La revolución Francisco se encarna en Tierra Santa

Tres días de un hondo compromiso con la dignidad del ser humano y la paz mundial

 

 

Apertura1

 

A Belén el Papa llegó a primera hora procedente de Amán, donde durmió. El viaje, de 75 kilómetros, lo realizó en un helicóptero del ejército jordano y, a su llegada, fue recibido por el delegado apostólico en Jerusalén y Palestina, Giuseppe Lazzarotto. También estaban presentes el patriarca latino, Fouad Twal, y otras autoridades religiosas.

Con Shimon Peres en Tel Aviv

Con Shimon Peres en Tel Aviv

Desde el helipuerto se trasladó al palacio presidencial, donde le esperaba Mahmoud Abbas, alias Abu Mazen, con miembros de su Gobierno y una delegación de los cristianos de Cisjordania y de Gaza, a los que el Gobierno israelí había autorizado excepcionalmente a realizar el desplazamiento. Según fuentes oficiosas, durante el vuelo se le informó al Santo Padre de la respuesta positiva del presidente de Israel, Shimon Peres, a su invitación a venir al Vaticano a rezar por la paz en compañía de la máxima autoridad palestina, a la que se le comunicó la disponibilidad de su colega israelí.

El tono de este primer discurso papal en Belén no deja lugar a dudas sobre su visión de la trágica situación que se vive: “Desde lo más profundo de mi corazón, deseo decir que, por el bien de todos, ya es hora de poner fin a esta situación, que se hace cada vez más inaceptable. Que se redoblen los esfuerzos y las iniciativas para crear las condiciones para una paz estable, basada en la justicia, en el reconocimiento de los derechos de cada uno y en la recíproca seguridad. Ha llegado el momento de que todos tengan la audacia de la generosidad y de la creatividad al servicio del bien, el valor de la paz, que se apoya en el reconocimiento por parte de todos del derecho de dos estados a existir y a disfrutar de paz y seguridad dentro de unos confines reconocidos internacionalmente”.

Por si no quedaba del todo claro, añadió: “Deseo que todos eviten iniciativas y actos que contradigan la voluntad expresa de llegar a un verdadero acuerdo y que no se deje de perseguir la paz con determinación y coherencia. La paz traerá consigo incontables beneficios para los pueblos de esta región y para todo el mundo. Es necesario, pues, encaminarse con resolución hacia ella también mediante la renuncia de cada uno a algo”.

Mientras tenía lugar este encuentro, la Plaza del Pesebre de Belén se había ya llenado hasta los topes; algunos miles de palestinos habían tenido el privilegio de poder acceder hasta ella, así como una representación de emigrantes filipinos que viven en la zona. Las medidas de seguridad resultaban eficaces para encauzar el entusiasmo de la multitud.

Cuando Francisco llegó, fue acogido entre aclamaciones. La Eucaristía se celebró sobre un podio con un telón de fondo en el que se había representado a los papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI como nuevos Reyes Magos que ofrecían sus dones al recién nacido.

Niños en las periferias

La homilía del Papa estuvo toda ella centrada en la infancia: “También hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero también signo ‘diagnóstico’ para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, de todo el mundo. (…) En este mundo que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones inhumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencias y de tráfico ilegal. Demasiados son prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en el Mediterráneo. De esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho humano”.

En su denuncia de los males que afligen a la infancia, quiso también subrayar que, “en un mundo que desecha cada día toneladas de alimentos y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados, se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos”.

En el momento del intercambio de los saludos de paz, Abbas subió al altar, donde el Papa le abrazó con rara intensidad. Era un gesto preludio de lo que iba a suceder después cuando, finalizado el rezo del Regina Coeli, Bergoglio hizo pública su inédita invitación de diálogo entre las dos partes en Roma.

20140525cnsbr5547

Con Mahmoud Abbas en Belén

Merece la pena trascribir íntegro este texto histórico: “En este lugar, donde nació el Príncipe de la Paz, deseo invitarle a usted, señor presidente Mahmoud Abbas, y al señor presidente Shimon Peres, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco la posibilidad de acoger este encuentro de oración en mi casa, en el Vaticano. Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla. Y todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de sus pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con la oración. Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento. Los hombres y mujeres de esta tierra y de todo el mundo nos piden presentar a Dios sus anhelos de paz”.

El anuncio cogió a todo el mundo por sorpresa y saltó en minutos a los primeros planos de los medios de comunicación, provocando de inmediato múltiples lecturas, que iban desde un desencantado escepticismo hasta una interpretación esperanzada después de los sucesivos fracasos de todas las negociaciones de paz israelopalestinas –el último y aún reciente lo protagonizó el secretario de Estado norteamericano, John Kerry–. Se desconocen por ahora más detalles de esta insólita “cumbre”; la fecha tampoco es segura, en todo caso, ha de tener lugar antes de que el presidente Peres, de 91 años de edad y Premio Nobel de la Paz en 1994, abandone la jefatura del Estado judío.

