Madre Esperanza ya es beata

La fundadora del Amor Misericordioso, murciana, es muy venerada en Italia

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ANTONIO PELAYO (ROMA) | El sábado 31 de mayo fue beatificada Madre Esperanza de Jesús (María Josefa Alhama Valera), fundadora de la familia religiosa del Amor Misericordioso. Estoy seguro de que a muchos de mis habituales lectores el nombre de esta monja española no les dirá nada, porque Madre Esperanza, nacida en la localidad murciana de Santomera el 30 de septiembre de 1893, es muy conocida en Italia –donde pasó los últimos 30 años de su vida–, pero mucho menos en su patria.

La ceremonia de beatificación tuvo lugar en el santuario del Amor Misericordioso, en Collevalenza, provincia de Umbría, un conjunto arquitectónico muy notable y muy visitado por peregrinos de toda Italia.

Presidió la eucaristía el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, y concelebraron con él los purpurados Ennio Antonelli, emérito de Florencia; Giuseppe Betori, actual titular de la archidiócesis florentina; y Gualtiero Bassetti, obispo de Perugia, así como todos los arzobispos y obispos de la región umbra.

Por su parte, la Iglesia española estaba representada por los arzobispos de Pamplona y Oviedo, respectivamente, Francisco Pérez González y Jesús Sanz Montes, así como por el obispo de Cartagena-Murcia, José Manuel Lorca Planes, acompañado por numerosos compatriotas de la nueva beata.

 

Reconocimiento de Francisco

El domingo, después del rezo del Regina Coeli, el papa Francisco se refirió a ella en términos tan elogiosos como estos:

Que su testimonio ayude a la Iglesia a anunciar en todas partes, con gestos concretos y cotidianos, la infinita misericordia del Padre celeste con todas las personas.

Después, invitó a la multitud a aplaudir a la beata Madre Esperanza.

Si la religiosa es poco conocida en España –donde tienen casa tanto las esclavas como los hijos del Amor Misericordioso– no es una casualidad, sino fruto de las incomprensiones que esta valerosa mujer tuvo que sufrir por parte de algunos obispos españoles y del entonces nuncio en Madrid, Gaetano Cicognani.

Pero no solo se trató de incomprensiones, sino de toda una campaña denigratoria que la llevó a ser indagada incluso por el Santo Oficio (hoy Congregación para la Doctrina de la Fe), que la mantuvo bajo observación estricta durante varios años. Madre Esperanza, que era una mujer enérgica y de una profunda religiosidad, aceptó en silencio tan duras pruebas y nunca sintió la tentación de querer rebelarse contra la autoridad religiosa.

La rehabilitación no llegó para ella hasta comienzos de los años 50, bajo el pontificado de Pío XII.

En 1951 abandonó Roma y se trasladó a Collevalenza, donde trascurrirán los treinta últimos años de su vida: falleció el 8 de febrero de 1983, pocos meses antes de que hubiese alcanzado los 90 años. Cuando se cumplieron los preceptivos cinco años que marca el Derecho Canónico, se inició el proceso diocesano de beatificación y, en junio de 2012, fue reconocido el milagro que le ha acabado abriendo el camino a los altares: la curación de un niño gravísimamente enfermo gracias al agua del santuario del Amor Misericordioso.
 

Wojtyla la restituyó plenamente

Para Madre Esperanza, la visita de san Juan Pablo II a Collevalenza, el 22 de noviembre de 1981, solemnidad de Cristo Rey, fue una enorme consolación; el Papa polaco, que tan dentro de sí llevaba la devoción a la Divina Misericordia, la alentó a seguir con su obra, besó su frente y la propuso como un ejemplo a imitar en la vida de fe. En su homilía, dijo que su visita era como una ilustración viviente de su encíclica Dives in Misericordia, publicada un año antes.

Como sucede con alguna frecuencia, la biografía de Madre Esperanza no deja en demasiado buen lugar a ciertas instituciones eclesiales, incapaces de aceptar la novedad y el desafío de los auténticos santos, recelosos de lo que no se someta a su implacable control.

En el nº 2.897 de Vida Nueva

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