunda María Eugenia, es:

Un programa nacional que se lleva a cabo en los municipios y que tiene como objetivo capacitar a las personas para que puedan verse beneficiadas con un crédito sin intereses que la gente puede ir pagando de a poquito. Si ellos pagan el crédito, después pueden renovarlo y lograr otro crédito por un monto mayor. Nosotras respaldamos ese área buscando elevar la autoestima de las mujeres. Les hablamos de los dones que son propios de lo femenino. Esto también les sirve para independizarse y superar la esclavitud a la que, a veces, están obligadas por la violencia económica.

Sin duda, se trata de una comunidad religiosa que sigue las enseñanzas de su fundador, que en una ocasión expresó:

Donde hay un pueblo que trabaja y sufre, allí está la Iglesia; porque la Iglesia es madre, amiga y protectora del pueblo.

Como bien saben los que dejaron su hogar en busca de una oportunidad y las mujeres obligadas a ser roca sobre la que apoyarse contra viento y marea, estas tres religiosas scalabrinianas han revolucionado su pequeño gran mundo.

Y tienen olor a oveja.
 

Cultivo de la fe

Además de su ingente acción de ayuda, las tres religiosas scalabrinianas cultivan la fe en su comunidad y, para ello, además del día a día de sus celebraciones y encuentros, ofrecen a todos los que lo quieran un espacio de Lectura Orante de la Biblia encaminado conjuntamente al crecimiento espiritual, al camino terapéutico y a la inclusión social.

Lo cuenta María Eugenia: “No podemos apartar lo social de lo espiritual, ya que es necesario lograr que la Palabra sea encarnada en la vida cotidiana. La Palabra de Dios es ofrecida a quien busca continuar un proceso de crecimiento personal y comunitario.

Esta Palabra es fundamental para una orientación, complementación y crecimiento en la fe en todos los niveles de la persona: social, político, económico, emocional, psíquico y espiritual. Para eso tenemos un grupo de lectura orante que se reúne una vez por semana”.

En el nº 2.899 de Vida Nueva

 

LEA TAMBIÉN:

Compartir