Editorial

El Papa que labra la paz con sus manos

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Ningún discurso apaga por sí solo una guerra. Como ha demostrado Francisco en su oración por la paz en Tierra Santa, urgen otras vías

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VIDA NUEVA | No hay duda de que, en el alud de gestos, palabras e iniciativas que marcan su aún breve pontificado, el del pasado domingo 8 de junio, solemnidad de Pentecostés, supuso uno de los grandes hitos que se recordarán de la tenida por muchos como revolución Francisco.

Y es que, después de dos milenios de raíz de un problema que ha estallado con toda su dureza durante los últimos 60 años en la tierra más santa para las tres grandes religiones monoteístas, conseguir que sus representantes políticos y religiosos eleven juntos plegarias a Dios –desde su particular perspectiva de fe– y clamen todos de corazón por la paz, es un logro sin precedentes. Los jardines vaticanos, con el aire especial del atardecer romano, fueron testigos de cómo judíos, musulmanes y cristianos de distintos credos compartían tiempo y espacio para convivir y rezar.

Cada uno a su Dios. Todos por la paz, especialmente en Tierra Santa.

Francisco, Bartolomé I (patriarca de Constantinopla) y los máximos mandatarios de Israel y Palestina, Simon Peres y Mahmoud Abbas, simbolizaron un esfuerzo de muchos, pero que nació de unos pocos. Porque, como se ha sabido estos días, tras el anuncio de Bergoglio en Belén de que este encuentro tendría lugar en el Vaticano, se esconde un proceso que no fue sencillo y que se llevó con la máxima discreción por un puñado de personas.

La idea inicial, en la que se venía trabajando desde hace al menos un año, era que la cita tuviera lugar en el transcurso del viaje del Papa a Tierra Santa, pero en abril todo se vino abajo con el anuncio de que Hamas y Al Fatah pactaban conformar un gobierno de unidad nacional. Por un lado, significaba poner fin a años de separación entre los representantes palestinos en Gaza y Cisjordania; pero, por otro, equivalía a que Israel, que señala a Hamas como una fuerza “terrorista”, rompía con el presidente Abbas toda negociación.

Francisco y las escasas personas que llevaban tejiendo los mimbres de un encuentro histórico, impulsaron con todas sus fuerzas la reanudación del entendimiento. Si no podía ser en Tierra Santa, tendría que ser en Roma… Pero que fuera. El Papa ponía su casa. Y lo clamaba a todas las partes afectadas.

Finalmente, la víspera de llegar a Tel Aviv, se confirmaba que palestinos e israelíes daban el paso de acoger el abrazo del Pontífice, cuyas gestiones en todo este tiempo (conviene recalcarlo) han ido más allá de la potente (y también burocratizada) maquinaria de la diplomacia vaticana.

Como hiciera con la vigilia por la paz en Siria –que aunó con llamadas personales a quienes podían hacer algo para evitar que el conflicto se internacionalizara, como a Vladimir Putin, que entonces acogía al G-20 en San Petesburgo–, Francisco ha vuelto a evidenciar cómo el Papa, uno de los referentes morales más reconocidos, independientemente de quién ocupe la Cátedra de Pedro, posee la fuerza necesaria para intentar frenar las guerras que masacran a millones de víctimas.

Y lo puede hacer más allá de las apelaciones a la paz. Por muy enérgicas que estas sean, el abrazo silencioso de este domingo en Roma ha hablado con más fuerza que nada. Ningún discurso apaga por sí solo una guerra. Se necesita labrar la paz con las manos.

En el nº 2.898 de Vida Nueva

  • Encuentro de oración en el Vaticano:

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