Cuando un cura envejece

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¿A dónde van los sacerdotes viejos? Basta salir a su encuentro para descubrir que detrás de cada uno de ellos hay una rica y larga experiencia, un capital muchas veces desaprovechado dentro de la Iglesia y la sociedad; como si la cultura del desperdicio se extendiera a este recurso humano que es la experiencia de los viejos.

_kÇ-Las casas para ancianos suelen ser silenciosas, como si después del ruido de los años, los viejos necesitaran descifrar el silencio. En su silla de ruedas, junto a una fuente, en donde el agua fluye entre las ramas como en un murmullo, veo a uno de estos viejos, echado el cuerpo hacia adelante y con el oído atento para percibir la canción del agua. Parecen expresiones retóricas, pero se limitan a describir lo que veo en esta casa en donde transcurre la vejez de un grupo de sacerdotes.

Vida Nueva Colombia se ha preguntado a dónde van los sacerdotes viejos. Esta es parte de la respuesta.

Ahora veo pasar por el corredor con ese paso menudo de los viejos, mientras arrastra un caminador, a otro sacerdote pensionado. Los años lo han encogido y han adelgazado su figura debajo de la negra sotana que le debió quedar ajustada hace años. Lo sigue una enfermera que le ayudará a sentarse en el sillón, al lado de otro viejo cura con quien parece tener una larga charla pendiente.

Al frente de ellos, con los ojos clavados en el tablero de ajedrez, otros dos pensionados libran una silenciosa pero implacable batalla, símbolo de las incontables luchas que debieron librar en el curso de su vida sacerdotal.

Al pasar, curioseo el interior de un cuarto en donde, sentado al lado de una cama impecablemente tendida, lee un libro de espiritualidad otro viejo cura.

Domina el ambiente de esta casa una energía distinta a la que uno encuentra en las casas de ancianos. Estos son hombres que toda su vida fueron sacerdotes y que mantienen, acentuada, esa manera de ser. Leo la lista y las breves reseñas de sus vidas, y siento que entre los muros de esta casa se encierra el final de unas vidas admirables. Uno estuvo siempre, hasta el día de su retiro, en barrios obreros, viviendo como obrero, cercano a los sueños y dolores de la gente. Si él me pudiera oír para conversar sobre su vida me diría que su última alegría como cura fue aquel comedor para niños que inauguró medio año antes de la fecha límite de sus 70 años. De otro sé que siempre soñó con ser un párroco rural y que casi lo logra cuando lo nombraron cura de un lejano pueblo campesino; pero allí se topó con el desgaste y el cansancio de su viejo cuerpo, sobre el que pesaron demasiadas jornadas de trabajo por las calles empinadas de una parroquia de laderas suburbanas.

La vejez de los obispos en el Concilio

Second_Vatican_Council_by_Lothar_Wolleh_006Quisiera hablar de la jubilación de los obispos.

Cuando se propuso este tema, casi todos los miembros rechazaron la idea de una prescripción legal sobre el límite de edad. Al acabar la discusión, la gran mayoría de los obispos dieron su voto a favor de la prescripción. Y a mí me parece que con mucha razón.

Algunos han hecho mención en el aula de la paternidad perpetua del obispo. Es siempre padre, pero con el correr de los años los hijos toman más y más la responsabilidad de dirigir la familia.

El problema se reduce a esto: ¿qué exige la salvación de las almas en esta cuestión; qué, el servicio de la diócesis?

El cargo episcopal ha dilatado sus dimensiones. Ya no es la que fue durante siglos: el obispo recibe hoy el encargo de animar y coordinar toda la labor apostólica; se hace cabeza y alma de esa pastoral de conjunto, es el primer motor que dirige el pueblo que le ha sido encomendado.

Todo esto exige unas fuerzas robustas.