En esa misma alocución, algunos han visto otro anuncio: al referirse a la familia, el Papa afirmó que pensaba espontáneamente en Nazaret, “adonde espero ir, si Dios quiere, en otra ocasión”; frase que ha l anzado la hipótesis de que Bergoglio quisiera presentar en la ciudad galilea la exhortación apostólica que publicará después de las dos asambleas sinodales dedicadas en 2014 y 2015 a la familia. Nos ponemos, pues, en 2016. Para entonces, Dios dirá.

Antes de su inesperado anuncio, el Papa ya había protagonizado un gesto que ha dado igualmente la vuelta al planeta, cuando pasó por delante del muro que desde hace diez años aísla físicamente Belén y toda la zona confinante con Jerusalén: kilómetros de una valla de cemento armado o de alambradas electrificadas que recuerdan otras atroces experiencias del mismo signo. Bergoglio hizo parar su coche, descendió y se dirigió hacia el muro para apoyar su cabeza en él y recogerse en unos minutos de intensa oración, respetada por todos los presentes con un impresionante silencio.

Después de almorzar con un grupo de familias palestinas, visitó la Basílica de la Natividad y el vecino campo de refugiados de Dheisheh, donde fue saludado por un grupo de niños, uno de los cuales le habló de las “humillaciones y sufrimientos” de su pueblo. “No dejéis que el pasado condicione vuestra vida –les respondió–, mirad siempre adelante. Trabajad y luchad por las cosas que queréis”.

Ya entrada la tarde, el Papa y su séquito llegaron al aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv, donde le dieron la bienvenida oficial en el Estado de Israel su presidente y el primer ministro, Benjamin Netanyahu. Este aprovechó su discurso para hacer un canto de su país como una “isla de tolerancia”. “Nosotros –aseguró– salvaguardamos los derechos de todas las fes, garantizamos la libertad de culto para todos y estamos comprometidos con el mantenimiento del statu quo de los Lugares Sagrados para los cristianos, los musulmanes y los judíos”.

Desde el aeropuerto de la ciudad costera y siempre en helicóptero (que esta vez había puesto a su disposición el ejército israelí), el Santo Padre llegó a Jerusalén, donde se trasladó a la delegación apostólica, a la que previamente había llegado el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I. El encuentro que ambos mantuvieron (al que asistieron el secretario de Estado, Pietro Parolin, y Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos) finalizó con la firma de una declaración conjunta. Este texto, que consta de ocho puntos, se inicia con una evocación del abrazo que hace 50 años se dieron en Jerusalén Pablo VI y el patriarca Atenágoras: “Nuestro encuentro fraterno de hoy es un nuevo y necesario paso en el camino hacia la unidad, a la que solo el Espíritu Santo puede guiarnos: la de la comunidad en la legítima diversidad… Desde esta ciudad santa de Jerusalén, queremos expresar nuestra común y profunda preocupación por la situación de los cristianos en Oriente Medio y por su derecho a seguir siendo ciudadanos a pleno título en sus patrias”.

Abrazo con Oriente

20140602cnsbr5676El encuentro debió ser, en efecto, muy grato y fecundo, porque la prevista celebración ecuménica en la basílica del Santo Sepulcro se inició con un considerable retraso. Cada uno de ellos entró en la plaza adyacente al templo por dos puertas diferentes y, cuando llegaron al punto central, se fusionaron en un fraterno abrazo, subrayado por el volteo de las campanas. El papa de Roma y el patriarca de Constantinopla fueron acogidos a la entrada por los superiores de las tres comunidades cristianas que comparten la propiedad de la basílica: el patriarca greco- ortodoxo, Theophilos III; el custodio de Tierra Santa, el franciscano Pierbattista Pizzaballa; y el patriarca armenio apostólico, Su Beatitud Nourhan. En el interior, junto a numerosas dignidades de las diversas Iglesias y confesiones cristianas, estaban también presentes los nueve cónsules generales que garantizan el statu quo, sancionado por un decreto del Imperio otomano, que data de 1852; entre ellos, el de España, Juan José Escobar Stemmann.

La ceremonia, muy solemne por el marco en el que se celebraba y por la asistencia de tantos notables eclesiásticos, se centró en los dos discursos de los protagonistas. “Hace 50 años –dijo Bartolomé–, dos grandes guías de la Iglesia se sacudieron el temor, se quitaron de encima el temor que había prevalecido durante un milenio; un miedo que mantuvo a las dos antiguas Iglesias, la occidental y la oriental, a distancia una de la otra, incluso algunas veces alzándose la una contra la otra. Sin embargo, cuando se situaron en este espacio sagrado, convirtieron el miedo en amor… Este es el camino que todos los cristianos estamos llamados a seguir en las relaciones recíprocas”.

20140602cnsbr5675“Ciertamente –respondió el obispo de Roma–, no podemos negar las divisiones que todavía existen entre nosotros, discípulos de Cristo: este sagrado lugar nos hace percibir con mayor sufrimiento el drama. Sin embargo, 50 años después del abrazo de aquellos dos venerables padres, reconocemos con gratitud y renovado estupor cómo ha sido posible, por impulso del Espíritu Santo, dar pasos verdaderamente importantes hacia la unidad. Somos conscientes de que queda aún por recorrer otro camino para alcanzar la plenitud de la comunión, que pueda expresarse incluso en el compartir la misma Mesa Eucarística, que deseamos ardientemente. Las divergencias no deben espantarnos y paralizar nuestro caminar”.

