Felipe VI, ¿Su Majestad Católica?

Los Reyes de España han estado muy vinculados a la Iglesia, sin embargo la única referencia que apareció en la proclamación del nuevo monarca fue una pequeña cruz

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Felipe VI, ¿Su Majestad Católica? [ver extracto]

JUAN RUBIO | Pese a ostentar en el largo listado de títulos, y además en primer lugar, el de Su Majestad Católica, Felipe VI no tuvo en su coronación ni simbología ni ceremonia religiosas. Solo una cruz se coló en el acto.

La corona, que junto al cetro, lució en el estrado del Congreso de los Diputados, está rematada por una pequeña cruz, que aparece desde que en 1983 se adoptó oficialmente tanto el diseño de la corona como el del escudo,como símbolos del Estado.

No podía ser de otra manera. En la Constitución de 1978 se dice de forma explícita:

Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones. (Artículo 16, apartado 3)

En virtud de este artículo, la cruz fue desapareciendo de los lugares oficiales, aunque, de vez en cuando, se remuevan las cosas y salten las anécdotas. En el despacho de quien fuera presidente del Congreso, el socialista José Bono, destacaba un gran crucifijo que no parecía gustar a muchos diputados.

En otra ocasión, con motivo de un acto cultural en la catedral-mezquita de Córdoba, el Cabildo, por recomendación de la Casa Real, tuvo que retirar una cruz del lugar en el que se iban a celebrar los actos. Dos caras de una moneda.

En medio, la repetida frase de Tierno Galván al tomar posesión de su despacho en la Alcaldía de Madrid, cuando, invitado a quitar el crucifijo, dijo:

La contemplación de un hombre justo que murió por los demás no molesta a nadie. Déjenlo donde está.

El título de Majestad Católica queda como reliquia histórica. Fue concedido por Alejandro VI, el papa Borgia, en 1496 a los Reyes Católicos por su cruzada contra el islam.

Hoy, la Casa Real, en su protocolo, ofrece esta versión:

Escena en la sala del trono de los Reyes Católicos, por Emilio Sala Francés (1889).

Sala del trono de los Reyes Católicos, según Emilio Sala Francés (1889).

Hizo referencia en su momento a la concreta adscripción religiosa del monarca y a su defensa de la fe católica, aunque también denotaba, según ciertas interpretaciones, una proyección de carácter ecuménico y universalista en un momento en el que, por primera vez en la historia del mundo, un poder político –en este caso la Monarquía Hispánica– alcanzaba una dimensión global con soberanía y presencia efectiva en todos los continentes –América, Europa, Asia, África y Oceanía– y en los principales mares y océanos –Atlántico, Pacífico, Índico y Mediterráneo–.

José Luis Sampedro, experto en temas nobiliarios, refiriéndose a la jura o promesa, dice:

Ya no hay súbditos, sino ciudadanos, por lo que el rey solo tiene que hacer un juramento que consta de dos partes: respeto a la Constitución y a las leyes, y respeto a los derechos de las comunidades autónomas (…). El juramento se hace ante Dios, la promesa ante la conciencia y el honor. Cualquiera de las dos son válidas.

Lo que sí parece cierto, más allá de la sobria ceremonia y de la lógica ausencia de símbolos en un Estado aconfesional, es que haya algún guiño a ese título. Por lo pronto, entre las primeras visitas de los nuevos reyes, ya se ha incorporado la que realizarán al papa Francisco en los primeros días de julio. No faltarán otros gestos de cara a los católicos.

Quienes consideran una afrenta esta ausencia de ceremonia religiosa, evocando la coronación de Juan Carlos I en 1975, han de saber que, cuando el entonces príncipe, sucesor con título de rey, según las leyes vigentes entonces, juró la Ley de Principios del Movimiento de 1958, que decía:

La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación.

Luego en 1975 es lo que correspondía hacer.
 

Eran otros tiempos

La Casa Real sondeó al entonces cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Vicente Enrique y Tarancón, sobre el formato de celebración religiosa que podría llevarse a cabo.

Ya habían hablado antes el príncipe y el cardenal con motivo del entierro de Franco, cuando un grupo de obispos intentó que al sepelio del caudillo acudiera el Episcopado en su totalidad. Se acordó que lo presidiera el cardenal primado de Toledo y unos pocos obispos, mientras que el presidente de la CEE se reservaría el acto de coronación del nuevo rey, también con pocos obispos.

El cardenal madrileño, administrador de sutilezas y equilibrios, no quiso ofrecer una imagen que pareciera la continuidad. Él mismo propuso un sencillo Te Deum, breve ceremonia de acción de gracias. Pero fue el príncipe quien, en una llamada telefónica, le pidió que se celebrara una misa solemne, y en la Iglesia de los Jerónimos.

El cardenal se puso esa misma noche manos a la obra y pidió ayuda al entonces director Vida Nueva, José Luis Martín Descalzo. Ambos sabían que se trataba de un texto histórico. Y lo fue [ver íntegro]

Hubo quienes creyeron advertir en el tono de la homilía del cardenal un aire de admonición que parecía propia de otros tiempos, diciendo que “el altar estaba dictando al trono lo que debía de hacer”. El cardenal tuvo que salir al frente de las acusaciones, no solo con la exquisitez y equilibrio del texto en sí, sino incluso contando cómo “se me olvidaron las gafas para leer de cerca y tuve que hacer un esfuerzo, retirando los folios y alzando la voz”.
 

Momentos de tensión

Cuando Juan Carlos comienza su largo reinado, uno de los temas estancados era el de las relaciones Iglesia-Estado. “Yo con la Iglesia no quiero conflicto”, le dijo al ministro Areilza tras el regreso de este de una visita a Pablo VI en el Vaticano. Desde hacía unos años, crecía el malestar entre el Gobierno y el Vaticano, con momentos álgidos de tensión.