El obispo debe estar constantemente vigilante para responder a las nuevas necesidades. Esto requiere una juventud de espíritu y de cuerpo para entender y llevar a la práctica las adaptaciones necesarias. Una edad avanzada crea ipso facto un hiato entre el obispo y el mundo que debe salvar, entre él y el clero, lo que daña enormemente el buen espíritu de la diócesis. La edad avanzada es de tal naturaleza que llega un momento en que el anciano no comprende su propia deficiencia porque esta se hace inconsciente.

No se olvide que el obispo debe pedir no raras veces la dimisión del sacerdote anciano, por el bien de la parroquia o del cargo. ¿Cómo se hará esto si el propio obispo es de edad avanzada? ¿Cómo impedir que ese sacerdote diga, o al menos piense internamente: “médico, cúrate a ti mismo”?

Es claro que el obispo que renuncia a su cargo tiene pleno derecho a un digno sustento y a todas las cosas que su estado pide.

En conclusión propongo:

Aunque nuestro Concilio no llegue a estatuir una renuncia obligatoria al acabar los 75 años, por lo menos decrétese que después de este año se le ha de dar siempre un coadjutor. El obispo permanezca en su casa con humanismo, como padre venerado; el coadjutor acumule poco a poco en su mano el gobierno unitario de toda la diócesis, con la amplitud de funciones que defina la Sede Apostólica para cada caso, teniendo en cuenta la menor o mayor inhabilidad del obispo.

Cardenal León Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas.

Un reclamo sereno y firme

Very-QuietUna encuesta entre ellos sobre su condición de pensionados, o “eméritos” como hoy se dice, sería sorprendente: sueñan con volver a sus días de pastoreo. No lo han dicho así, pero me parece sentirlo en el aire. Les pasa algo parecido a lo que sienten los mutilados, que siempre llevan consigo la presencia del miembro que perdieron. Nunca dejan de sentirse curas, en pleno ejercicio del pastoreo de las almas.

Pero ¿qué pasó en aquel cumpleaños número 70? Con las velitas, ¿algo se apagó en su vida? Fue como perder una familia, de repente. Sí, habían renunciado a tener familia propia, pero habían llegado a ser de la familia de todos. Y perderla fue la primera notificación de que, al pensionarse, comenzaba para ellos otra vida, sin la gran familia de sus feligreses.

A los sacerdotes y obispos de la Fundación Caja de Auxilios del Clero los siento apasionados por la idea de que todos los sacerdotes, al pensionarse, encuentren un hogar con clima de familia.

No siempre fue así. En el pasado el sacerdote viejo recibía alguna ayuda en caso de enfermedad o para atender urgencias. Cuando la Conferencia Episcopal en 1979 formalizó la atención a los pensionados, encontró que había 178 enfermos o inválidos y 807 mayores de 70 años. Entre ellos, algunos han ahorrado para una pensión, pero otros llegaron a la vejez con la bolsa vacía; entonces se impuso la obligación de un aporte mensual de las diócesis, uno por cada uno de sus sacerdotes. Hoy la Caja recibe mensualmente 6.176 aportes, que son la base de un fondo que consolida el episcopado alemán a través de Adveniat. Hoy los sacerdotes pensionados reciben el equivalente a un salario mínimo, que ellos aumentan con el dinero que reciben por los servicios que prestan en las parroquias como adscritos. Los que pueden hacerlo, continúan de esa manera su ejercicio pastoral.

En esta casa para curas viejos hay una pequeña capilla en la que puedo ver el momento de la celebración eucarística. En cada uno de esos rostros descubro un renacer, un regreso a la juventud. Escribía en su columna de Vida Nueva el también emérito Carlos Marín: “cómo quisiera ser capaz de describir la alegría interior que, como sacerdote mayor, siente cada uno de nosotros cuando puede subir las gradas del altar para celebrar la eucaristía”. Testimonios como éste explican el reclamo sereno, pero firme, que se escucha entre sacerdotes pensionados. Creo escuchar la voz de muchos cuando Marín me dice: “necesitamos cercanía del obispo, fraternidad sacerdotal, gratitud de las comunidades a las cuales hemos servido. Que en cada diócesis se estructure una vicaría que asuma la tarea de hacer seguimiento a los sacerdotes mayores, que conozca sus necesidades más urgentes y sea como la expresión de la cercanía y gratitud del obispo y de una Iglesia con entrañas de misericordia con quienes hemos estado sirviendo al Evangelio, a la Iglesia y a los hermanos”.

