Ciudad Rodrigo: una diócesis que no se deja atrapar por la inercia pastoral

Acaba de clausurar una asamblea diocesana que marcará su futuro

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ROBERTO RUANO ESTÉVEZ (SALAMANCA) | Hay momentos en la vida de una persona y de una comunidad, en este caso, de toda una diócesis, en los que es muy oportuno hacer un alto en el camino. No para detenerse y plantarse con nostalgia, mirando solo el pasado; tampoco un stop para mirar solo al horizonte esperando del futuro lo único novedoso y lo que supuestamente será lo mejor.

En ocasiones, como ha hecho Ciudad Rodrigo, es conveniente y necesario detenerse para recobrar fuerzas; para valorar lo andado; para celebrar de forma conjunta y encontrar nuevos compañeros de camino; para tender una mano a los que se quedaron rezagados o a los que tomaron otros derroteros bien distintos en la vida.

Este ha sido el espíritu, el fondo y la esencia de la gran asamblea diocesana que el pasado domingo 15 de junio se clausuraba en la pequeña Diócesis de Ciudad Rodrigo. Una asamblea dividida en cuatro etapas, que marcará –sin duda– los pasos a seguir en su futuro.

La primera etapa preparatoria se desarrolló desde junio a noviembre del año pasado. Durante ese espacio de tiempo, el obispo Raúl Berzosa recorrió todos los arciprestazgos, mantuvo encuentros con las distintas delegaciones diocesanas, se entrevistó con los presbíteros y con las congregaciones religiosas… tomando el pulso a la diócesis y a sus paisanos. Una segunda etapa, la central de todas, tuvo lugar desde diciembre hasta abril.

En ella, las tres grandes vocaciones o estados de vida (laicos, consagrados y sacerdotes), en tres sesiones diferenciadas y con tres ponentes en cada caso, rezaron y reflexionaron sobre el misterio de la identidad, la experiencia de comunión y el compromiso evangelizador. La tercera etapa, la fase de asamblea diocesana propiamente dicha, ha transcurrido entre los meses de mayo y junio, concluyendo el pasado día 15, solemnidad de la Santísima Trinidad, con la celebración de la Eucaristía y un envío misionero.

Pero después de esta asamblea diocesana, ¿qué?, se preguntan todos. Ciudad Rodrigo es una diócesis marcada por el envejecimiento de sus gentes (incluidos los sacerdotes), la despoblación rural, las bolsas de pobreza y el gran azote del paro juvenil.

A pesar de todo, la diócesis se ha puesto en camino, en ejercicio de sinodalidad y responsabilidad ante el futuro que se avecina. Así lo ha expresado su obispo: “No nos bastan los documentos diocesanos autorreferenciales, narcisistas y localistas; ni tampoco sirve la resignación de convertirnos en minoritarios o en minorías creativas; ni siquiera nos consuela aceptar que somos pequeños y grises por la incapacidad de atracción y de empatía con el mundo.

Hemos tomado conciencia de estar en una sociedad distinta y que, a la vez, deseamos, como Iglesia que camina en Ciudad Rodrigo, seguir siendo lazo y comunidad, pueblo y red, familia y prójimo. A todo ello nos está ayudando, y mucho, el papa Francisco”.

Como fruto de esta experiencia asamblearia, añade Berzosa:

El Espíritu Santo nos ha hecho gustar de nuevo una Iglesia como hogar (donde juntos crecemos y estamos a gusto), escuela (en donde todos aprendemos de todos), taller (de experiencias de evangelización, en fidelidad y creatividad) y pórtico (para acoger a nuevos hermanos).

En opinión del vicario de Pastoral de la diócesis salmantina, José Manuel Vidriales:

Todo lo que ha sucedido y está sucediendo nos está hablando de que esta Iglesia local de Ciudad Rodrigo no está atrapada en la inercia; que puede y sabe dar pasos nuevos que alienten y generen más vida: cristianos coherentes, comunidades vivas, nuevos procesos de iniciación y reiniciación; y ponernos al servicio de los más pobres. Porque allí donde hay trabajo común de obispo, presbíteros, religiosos y laicos, ¡siempre brota vida!.

En el nº 2.899 de Vida Nueva

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