Santos Juliá: “Tenemos la obligación de mantener un debate público de calidad”

Santos Juliá aborda en un libro la reciente historia de España a través de sus manifiestos

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Santos Juliá: “Tenemos la obligación de mantener un debate público de calidad” [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Santos Juliá (Ferrol, 1940) publica Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de España a través de manifiestos y protestas (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2014). Un recorrido con 446 escritos -manifiestos, cartas, artículos, declaraciones…- nunca reunidos hasta ahora, que representan la voz colectiva del devenir de España a lo largo del siglo XX hasta nuestros días.

Desde aquella carta de Miguel de Unamuno en 1896 dirigida a Antonio Cánovas del Castillo, en la que aparece por primera vez la voz “intelectual” en la vida pública española, hasta el manifiesto de Convocatoria Cívica (2013) en defensa de “otro camino” para salir de la crisis y fortalecer la democracia.

“He querido dar testimonio –dice el historiador– de que el manifiesto, siendo literatura de combate la mayor parte de las veces, también constituye un amplio abanico en el que los intelectuales, escritores, artistas, etc. siguen interviniendo en la política y en el debate público”.

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Título: Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de España a través de manifiestos y protestas (1896-2013)

Autor: Santos Juliá

Editorial: Galaxia Gutenberg, 2014

Ciudad: Barcelona

Páginas: 885

P: ¿Qué manifiesto le ha cautivado más? Debe ser difícil elegir uno entre tantos…

R: El que me parece literariamente de una calidad superior, y eso que hay varios, es el editorial-manifiesto del grupo que funda la revista España peregrina. Me conmovió mucho. Está escrito por Juan Larrea, pero antes hubo un borrador de José Bergamín. Costó muchos debates y discusiones, y finalmente todos estuvieron de acuerdo con el texto de Larrea.

Tiene todo lo que se puede esperar de un manifiesto: tiene mirada al pasado, a la terrible situación en la que se encuentran después de la derrota y el exilio, abre esperanza de futuro sin caer en una nostalgia paralizante ni en una exaltación partidista, sino en una llamada a mantener todos los valores por los que habían luchado y la cultura de la que habían salido.

P: Publica usted este libro cuando la voz del intelectual ya no tiene el eco de, por ejemplo, principios del siglo pasado. ¿Por qué?

R: Lo que ocurre es que la figura del intelectual, comparado con antes, cuando ellos mismos se llamaban una “minoría selecta”, ha cambiado. Hoy se ha diversificado. Entiendo que hay más intelectuales que nunca, que se han multiplicado. Por tanto, tampoco debemos de esperar de ellos la figura del intelectual guía, si no más bien el intelectual crítico, que ha bajado de la estrella polar y está ahora en un observatorio crítico.

Creo que ha cambiado sustancialmente la función del intelectual desde una sociedad medio alfabetizada a una sociedad que tiene una universidad en la que atiende a un millón y medio de alumnos. No se puede esperar a que la tarea del intelectual sea idéntica que en los años 20 y 30 del siglo pasado a estos años. Esa es mi posición y creo que es la que se deriva del libro.
 

Pluralidad

P: “Menos Unamuno y más Benet”, como dice usted.

R: Afortunadamente. La pluralidad de voces, que es la propia de la sociedad democrática, hace que cada uno valga en función de lo que dice, no en función de esa consagración propia de sociedades predemocráticas o prealfabetizadas, en las que el escritor tenía un aura sagrada. A Unamuno le recibían multitudes nada más llegar a una estación cuando iba a dar una conferencia. Eso hoy no ocurre.

Lo importante ya no es tanto el ego del escritor, como dijo en su día Juan Benet con su famosa paradoja: “Yo no tengo más autoridad que el fabricante de zapatos”. Es decir, yo soy una voz como otras. Pero si esa voz faltase, la echaríamos muy de menos. Como echamos de menos la voz de Benet, entre otros. Tenemos cierta obligación democrática de mantener un debate público de calidad. Al menos es lo que pienso.