Mientras toman un café en la media tarde, los veo reunidos alrededor de una mesa. Son seis sacerdotes que hablan con entusiasmo de muchachos. ¿De qué hablan estos curas viejos? ¿De las noticias del día? ¿Del último gesto del Papa? ¿De sus experiencias pastorales? ¿O de un partido de futbol?

Son inteligencias activas que se niegan a entrar en reposo. Detrás de esas inteligencias, y estimulándolas, hay una rica y larga experiencia: “cuando yo estaba en la parroquia tal”, “cuando estas cosas pasan hay que hacer esto”, “si yo estuviera allí, haría esto”, son las expresiones que me hacen pensar en un capital desaprovechado. No solo para la Iglesia, es una falla que ocurre en toda la sociedad, como si la cultura del desperdicio se extendiera a este recurso humano que es la experiencia de los viejos.

Previsión social para el clero

Second_Vatican_Council_by_Lothar_Wolleh_003Téngase siempre presente el ejemplo de los cristianos en la primitiva Iglesia de Jerusalén, en la que “todo lo tenían en común” (Hch 4, 32) “y a cada uno se le repartía según su necesidad” (Hch 4, 35). Es, pues, muy conveniente que, por lo menos en las regiones en que la sustentación del clero depende total o parcialmente de donativos de los fieles, recoja los bienes ofrecidos a este fin una institución diocesana, que administra el obispo con la ayuda de sacerdotes delegados, y, donde lo aconseje la utilidad, también de seglares peritos en economía. Se desea, además, que, en cuanto sea posible, en cada diócesis o región se constituya un fondo común de bienes con que puedan los obispos satisfacer otras obligaciones, y con que también las diócesis más ricas puedan ayudar a las más pobres, de forma que la abundancia de aquellas alivie la escasez de éstas. Este fondo ha de constituirse, sobre todo, por las ofrendas de los fieles, pero también por los bienes que provienen de otras fuentes, que el derecho ha de concretar.

Consideradas siempre las leyes eclesiásticas y civiles, procuren las conferencias episcopales establecer o bien instituciones diocesanas, también federadas entre sí; instituciones organizadas a un tiempo para varias diócesis, o una asociación establecida para todo el territorio, por las cuales, bajo la atención de la jerarquía, se provea suficientemente a la que llaman conveniente asistencia sanitaria y a la debida sustentación de los presbíteros enfermos, inválidos o ancianos.

Ayuden los sacerdotes a esta institución, una vez erigida, movidos por espíritu de solidaridad para con sus hermanos, tomando parte en sus tribulaciones, considerando que así, sin angustia del futuro, pueden practicar la pobreza con resuelto espíritu evangélico y entregarse plenamente a la salvación de las almas. Procuren aquellos a quienes competa que estas instituciones de diversas naciones se reúnan entre sí, para conseguir más conciencia y propagarse más ampliamente.

Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis (sobre el ministerio y la vida de los presbíteros). n. 21.

Experiencia y sabiduría

Los grupos humanos más sabios han tenido en cuenta ese valor para aprovecharlo en beneficio de toda la sociedad. La Biblia recoge esa práctica en el libro del Éxodo cuando da cuenta de la selección de Moisés que, en último término, debió contar con la sabiduría de los ancianos. En otra parte de la Escritura, el Deuteronomio, se ve a los ancianos intervenir en una crisis: la ocasionada por la rebeldía popular en el desierto. Ellos tuvieron la responsabilidad de levantar los cadáveres de los israelitas asesinados y de expiar el pecado de los asesinos con oraciones y ayunos. Marín recuerda estos antecedentes para preguntarse por el desperdicio de talentos que se hace en la Iglesia cuando margina de las actividades pastorales a los curas viejos.

