Las caras de la vejez

El Rey se va, cansado y agotado, se marcha a disfrutar de otra etapa de su vida. Quería irse, pero no quería la Corte que se fuera. Hubo un conato abortado en otoño, cuando a muchas redacciones de periódicos llegó el chivatazo; pero ahora sí se va.

La decisión significa que esto va bien o que se va harto de esperar que vaya mejor, de que haya estabilidad institucional y se serenen las cosas. Deja a Felipe VI para ser testigo.

Si el Rey se va, es que España va bien; si no, hubiera seguido al pie del cañón. Ya ve que en esto de la salud del país hay varas de medir distintas. Pero voy a otra cosa, a la que me da pie este legítimo mutis por el foro.

Ya se sabe que, cuando falta imaginación, se inventan palabras. Y eso pasa con el sustantivo vejez, tan acompañado de otros vocablos de la misma familia.

Los reyes abdican, es decir, según el Diccionario de la RAE, son privados de un estado favorable, de sus privilegios y ventajas. Los militares, sin embargo, no se van, sino que pasan a la reserva, como los buenos vinos, preparados para el combate.

Los obispos y los papas renuncian, y que a nadie se le ocurra decir que se jubilan, porque saldrán quienes les recuerden que Cristo nunca se bajó de la cruz y que hay que estar hasta el final. Pasan a situación de eméritos.

Eufemismos, al fin y al cabo. Rechina la palabra dimitir, como si estuviera siempre acompañada de acciones sucias e inmorales.

Para los ciudadanos que luchan y trabajan se inventó lo de jubilados y pensionistas. Son felices de recibir el dinero que el Estado les fue guardando y ahora les devuelve en cuentagotas. Al fin y al cabo, alegres y contentos.

Cicerón lo entendió muy bien en su De senectute, haciendo hablar a Catón el Viejo con los jóvenes Lelio y Escipión. Decía: Pobre de la vejez que tiene que defenderse con palabras.

Abdicar, renunciar, jubilarse, retirarse, pasar a la reserva, ser pensionista viene a decir que las manecillas del reloj corren raudas.

JUAN RUBIO. Director Vida Nueva España

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