Franco nunca vio con buenos ojos al Papa e incluso frenó el deseo del Pontífice de viajar a Santiago de Compostela. Se negó a ponerse al teléfono cuando el Papa lo llamó para pedir clemencia antes de que se ejecutaran los últimos fusilamientos del régimen y siempre se negó a renunciar a su derecho de presentación de obispos que le otorgaba el Concordato de 1953.

El presidente Arias, viendo que en la Secretaría de Estado vaticana no veían con buenos ojos una renovación del Concordato de 1953 en los términos que Franco deseaba, había dado ordenes a la Embajada española cerca de la Santa Sede para enfriar el tema. Buscaban que en el nuevo concordato hubiera más control sobre los sacerdotes en sus homilías y un mayor seguimiento en las enseñanzas de las universidades católicas. En esos meses se hablaba de la precaria salud del Papa. Mejor era esperar acontecimientos.

El rey tuvo que desbloquear el asunto y, aunque los acuerdos no se firmarían hasta 1979, ya en el marco de la Constitución, sí logró en julio de 1976 un pacto básico y preparar los Acuerdos actuales. El rey iba lentamente haciendo su jugada. Aquella misa en Los Jerónimos, independientemente de su devoción personal, era una jugada política de cara al futuro. Lo había dicho varias veces. “Con la Iglesia un ten con ten; ni estado confesional, ni estado ateo”, cuenta Pilar Urbano que le dijo a Areilza en abril de 1976.

En 2014, las cosas han cambiado; y mucho. Hay unos Acuerdos con la Santa Sede que de vez en cuando piden ser revisados, una Ley de Libertad Religiosa que no ha sido revisada ni tan siquiera por los socialistas en su largo mandato, pactos con otras confesiones religiosas y una sociedad cada vez más multireligiosa. El rey lo ha de ser de todos.
 

Felipe VI y su formación católica

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Felipe VI, bautizado en el seno de la Iglesia católica, con toques de la formación ortodoxa de la Reina, podría considerarse como un católico del común entre los jóvenes españoles de su edad.

No adscrito a tendencia concreta, grupo o ideología marcada por algún movimiento, no se le conoce ascendencia de corte religioso afín a alguna orden o grupo. En la Casa Real, a la reina Sofía nunca le gustó el continuo ir y venir de clérigos. Si alguno ha tenido relación con la Familia Real ha sido por su nivel cultural e intelectual.

La reina, siendo princesa, solía reunirse con representantes de la cultura para ir tomando el pulso al país. Su niñez en la corte griega, llena de clérigos ortodoxos con poder de decisión y en un ambiente de intrigas, ha influido para que La Zarzuela no se convirtiera en lugar de componendas eclesiásticas. Son los arzobispos castrenses y el capellán real quienes han tenido acceso.

Para perfilar algo más de su religiosidad, tomo prestadas las palabras del cardenal José Manuel Estepa, arzobispo emérito castrense y relacionado con la Casa Real, no solo durante el cargo, sino ya siendo joven sacerdote en Madrid. En Estepa. El cardenal de la catequesis (PPC, 2011), dice:

Al príncipe lo conozco y lo trato desde los quince años. Recuerdo que, antes de marcharse a estudiar a Canadá, fui yo quien le regalé la primera Biblia personal que tuvo, una Biblia de bolsillo. A veces él me ha recordado la dedicatoria, en la que yo le decía que debía llevarla en la mochila, o algo así. Después me correspondió, a petición del propio príncipe, y con el beneplácito del rey, la preparación de los novios al sacramento del matrimonio. Fueron sesiones muy entrañables. Yo acudía a La Zarzuela y teníamos varias charlas sobre lo fundamental de la fe. Tengo un buen recuerdo del retiro que, como final de los cursillos prematrimoniales, hicimos juntos en el convento de la Encarnación de Ávila.

Por su parte, el actual arzobispo castrense, Juan del Río, explica a Vida Nueva que, aunque su relación con el príncipe viene enmarcada por los Estatutos del Arzobispado Castrense de España, donde se establece que el rey y su Casa pertenecen a esta jurisdicción personal, siempre se ha sentido acogido. De hecho, destaca que “su personalidad ha facilitado encuentros cercanos y llenos de afecto”.

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Estos se han producido siempre en distintos ámbitos, tanto institucionales como privados, dentro del servicio religioso de la Familia Real.

Subraya de Felipe “su inteligencia, sencillez y el amplio conocimiento de los problemas de nuestro mundo”. Y añade:

Siempre atengo a escuchar y situarse en los postulados del interlocutor. Tiene una gran gran capacidad reflexiva que, sin duda, será de gran importancia en su reinado. La preparación y juventud del nuevo rey, dentro de la Constitución, supondrán un nuevo impulso frente a los retos de nuestros días. Creo no equivocarme al afirmar que todos esperamos una continuidad en el servicio que la Corona presta a la sociedad.

Por su parte, el arzobispo de Pamplona y excastrense, Francisco Pérez, reconoce que su relación con la Corona ha sido muy familiar. “Los he sentido como mi familia”, confiesa a Vida Nueva, para añadir que Felipe “ama a España, a los españoles y a todos los territorios. Conoce el carácter y vida de los españoles, así como sus dificultades y valores”.

Con todo, se abre una nueva etapa en la que también se esperan cambios en la monarquía. Ya hay quien sopesa que debiera desaparecer ese título histórico: Su Majestad Católica.

En el nº 2899 de Vida Nueva

 

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