Le propongo el tema al obispo emérito Fabián Marulanda, antiguo secretario de la Conferencia Episcopal:

“Muchos de los sacerdotes retirados se vinculan como ‘adscritos’ a alguna parroquia donde prestan sus servicios como celebrantes de la eucaristía; ayudan también en las confesiones y actos de culto.

Algunos obispos eméritos son encargados de alguna diócesis mientras nombran el ordinario propio… Como regla general, todo queda a voluntad del obispo emérito y a las condiciones particulares de cada uno. La realidad es que la edad avanzada pone muchas limitaciones en la vida: agotamiento físico, cansancio, pérdida del entusiasmo y de las ganas, disminución de la memoria”.

Sin embargo, se echa de menos una política de aprovechamiento de ese capital de experiencia y sabiduría de los casi mil sacerdotes que han cruzado la fecha límite de los 70 años y de los 36 obispos eméritos; para bien de la Iglesia en donde siempre harán falta sacerdotes; pero especialmente para bien de los propios pensionados: saber que son útiles y que pueden incorporarse a la actividad pastoral, será para ellos una recuperación del vigor juvenil de su sacerdocio…

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El cura viejo en la Conferencia de Medellín

En el ministerio presbiteral es fácil advertir hoy una tensión entre las nuevas exigencias de la misión y cierto modo de ejercer la autoridad que puede implicar una crisis de obediencia.

Se da también una crisis en sacerdotes que por su edad y por la formación recibida se sienten como incapacitados para asumir los cambios de renovación promovidos por el Concilio.

Muchos sacerdotes lamentan que la revisión del régimen beneficial, lenta por su propia complejidad, mantenga aún a sus iglesias en lamentable penuria y demanden a cuantos serán afectados por las imprescindibles reformas administrativas, que faciliten la pronta aplicación de las indicaciones conciliares.

El ministerio jerárquico de la Iglesia, sacramento en la tierra de esta única mediación, hace que los sacerdotes actúen entre los hombres como la persona de Cristo.

Por eso los sacerdotes, aun dedicados a tareas ministeriales en las que se acentúa alguno de los aspectos de esta triple misión, ni deberán olvidar los otros ni debilitar la intrínseca unidad de la acción total de su ministerio, porque el sacerdocio de Cristo es indivisible.

De ahí se deduce como consecuencia inevitable, la íntima unión de amistad, de amor, de preocupaciones, intereses y trabajos, entre obispos y presbíteros, de manera que no se pueda concebir un obispo desligado o ajeno a sus presbíteros ni a un presbítero alejado del ministerio de su obispo. Así todos los sacerdotes vinculados entre sí por una verdadera fraternidad sacramental, deben saber convivir y actuar unidos en la solidaridad de una misma consagración.

Es de particular importancia subrayar que la consagración sacerdotal es conferida por Cristo en orden a la misión de salvación del hombre.

Esto exige en todo sacerdote una especial solidaridad de servicio humano, que se exprese en una viva dimensión misionera, que le haga poner sus preocupaciones ministeriales al servicio del mundo con su grandioso devenir y con sus humillantes pecados; e implica también un contacto inteligente y constante con la realidad, de tal modo que su consagración resulte una manera especial de presencia en el mundo, más bien que una segregación de él.

El mundo latinoamericano se encuentra empeñado en un gigantesco esfuerzo por acelerar el proceso de desarrollo en el continente. En esta tarea corresponde al sacerdote un papel específico e indispensable. Él no es meramente un promotor del progreso humano. Descubriendo el sentido de los valores temporales, deberá procurar conseguir la síntesis del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico-técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios.

Segunda Conferencia General del Episcopado latinoamericano en Medellín. Conclusiones. Páginas 170, 171, 172, 173.

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