P: En ese debate participa ahora Internet, la comunicación digital, las redes sociales… ¿Qué han cambiado?

R: Creo que han multiplicado las posibilidades. Pero cuando los manifiestos, que se multiplican también, quieren conseguir un mayor alcance, ser escuchados por más gente, indudablemente se sigue recurriendo a intelectuales consagrados para que firmen o para que ellos también formen parte del grupo que elabora el manifiesto.

Sinceramente, pienso que no ha caído la presencia del intelectual, del artista, del escritor, sino que, en una sociedad democrática, nadie puede aspirar a decir la última palabra o la palabra que ilumine un camino, como ocurría en sociedades con otro nivel educativo distinto al que tenemos ahora.

Aunque muchas veces parezcan voces en el desierto,
no es concebible una sociedad democrática en el que estas voces falten.

P: Nosotros, los abajo firmantes tiene un valor indudable como documento, pero también a la hora de mostrar un camino…

R: Algo de eso hay. Ya trabajé sobre los intelectuales en un libro que finalmente se llamó Historias de las dos Españas (Taurus, 2004) en el que examinaba su presencia individual o generacional, pero no a través de manifiestos. Sobre el periodo que estudié para ese ensayo, acumulé una serie de manifiestos que constituían un patrimonio escasamente conocido.

Esta literatura de combate no estaba reunida en un volumen que permitiera seguir paso a paso la evolución de España y los distintos conflictos que han ido esmaltando su historia a lo largo del siglo XX. Esa fue la idea. Lo que ocurre es que cuando nos hemos puesto ha recopilar manifiestos ha sido una gran sorpresa la gran cantidad que se ha publicado durante todos los períodos en los que se puede dividir la historia de España en el siglo XX.

P: También se puede leer como una historia alternativa, porque el manifiesto está escrito habitualmente con un punto de vista contrario al poder, ¿no es así?

R: En algunas ocasiones a favor también. Pero sí, el intelectual surge en un escenario de protesta, eso es verdad. Y la protesta es lo que define la mayor parte de los manifiestos. Pero, también, los hay de apoyo: a la democracia, a las libertades que han sido vulneradas por el poder o llamamientos, que eran muy habituales durante al Guerra Civil, para movilizar a la opinión pública internacional o a la Sociedad de Naciones, por ejemplo. Hay una amplia variedad de manifiestos. Como los que se publican “en defensa de…”. No siempre son contra el poder.

Lo que define a un manifiesto es que se escribe en torno a una situación conflictiva, pero ese conflicto puede venir o bien del poder o bien, como en el caso de ETA, del terror. También son un género particular de manifiesto las cartas colectivas, muy habituales en tiempos de la dictadura, cuando se escribían, digamos, “en demanda de…”: de libertad, contra la tortura o en favor de obreros detenidos…
 

No pueden faltar

P: ¿Han servido para algo los manifiestos?

R: Sin duda. Rotundamente, sí. Por ejemplo, los manifiestos entre 1962 y 1975 fueron muy importantes para difundir una cultura democrática. Porque la misma necesidad de incorporar a un manifiesto la firma de un republicano, de un socialista, de un comunista, de un católico, de alguien que venía de Falange… y reunirlos a todos fue clave para extender una cultura democrática.

Otro ejemplo serían los manifiestos contra la segunda guerra de Irak, que fueron muy abundantes. No cabe duda de que tuvieron una incidencia muy clara en la opinión pública, que consideró la guerra injustificada. Y a eso ayuda la movilización, entre otros, de intelectuales, escritores, artistas… como está ocurriendo, en los últimos años, en la defensa de la sanidad pública, que ha logrado paralizar proyectos de privatización. Es decir, aunque muchas veces parezcan voces en el desierto, no es concebible una sociedad democrática en el que estas voces falten.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº2.896 de Vida Nueva

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