Antonio Colinas: “En estos momentos, la figura de Cristo es un revulsivo”

El poeta publica Canciones para una música silente, poemario con el que culmina su etapa humanista, de vuelta al origen

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JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) es uno de los más singulares poetas españoles, reverenciado, admirado como uno de los grandes nombres de la literatura contemporánea.

PREGUNTA: Fue novísimo y culturalista –autor de Sepulcro en Tarquinia (1975), libro fundamental–, pero siempre meditativo, profundo, esencial.

RESPUESTA: La poesía para mí es una vía de conocimiento, un modo de conocerme, de plantear preguntas, de responderlas a veces… y, sobre todo, responder a esas preguntas que están en el ser humano desde siempre, sobre el amor, la naturaleza, el tiempo, lo sagrado, lo mistérico. Y siempre con el afán trascendente o trascendido que siempre dicen mis poéticas.

Detalle del Cristo de Velázquez (1632) [ampliar]

Detalle del Cristo de Velázquez (1632) [ampliar]

P: Acaba de publicar Canciones para una música silente (Siruela, 2014), un extenso poemario donde se unen sus viajes –China, Cartagena de Indias– y su mirada lúcida a la actualidad con un momento vital de regreso al origen.

R: He sometido mi vida a otro ritmo. He restaurado una casita en Fuente Encalada, un pueblo de Zamora en el que mi abuelo era el herrero. Cierro ese círculo en el que comencé, en esas raíces telúricas, familiares.

No es un libro para lectores perezosos. Es un libro para leerlo despacio y ver sobre todo ese viaje interior que hay en él.

P: Un viaje interior de sabiduría y en busca también de Cristo… En el poema Tarde del 31 de diciembre de 1936 le hace exclamar a Miguel de Unamuno: “Cristo: ¿qué hay detrás del agua negra/ de la catarata de tu cabellera?”…

R: He puesto a hablar a Miguel de Unamuno horas antes de morir y va haciendo un repaso por su vida. En esa atmósfera asfixiante de lo que él llamó, con hache, los hunos y los hotros. Él vuelve los ojos hacia ese lado religioso suyo y hace ese símbolo con la cabellera del Cristo de Velázquez

P: En Un verano en Arabí, la cuarta sección del libro, también está Cristo muy presente. En esos poemas se materializan esos versos suyos:

Todo es sacro en el mundo para aquel
que lo mira con ojos de piedad.

R: Es un sentimiento que me acompaña en mis últimos libros, en lo que yo considero la ‘etapa humanista’ de mi poesía. Hay una apuesta por temas que a veces suenan a tópico, pero que hay que mirarlos con ojos nuevos y rescatarlos. Ahí están temas como el amor o la piedad, que es un tema muy nuestro, pero que ya está en los filósofos grecolatinos o, más reciente, en María Zambrano. Y sí, es como un contrapeso.

Estamos viviendo un momento, pero de repente aparece ese arquetipo, la figura de Cristo, que nos hace mirar hacia la otra realidad. Es como un revulsivo. En estos tiempos que vivimos lleva al lector a otros campos. Sorprende, llama la atención, pero la poesía tiene que conseguir que algo se revuelva dentro del lector“.

P: El arte, la poesía como salvación. O dicho con sus versos:

¡Perennidad del arte, que apacigua
y salva todavía a los seres humanos
de ser fieras!.

R: Últimamente sí que pienso, y cada vez más, que la poesía, y por extensión el arte, es algo que sana y salva. Podrá existir una literatura que nace del exceso, del malditismo, del desequilibrio, pero también hay otra literatura que busca la plenitud de ser, como en este caso es la mía. Bajo este punto de vista, la palabra sana.

P: Es, sin embargo, esa literatura del exceso la que está más presente…

R: Sí. Por eso precisamente tenemos que seguir en ello. Aunque sea dirigiéndonos a lo que Juan Ramón llamaba la “inmensa minoría”. El ser humano no puede vivir sin poesía, sin arte, porque si no regresaría al estado de barbarie.

