Las páginas amarillas de la dignidad

Sant’Egidio reedita en Barcelona una guía útil para que los ancianos puedan vivir en casa

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MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. FOTOS: SANT’EGIDIO BARCELONA. | Pepita, a sus 93 años y mientras la salud se lo permita, tiene la “inmensa suerte” de poder seguir viviendo en su casa, en Barcelona. Y lo sabe por propia experiencia, pues, cuando cumplió 80, decidió ingresar en una residencia.

Fueron cinco meses, pero su recuerdo no es precisamente bueno:

El centro era estupendo a nivel de instalaciones, pero vivir allí era algo muy frío, como hacerlo como en un hotel. En las salas comunitarias apenas había gente y casi todos permanecían en sus habitaciones viendo la tele.

Lo sentía como una gran insolidaridad, pues creo que somos muchos los que necesitamos sentirnos acompañados por quienes nos rodean. Cenábamos a las siete de la tarde y, entonces, como no soy muy de ver telenovelas, pasaba todo el tiempo asomada a la ventana viendo a la gente pasear por la calle. Tenía una nostalgia enorme. Me sentía muy sola. Por fortuna, no había vendido mi casa y pude volver.

Afortunadamente, está acompañada por varios “ángeles guardianes” que viven pendientes de ella: una asistenta a cargo del Ayuntamiento que va a verla dos horas a la semana, otra que paga ella, sus vecinos y “mis amigos de Sant’Egidio”.

Y es que, desde hace al menos dos décadas, mantiene una relación muy estrecha con los miembros de la comunidad cristiana, empezando por los más jóvenes, que, organizados en red, la visitan a ella y a varias decenas más de personas de edad avanzada por toda la capital catalana.

A veces vienen a verme a casa –explica Pepita–, otras acudo yo a las oraciones… Y, ahora en verano, ¡incluso nos iremos juntos de vacaciones! Ya lo hemos hecho otros años y para todos es una gran alegría. Iremos al menos 27 personas, entre los ancianos y la gente de Sant’Egidio. Será en Solsona y estaremos una semana.

A su juicio, cosas así son las que reflejan una amistad sincera y que parte del cariño mutuo: “Para mí, la idea de comunidad es lo más importante que existe.

Poder compartir tu tiempo con los otros es fantástico, siendo la soledad lo más triste. Y eso es algo que todos los que formamos parte de Sant’Egidio reconocemos en seguida. Aquí todos nos tratamos como hermanos, lo que también se aprecia desde el punto de vista de la fe, que es más viva al ser compartida”.
 
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En el nº 2.898 de Vida Nueva

 

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