La fuerza de las voluntades

Abdoulaye, parapléjico, recibe un histórico visado humanitario a un subsahariano

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La fuerza de las voluntades [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Aunque individuales gestos simbólicos generan esperanza, la certeza de que algo puede cambiar de verdad solo se da cuando han sido muchos los que han colaborado para que este se produzca.

Por ello, la historia de Abdoulaye es, para todos, un espejo en el que mirarse. Marca el camino a seguir. Lo deja claro: si se quiere, se puede.

Pero, ¿quién es Abdoulaye? Lo cuenta Mª Francisca Tous Sánchez, hija de la Caridad y miembro de la Delegación de Migraciones de la Archidiócesis de Tánger, en Marruecos:

Es un joven de 26 años de Malí que busca un futuro mejor para su familia, en especial para sus dos hermanos pequeños y su madre enferma. Un día dejó su patria y se embarcó en la peligrosa aventura de llegar a Europa. Después de pasar por todo tipo de humillaciones y sufrimientos, llegó al monte Gurugú, desde donde veía todas las noches las luces de Melilla.

Por tanto, desgraciadamente, Abdoulaye aparece como una más de las decenas de miles de personas que llegan cruzando el Subsahara en busca de una oportunidad, chocando al fin con una valla coronada por cuchillas que se interpone ante su sueño.

En definitiva, uno de tantos. También en la desgracia: “Como era habitual –prosigue Francisca–, la policía marroquí llegó una de esas noches y él, intentando huir de la redada, cayó de la montaña y se fracturó una vértebra en la zona lumbar, con la desgracia de que quedó parapléjico”.

Trasladado al Hospital Hassani (en Nador, a 12 kilómetros de Melilla), fue intervenido de urgencia y, en los seis meses siguientes (esto ocurrió en octubre), quedaría postrado en una cama. Allí fue donde lo conoció esta religiosa española, que no tardaría en convertirse en una segunda madre para él:

Cuando le vi por primera vez llevaba ya casi dos meses en el hospital. Estaba alegre, optimista e irradiaba la esperanza de su curación por todo su ser. Trabamos mucha amistad. Cuando terminaba mi jornada, iba a verle. Lo cambiaba y le hacía todo lo necesario para que quedara un poco mejor. También le atendían mis compañeros de la delegación. Desde el principio, todos tuvimos claro que se imponía una única solución: había que sacarlo de allí y trasladarlo a España.

Entonces, todos los resortes se activaron y se inició lo que se podría calificar de pequeño milagro coordinado: la consecución de un excepcional visado humanitario del Gobierno de España a un subsahariano; algo en absoluto habitual, siendo, como mínimo, el primero en Nador.
 

Un milagro con muchas manos

Lo explica Esteban Velázquez, sacerdote español y responsable de la Delegación de Migraciones en Nador. Junto a Francisca, él fue la persona que más creyó en que Abdoulaye podía tener realmente un futuro mejor:

Fue un complejísimo proceso burocrático que nos llevó cinco meses, desde octubre hasta febrero. Puede parecer árido, pero es muy positivo que se conozca en su conjunto para que valoremos hasta qué punto se involucraron en él numerosas personas e instituciones. Primero tuvimos que acometer los trámites con el hospital de Marruecos, llamando a la excepción del caso. Luego, Francisca habló con el embajador de España, a través de los contactos de su comunidad religiosa.

Él nos aseguró que, si conseguíamos un sitio en España en el que pudiera ser atendido, haría lo posible por conseguir el visado. Después, fuimos al consulado, donde nos exigieron muchos más documentos. Ellos mismos nos aconsejaron que la Conferencia Episcopal Española (CEE) mediara ante la Secretaría de Migraciones, por lo que contactamos con José Luis Pinilla, el responsable en el Episcopado de estas cuestiones, quien nos ayudó mucho, poniéndonos en contacto con María Segurado, de Cáritas Española. Ella fue una persona clave, pues agilizó mucho la documentación tras sus gestiones en el Ministerio de Asuntos Exteriores. A la vez, buscábamos el hospital apropiado para Abdoulaye. Aunque el centro para parapléjicos de Toledo nos ofreció gran ayuda, al final se nos salía del presupuesto.

Fue entonces cuando me dirigí al hospital que la Orden de San Juan de Dios gestiona en Bormujos (Sevilla), donde estuve un tiempo de capellán. Al final, la Obra Social de San Juan de Dios se comprometió a financiar el tratamiento. En estos últimos trámites nos ayudaron mucho la Fundación Siloé y las hijas de la Caridad de Jaén.

