Diez años construyendo dos nuevas diócesis

Se cumple una década de la división de la Archidiócesis de Barcelona

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JORDI LLISTERRI (BARCELONA) | Lo que se criticó hace diez años, cuando se empezaba a especular sobre una posible división de la Archidiócesis de Barcelona, no era tanto el hecho de la división como la manera de hacerlo: sin consultas, sin tiempo de preparación y planificación previas. Muy precipitado. Y así lo reconocen desde las dos diócesis que resultaron de aquella decisión: Sant Feliu de Llobregat y Terrassa.

Entonces, Barcelona era la segunda diócesis más grande de Europa. A nadie se le había pasado por la cabeza dividir la de Milán, que era la primera. Y otra división, la de Madrid, se había preparado durante cinco años.

Por todo esto, el decreto de la Congregación de Obispos que creaba las nuevas sedes fue tan mal recibido, pero es que admás, coincidieron con algunos nombramientos episcopales discutidos. Sin embargo, después de aquella agitación, todos siguieron haciendo lo mismo: trabajar con lo que había. Y así se han construido las nuevas diócesis.

Diez años después, seguimos pensando que la división se hizo muy mal, pero después se han positivizado las cosas para poner en marcha una nueva realidad eclesial. El balance es positivo.

Esta es la visión de Josep Maria Domingo, vicario de Apostolado Seglar y Evangelización de Sant Feliu de Llobregat, rector de El Prat de Llobregat y director del Centro de Estudios Pastorales.

La idea de la división se había estudiado durante la etapa del cardenal Jubany, aunque luego se descartó. Ciertamente, era complicado gestionar una diócesis con 4,5 millones de habitantes, pero se creía que con una cierta descentralización era suficiente y así se evitaba triplicar esfuerzos. Luego, con Ricard Maria Carles, que también se oponía, se recuperó la idea, que se ejecuta por decreto sin consulta previa ni preparación.

“Nos sorprendió y nos costó hacernos una composición mental de la nueva situación, sobre todo, a aquellos que colaboraban con las delegaciones de Barcelona”, explica desde Santa Eulàlia de Ronçana Jaume Galobart, secretario del Consejo de Pastoral y delegado de Catecumenado en Terrassa. Aunque en diez años se ha producido una evolución:

En un primer momento, estábamos preocupados por mantener los vínculos con Barcelona, pero después nos dimos cuenta de que teníamos que ir configurando nuestra identidad y centrarnos en nuestro obispado.

 

“Ha gustado a la gente”

El argumento más repetido para justificar la división fue la proximidad, aunque las nuevas diócesis tampoco son pequeñas, ya que pasan del millón de habitantes, siendo las más pobladas de Cataluña después de Barcelona, que se quedó con 2,5 millones.

En cualquier caso, todos coinciden en que esto ha sido positivo. “Se nota que el obispo puede pasear más por las parroquias”, resume Galobart; una proximidad que han favorecido tanto el obispo de Terrassa como el de Sant Feliu con una agenda intensa, cargada de visitas pastorales por todo el territorio. Maria Carme Molins, secretaria del Consejo Pastoral de Sant Feliu cree también que ha sido muy positivo: “Ha gustado a la gente”, explica.

Tanto Galobart como Molins coinciden en que sigue siendo un problema la relación con la sede episcopal de las zonas que están mejor comunicadas con Barcelona que con Terrassa o Sant Feliu. Eso sí, dicen que el proceso de construcción de las instituciones y organismos de los nuevos obispados ya está cerrado, no así el que han llevado a cabo los distintos movimientos diocesanos.

Para Josep Maria Domingo, hay necesidad de más coordinación en los ámbitos sectoriales:

Tenemos menos efectivos para iniciativas pastorales, asistenciales, educativas… A los laicos, cada vez más, se les demanda más compromiso en los proyectos pastorales. Hay una juventud potente, pero minoritaria.

Según Josep Maria Domingo, falta “una visión de conjunto y más sinodal”, algo que se muestra en los sacerdotes, que echan de menos actividades conjuntas y encuentros de formación con aquellos compañeros con los que compartían diócesis hace diez años.

A este problema hay que sumar la escasez de clero, pues las nuevas diócesis no tenían la reserva de Barcelona de sacerdotes liberados por encargos diocesanos o docentes. De hecho, todos los presbíteros que acceden a las nuevas diócesis tienen una parroquia. No había sacerdotes de curia. La mayor parte están satisfechos con su nueva vida diocesana, aunque echan de menos las posibilidades que ofrecía la gran ciudad.

En el nº 2.899 de Vida Nueva

 

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