Después de las palabras vinieron los gestos: nuevo abrazo fraterno; recitación del Padre Nuestro, primero en italiano por el Papa y el patriarca en solitario, seguidos a continuación por todos los presentes en la asamblea, cada uno en su lengua nativa; bendición conjunta de ambos y visita a la tumba vacía y al Calvario. Todo concluyó con una cena en la sede del Patriarcado Latino de Jerusalén, a la que asistieron todos los dignatarios presentes y los miembros del séquito papal, del que, entre otros, formaban también parte los cardenales Jean-Louis Tauran y Leonardo Sandri, así como el sustituto de la Secretaría de Estado, Giovanni Becciu.

La del lunes fue una jornada que podríamos definir de síncope garantizado, con un calendario de actos cuya sola enumeración impresiona. A primeras horas de la mañana, el Papa ya estaba en la Explanada de las Mezquitas (tercer lugar santo para los musulmanes, después de La Meca y Medina), donde fue recibido por el gran muftí de Jerusalén, el jeque Muhamad Ahmad Hussein, acompañado por los miembros del Consejo Supremo de las Comunidades Islámicas. Todos siguieron al Papa cuando entró –habiéndose descalzado previamente– en la Cúpula de la Roca, que es el más antiguo monumento de la religión musulmana de Jerusalén y del que se supone que Mahoma ascendió al cielo. Durante la reunión con sus anfitriones, estos le ofrecieron un café que el Papa aceptó con gusto.

Tres fes ante el Muro

Finalizada la que podríamos definir “etapa musulmana”, Francisco llegó al contiguo Muro de las Lamentaciones y allí, como habían hecho antes que él Juan Pablo II y Benedicto XVI, se recogió en oración durante unos largos momentos, finalizados los cuales depositó en una de las múltiples hendiduras pétreas un sobre con el Padre Nuestro escrito a mano en castellano y un salmo. La emoción que le embargaba se manifestó con el efusivo y largo abrazo que se dio con el rabino Abraham Skorka y el director del Instituto de Estudios Interreligiosos, el imán Omar Abboud, los dos amigos argentinos que ha querido tener a su lado durante toda la visita a Tierra Santa.

PORTADA_2_optDesde el Muro, y siempre rodeado de unas excepcionales e impactantes medidas de seguridad, el Papa se trasladó al Monte Herzl, donde se encuentra la tumba de Theodor Herzl, fundador del movimiento sionista mundial e ideólogo del Estado de Israel. Bergoglio depositó una gran corona de flores y, acto seguido, a instancias de Netanyahu, visitó también el Monumento a las Víctimas del Terrorismo; dos presencias criticadas por algunos círculos palestinos, pero que hay que interpretar como intención de mantener un delicado equilibrio.

En el Monumento al Holocausto, el Yad Vashem, Francisco se arrancó con un discurso que recordaba de alguna manera al que Joseph Ratzinger pronunció durante su visita al campo de concentración de Auschwitz. “Aquí –dijo el Pontífice–, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, ese grito de Dios al hombre, ‘¿dónde estás?’, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo… ¿Cómo has sido capaz de este horror? ¿Qué te ha hecho caer tan bajo? ¿Quién te ha convencido de que eres Dios? No solo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido a ti mismo porque te has erigido en Dios…Nunca más, Señor, nunca más”.

Siguieron sin pausa alguna la visita a los grandes rabinos de Israel, el askenazi Yona Metzger, y el sefardí Shlomo Amar; el encuentro casi familiar con el presidente Peres, junto al cual plantó un olivo, símbolo de la paz; y una audiencia privada con Netanyahu en el Instituto Notre Dame, en la que el hábil político intentó convencer al Papa de que Israel vive en un contexto político tan adverso que no tiene más remedio que recurrir a extremas medidas de seguridad, como el famoso muro divisorio.

Ya caída la tarde, tuvo lugar la celebración eucarística en la sala superior del Cenáculo. Aunque, en los días previos a la visita, grupos de judíos ultraortodoxos habían protestado por lo que consideran una “profanación” de la tumba del rey David (de la que no hay, por otra parte, ninguna prueba arqueológica o histórica), todo se desarrolló sin el menor incidente. “El Cenáculo –afirmó en su homilía el Papa– nos recuerda el servicio, el lavatorio de los pies que Jesús realizó como ejemplo para sus discípulos. Lavarse los pies los unos a los otros significa acogerse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido”.

Para admiración de propios y extraños, esta última jornada papal se ajustó sin el menor fallo al horario previsto, lo que permitió al B-777 de la compañía de bandera israelí El Al despegar del Ben Gurion de Tel Aviv a las ocho y cuarto, hora local. Un milagro, casi.

Antonio Pelayo. Roma

Compartir