Entonces, cuando parecía que todo estaba ya cerrado, la burocracia lo complicó todo una vez más: “Nos dijeron que teníamos que conseguir el certificado de penales de Malí, para demostrar que no había ningún problema con Abdoulaye –rememora Esteban–. El propio embajador español en Suiza, de visita entonces en Nador, se ofreció a ayudarnos.

Pero, al final, la gestión principal vino de parte del periodista Nicolás Castellanos, que estaba esos días en Malí y fue quien se encargó de garantizar que llegarían los papeles. Aunque no llegaban… Veíamos que no se podía esperar más, y yo ya fue entonces cuando desesperé y dije que haría una huelga de hambre que no cesaría hasta que él llegara a España, comunicándoselo a algunas personas. Finalmente, Exteriores nos dio permiso para que los últimos documentos se pudieran enviar después, una vez que estuviera ya en Sevilla”.

En esta última etapa de la aventura, las manos amigas no dejaron de sumarse a una historia plena de esperanza. Ese viaje hasta España, en el que Francisca y Esteban acompañaron emocionados a su amigo, es lo que ambos recuerdan con la piel de gallina. “Fue una ambulancia de la Media Luna marroquí la que lo sacó del hospital –recuerda el sacerdote–. Él estaba muy feliz, como nosotros. Francisca no durmió en toda la noche.

Cuando llegamos al punto que separaba las fronteras marroquí y española, todos se volcaron. Los dos jefes de policía de cada país colaboraron y los presentes nos ayudaron a cambiarle a la ambulancia de urgencias, que lo llevó hasta el puerto. En el barco, el médico organizó la gestión para su traslado desde Málaga hasta Sevilla, a cargo de la Cruz Roja, que lo hizo desde la generosidad”.
 

Emotiva llegada a “casa”

Francisca recuerda de un modo especial el momento de la llegada a Bormujos: “Nos estaban esperando y todos acogieron con mucho cariño a Abdoulaye. Estaban mis compañeras de congregación, la gente de San Juan de Dios… Sentía que vale la pena seguir luchando, pues hay mucho de bueno en la humanidad y que, aunque a veces todo parezca perdido, la esperanza siempre está presente en el corazón de los hombres. En mi caso, las lágrimas se me hicieron presentes unos días después, cuando le oí decir a Abdoulaye: ‘Mama Francisca, mira cómo me están haciendo muchas cosas, seguro que aquí me pondré bueno’”.

Tres meses después, este joven maliense continúa aferrado a la vida, apoyado por un equipo de 20 voluntarios de la asociación Iniciativa Cambio Personal, Justicia Global, fundada por Esteban para el impulso de todo tipo de proyectos solidarios, y que se turnan para que nunca esté solo en el hospital.

Abdoulaye está agradecido a todos, aunque su corazón siempre estará de un modo especial con Francisca y Esteban, que le visitan de vez en cuando y cuya foto, en la que están los tres juntos, preside su habitación en el nuevo hospital. Una breve conversación telefónica con Vida Nueva evidencia hasta qué punto las cosas han cambiado para él: “Estoy muy feliz. Lo primero que tengo que hacer es trabajar duro para que mi salud mejore, pero sé que aquí puedo soñar con un futuro mejor”.

Su historia lo demuestra. Más allá de cualquier debate inmigratorio, la dignidad de cada persona es lo que cuenta. Y eso, a veces, lo aprecian todos. Hasta el punto de ofrecer la mano y ayudar. Si se quiere, se puede.
 

Ir más allá del lamento

Si algo le ha enseñado la historia de Abdoulaye a Esteban Velázquez (cuya vocación sacerdotal le ha llevado a trabajar siempre en espacios de frontera, con destinos tan diferentes como El Salvador o las Islas Canarias) es a tener más fe en que las lacras de esta sociedad se pueden revertir: “He vivido todo esto como un regalo de Dios. Invito a todos a que nunca perdamos la esperanza.

Soy el primero en criticar las muchas cosas que se hacen mal, como estamos padeciendo casi cada día en la frontera entre África y Europa. Pero creo que la solución está, antes que en lamentarse, en ser positivo, agudizar el ingenio y buscar alternativas. Esto fue lo que hicimos para ayudar a nuestro amigo y comprobamos cómo, al final, todos, personas e instituciones, sacaron lo mejor de sus energías para colaborar.

Hoy veo el futuro, desde una contemplación espiritual, soñando que, efectivamente, la ley esté al servicio de la vida y no al revés”.

En el nº 2.893 de Vida Nueva

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