La gran tradición universal de la literatura siempre ha estado cercana a los temas esenciales, a la palabra que salva. Incluso desde la poesía sagrada o mística que tienen todas las religiones, y que encontramos en los libros sapienciales de la Biblia, en la poesía sufí, en la poesía del Extremo Oriente y, de manera más cercana, en este ámbito mediterráneo, donde nació ya esta poesía con la intención de ser algo más que simple testimonio.

P: Ha hablado de símbolos; el primero y primordial, la mujer, ¿no?

R: Pues sí. La mujer, junto a la naturaleza y ese sentido de la realidad trascendente, son temas primordiales en este libro. Es un tema que, constantemente, está presente en mi obra. La mujer es, por supuesto, el ser querido que tenemos cerca, pero también es vida, la tierra, lo telúrico, la germinación, lo bello y lo verdadero
 

La música y el silencio

P: Hay otros dos símbolos en este poemario destacados ya desde el título: la música y el silencio, ese silencio que tanto echamos en falta…

R: Son dos temas que se relacionan. Ya desde el título aparece esa “música silente”, esa música que no escuchamos pero que sentimos en nuestro interior, una música que remite a la idea de armonía. Es la música interior, la música callada de fray Luis de León. Y también está la música del texto.

En este libro llego a preguntas extremas: “¿Y si fuese la música el silencio?”. Es decir, más allá de esa música, está el silencio, y a medida que avanza el libro nos va reclamando hasta ese poema último en el que digo que:

Solo quisiera
escribir mis palabras con silencios:
escribir el poema sin palabras.

Expresa una verdadera poética, una verdadera fe de vida, de que la palabra se vaya callando, vaya cediendo paso al silencio, que es el saber superior.

Y, en definitiva, el viaje del poeta es un viaje al silencio, un silencio fértil, generador.

P: “Solo quisiera / musitar el poema / como plegaria de silencio / en el silencio”, acaba ese poema…

R: Eso es. Para mí es la clave de este libro. Su piedra angular. Todo este viaje en busca de la plenitud de ser a través de diversos caminos: de la tierra, de los antepasados, de los orígenes, del mundo mediterráneo, de los hechos puros, de la realidad… y ahí es donde está el reencuentro con nosotros mismos. Hay otros símbolos como la luz, que también es la luz del conocimiento, esa luz que encontramos en el arranque del Evangelio de san Juan… donde la luz es logos, es palabra y es un poco todo.

La ascensión –y el descenso– es un símbolo que también está en mi poesía. Un ascender a la cima, al monte… que es un tema que también está en la tradición oriental y en la tradición bíblica. Lo difícil no es llegar a la cima, sino que en la cima soplan los vientos más fuertes. Lo importante en la vida no es el ascender, sino el descender. El descenso es un arquetipo que es también un descenso de la montaña de la vida, de la edad, de uno mismo.

P: Estas alusiones a los textos bíblicos, a san Juan, a fray Luis de León… expresan una fe. ¿Se describiría como poeta católico? ¿Cómo vive la fe en la poesía?

R: Yo soy, por supuesto, una persona católica, bautizada. En ese catolicismo viví los momentos decisivos de mi infancia y de mi adolescencia, sobre todo cuando pasaba el tiempo con mis abuelos en un pueblecito de Zamora. Y, por supuesto, dentro de esa búsqueda que para mí supone la poesía, dentro de esa vía de conocimiento, está muy presente lo sagrado, esa concepción sagrada de la realidad que me ha llevado a decir eso de manera extremada de “todo es sacro en el mundo para aquel que lo mira con ojos de piedad”.

Es una afirmación, por supuesto, de raíz cristiana. Lo que pasa es que aquello que decía al final de su vida Unamuno, que dudaba, nos sucede a todos. Nuestra vida diaria está llena de preguntas, de interrogaciones, de búsquedas. Pero siempre con ese sentido trascendente o trascendido que, entre otras cosas, tiene mi poesía. No son guiños culturalistas al lector, sino que está muy arraigado en mí.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.897 de Vida Nueva

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